la verdad impone su íntima persistencia, pero dónde están las palabras verdaderas, dónde los inviernos, las constelaciones reclamando un verso en un haiku, un verbo en un salmo, una hendidura en el texto, dónde estamos a salvo de la república del polvo, en verdad os digo, ah cómplices, que no habrá ciudades al final del camino, estaremos solos en un páramo, solos en el vasto dominio del vacío, en la niebla, en la oquedad de los cuerpos cuando se aman y se vuelcan enteramente, no dejando adentro nada salvo (quizá) un átomo rudimentario, uno de esos átomos que son en sí mismos un universo que no podríamos abarcar ni aunque no tuviésemos otro oficio sino el de mirarlo, estaremos ocupados en contarnos la verdad que nos arrebataron, la esencia, lo puro vuelto hacia lo que no lo es, flirteando el cosmos con mi pequeño vals de conjeturas, el vals con la hierba en la boca, el vals oscuro que busca un corazón en el que perderse, sobre el que dispersarse, pero no está el mundo preparado para el vals, ni siquiera uno pequeño, el mundo es de los que gritan, el mundo es de quienes hacen que las palabras, incluso las más dulces, descarrilen en el aire, me he contado muchas veces las razones por las que sigo buscando las palabras, no encuentro nunca las razones, están ahí, están adentro, pero el diálogo se pierde a poco de empezarlo, voy montando las frases, me voy diciendo la trama hasta que de pronto advierto que no hay trama, todo es un ir diciendo sin concierto, un ir trayendo las palabras, escribo porque no se me ocurre que haya nada con lo que me sienta más confortado, escribo para contarme la verdad, aunque se obstine en escaparse, en no dejarse abrazar, ni amar, ya puestos, escribo amontonando las palabras, esto mismo que ahora hago no deja de ser una evidencia, la verdad impone su íntima persistencia, pero dónde están las palabras verdaderas, yo no las he pronunciado, he ido confiscando palabras, robando palabras, las palabras las robamos, creemos que son nuestras, pero todo es prestado, este vals de jueves de feria en mi pueblo es primerizo y es prestado, da igual que tenga en la cabeza mil dolores pequeños, unos empujando, buscando su sitio en mi cabeza, otros, los menos, apaciguándome, hay dolores que confortan, leí que el dolor es una forma de conocimiento, fue en la la sala de espera del dentista, no sé ahora quién lo dejó ahí escrito, en una revista de las que ponen en la sala de espera, antes de que el hombre de verde te haga abrir mucho la boca y te haga pensar en la infancia y en el ajedrez, en la música de Carlos Gardel o en las cosas que vas a comprar en el súper, todo por no pensar en el hombre de verde y en su instrumental y en tu boca, no emití ninguna palabra, fui gutural, es un gusto la guturalidad, expresa a veces lo que no sabe la razón, no hubo monstruos, me durmieron la boca, me robaron no sé cuántas palabras, las fui diciendo después, conforme la tarde iba avanzando, lo que cuenta es la actitud, saber afrontar el dolor como el que asume el vértigo, como quien mira de frente la fiebre y la acata, no hay que pensar mucho, dejarse llevar, las palabras me van diciendo lo que estoy intentando explicar, aunque no importa, en realidad qué importa, nadie va a llegar al final del texto, incluso los que lleguen al final no lo hacen enteramente, creen vislumbrar un sentido del que yo mismo carezco, no conozco ningún texto al que yo le haya extraído el sentido, me muevo en sombras y hacia las sombras me dirijo, acabo porque no creo haber empezado nada, no se puede salir de donde no se ha estado, etc