Si Gadafi hubiera sido solo un dictador, no estaría muerto. Esto lo saben los reyezuelos de los países del Golfo, y lo saben los señores de la guerra africanos y asiáticos, y todos y todas los miserables que hacen de la vulnerabilidad ajena el eje de su fortuna; y eso también lo sé yo y lo saben ustedes: si a pesar de eso obviamos saberlo, si preferimos pensar que las potencias occidentales pueden ser héroes por un día y no albergar más intenciones al intervenir un país que salvar a la población civil y vengar a los activistas, pues nos merecemos todo lo que nos venga. Que vuelva el PP, por ejemplo. O que siga el PSOE. Pero sea como sea, ayer la actualidad dio una tregua a un líder en horas bajas, Obama.
Si ETA hubiera sido solo una banda terrorista, ayer no habría anunciado el cese definitivo de su actividad armada. La violenta organización abertzale ha sido desde siempre y sobre todo una aliada del poder que causaba víctimas dobles: las derivadas de sus atentados y las que creaban los sucesivos gobiernos justificándose en su existencia. Y también un arma arrojadiza contra los rivales políticos, que actuaba como un elemento clave de esta alternacia bipartidista en el poder que nos han vendido como democracia; en este sentido, ETA ha cumplido su función hasta el fin: haciendo aumentar las opciones de otro líder en horas bajas, como hizo con Aznar en su momento.
Las figuras políticas que mueren o que finalizan su actividad, si no son mártires, son asesinos o tiranos, y su desaparición sirve para llenarse la boca con la libertad recién conquistada (como la de los libios, que probablemente estén de enhorabuena por haber pasado del dominio de Gadafi al de los mercados) o las bondades del estado de derecho (que nos garantiza sanidad, educación y vivienda deshauciádonos, atontándonos y privatizándonos). Y tal vez sí que lo sean: de hecho, las numerosas víctimas de ETA, que por cierto nunca fueron los culpables del estado de cosas que la banda denunciaba, lo atestiguan. Como también atestiguan la cobardía de la banda. Pero ni ETA ni Gadafi son los verdaderos culpables; nunca lo son.
Hoy debería ser un día de alegría: si las cosas fueran como nos dicen que son. Pero hay muchos libios que saben que la muerte de Gadafi no les va a sacar las castañas del fuego; aunque no les guste creerlo y luchen contra la certeza. Igual que los españoles saben que la desaparición de ETA no les hará recobrar sus derechos perdidos: es difícil que los pobres se acuerden de los que se fueron, como es muy difícil que a los familiares de los que se fueron les importe un rábano los motivos de la lucha por la que murieron sus seres queridos. Y es que, aparte de todo lo demás, esta desconocida y sospechosa ETA que ayer irrumpió en todos los desinformativos televisivos de este país ha elegido un mal momento para su desaparición: ahora, muchos funcionarios de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado o se van a quedar en paro, aumentando las listas, o con demasiado tiempo libre para atizar a los manifestantes, lo que todavía es peor. En su cúspide o su decadencia, aun vencidos, los pretendidos enemigos del sistema siempre serán su gran garante.