No sé si por efecto de las altas temperaturas de este verano (no lo descartaría), me decido a leer una obra en principio espesita que lleva por título Estudios y ensayos sobre Góngora y el Barroco, del que es autor el madrileño Joaquín de Entrambasaguas (Editora Nacional, 1975). El licenciado en Filología que late en mí desde hace más de treinta años necesita de vez en cuando este tipo de retornos a las “obras teóricas”.
Y lo cierto es que he disfrutado de la lectura, que me ha permitido enterarme de que el ínclito Lope de Vega tenía, como verdadero apellido, “Fernández”, y que el “Carpio” fue un mero devaneo de su vanidad. Así al menos lo sostiene el crítico. También me ha llamado la atención la contundencia con la que señala a don Diego Hurtado de Mendoza como “innegable autor” (sic) del Lazarillo de Tormes.
He vuelto a sentirme como cuando preparaba las oposiciones y me adentraba en docenas de libros para buscar ideas, afirmaciones y frases que diesen “otro aire” a mis temas.