Que marchen en una manifestación a favor de los presos de ETA cien mil personas como el sábado en Bilbao impresiona, pero en realidad son poca cosa: lo que parecen millones en una ciudad de 357.000 habitantes se repite constantemente y por cualquier causa en la Castellana de Madrid sin ser casi noticia.
Eran algo menos del cinco por ciento de los 2,2 millones de vascos los que estaban en esa marcha llamándole “presos políticos” a un grupo de asesinos y sus cómplices en prisión por haber matado a algo más de 600 personas.
Porque hay un dato sobre estos neonazis –nacionalismo, militarismo y socialismo revolucionario es nazismo—que acaban de recordar las víctimas del terrorismo: del casi millar de asesinatos etarras hay 314 sin autoría atribuida.
Algo más del cuarenta por ciento de los asesinos de ETA son desconocidos y están libres. Seguramente iban en la manifestación pidiendo la libertad de los otros.
El nazismo es uno de los mayores males de una sociedad. El nazi se disfraza de víctima porque según él los otros no reconocen sus valores geográficos, culturales, lingüísticos y raciales –aunque el nazi vasco es más integracionista que el alemán—, y necesita matar para imponer su personalidad.
Apoya toda violencia revolucionaria, asiática o latinoamericana hasta el ridículo: su periódico Gara publicaba una sentida esquela por el terrible dictador coreano Kim Jong-il, como antes por el narcoterrorista colombiano Tirofijo.
El llamado progresismo, que es regresismo o atrasismo, cree que hay que escuchar a esta gente que, aunque no mate ahora, defiende una ETA aún armada y organizada con 341 asesinatos sin juzgar.
Ni caso. A la turba abertzale o patriótica hay que verla solamente como es: la parte nazi que toda sociedad alberga, y que en la vasca es más activa y visible, puede llegar a porcentajes más altos.
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SALAS