Estuve en Noblis, la ciudad de la que tanto me habían hablado y que nunca tuve interés por visitar.
Al llegar, con la primera impresión, me pregunté por qué todos hablaban de Noblis, si aquel parecía un lugar sin gracia, digno sólo de olvidar.Pero durante el primer paseo empecé a comprender.
Noblis es singular. Lo que en cualquier ciudad moderna se evita o incluso se prohíbe, en Noblis se tolera y hasta diría que se fomenta. Lo que en cualquier otro sitio se considera deshonroso, en Noblis es respetable. Lo que en nuestra ciudad rechazamos, en Noblis nos conquista.
Las fachadas ruinosas, los azulejos rotos, los metales oxidados, la sábanas tendidas en los balcones como velas de una fragata, dan a las calles un aire de pobreza, de descuido, de desidia, que sorprende y desconcierta al recién llegado. Pero en seguida reconocemos que Noblis ha conseguido hacer del abandono y la decrepitud un estilo, una demostración de carácter.
Porque a esa decrepitud la llaman decadencia y entonces nos seduce.
Las palabras importan mucho.
En otra ciudad diríamos: “Está todo muy viejo”. En Noblis decimos: “Tiene todo mucho encanto”.Y lo cierto es que lo tiene, y comprendemos que la belleza de lo marchito es real, y nos atrae y nos transmite serenidad.Parece en Noblis que nadie se preocupa por el paso del tiempo, y que cuando algo se ha de deteriorar, se le permite deteriorarse.
Pero al mismo tiempo hay por todas partes detalles que denotan un gusto primordial por la perfección, por la armonía, por el color. Se ve en las fachadas decoradas con pintura o con mosaicos, donde florecen las guirnaldas, los dibujos geométricos y la exhuberancia de inspiración clásica.
Y por otro lado, esa quietud que el descuido infunde, contrasta con el bullicio de la gente y el tráfico. Y con el traqueteo vertiginoso de los tranvías, también ellos desvencijados y con la pintura descascarillada, que reptan y se estremecen por las calles como fósiles vivientes, vestigios de otros tiempos, pasados hace ya mucho.
La sensación que aparece sin buscarla cuando me acuerdo de Noblis, cuando me acuerdo sin voluntad de recordar, es la de una ciudad soleada y provocativa, orgullosa de su aspecto, como una mujer mayor y coqueta, que se arregla pero sólo lo justo; que no pretende aparentar lo que no es ni esconde lo que sí es. En esta ciudad ajetreada y plácida al mismo tiempo, parece que dijeran a los visitantes: “Vengan, vengan con su ritmo frenético de turistas y mézclenlo con nuestra parsimonia. Y vengan con sus deseos de tranquilidad y agítense en nuestro pintoresco vaivén.” Sí, por fin estuve en Noblis, y me hubiera gustado que estuvieras conmigo.