Tras leer Con mi madre de Soledad Puértolas, engullí saliva y futuro pensando en el día que perdiera a mi madre. Como ella me explica el momento en el que a sus 32 perdió a la suya. Puértolas dice que solo los vivos traicionan, que de los muertos solo nos quedan los buenos momentos. Los paseos, los abrazos, las sonrisas. Yo siempre hago volver ese recuerdo de la sonrisa de mi abuela María. Sé que fue ella quién enseñó a tejer a mi madre y a mis tías. A través de su maña y su paciencia se tejieron los calcetines familiares que luego aprendí a tejer yo. Mis pies pequeñitos se calentaron con sus tejidos, lo sé. ¿La pena? Que no la recuerde tejiendo. Esa imagen no me viene, la puedo recrear ficticiamente, pero mi mente no llega a esa visión.
Es curioso cómo a veces revivimos a esos seres perdidos a través de otras personas. Cómo nos las recuerdan, nos las traen de nuevo. La vida en ocasiones nos las pone ahí para hacernos sentir la nostalgia y el cariño. A Annale recuerdo yo a su bisabuela. Que sí, que sí. Su madre siempre le ha contado como legado sentimental cómo le viene a la mente su abuela tejiendo calcetines a cuatro agujas. Le explica cómo le contaba historias todas las noches. Historias que no puede recuperar, también ella cae en la laguna del olvido, y que jamás ha encontrado ni escuchado en otro lugar. Como dijo Chacel, parece que Esther ha venido a la vida de Anna para vivificar zonas adormecidas del recuerdo. Y lo ha hecho representando a su bisabuela María, tejedora y cuenta cuentos. Mujer que sufrió perder hijos y nietos, de infancia breve, de vivencias duras. Pero que hilaba historias mágicas para contar a los suyos, mientras pasaba puntos de una aguja a otra. Como se pregunta su biznieta, ¿quién debió explicarle a ella esas historias?Anna me habló sobre este hilo invisible que nos une el día que le regalé los Eternal Spring Socks. Su bisabuela aparecía de nuevo para calentar sus pies. En forma de mujer raruna de 35 años, en forma de una loca apasionada, que le entregaba unos calcetines tejidos a cuatro agujas. A cambio ella me ofreció su recuerdo. Mujeres con historias que somos. Me decidí por este patrónpor mi obsesión desmedida, una vez más, por los rombos. Calmante ha vuelto a ser desenredar el hilo para ir tramando este verde lettuce de Malabrigo Socks. Una primavera eterna, dulce y suave para estos grados bajo cero del dichoso invierno ¿Sabéis qué? Que aquí esta “pies fríos” siempre ha pensado que quien bien te quiere te calentará los pies. Por supuesto que sí. Y como siempre dándose cuenta una de todo lo que unen las agujas. De cómo tejen recuerdos, crean nuevas amistades, reviven historias y traen imágenes de nuevo, como las manos de mi abuela avivando el fuego. “Las manos de mi abuela: esta orfandad, esta repentina acumulación de desamparos” que escribía Sara Herrera. Porque también se echa de menos el recuerdo de esas abuelas. Acumulemos el amparo del hilo. El cariño de la lana en nuestros pies. Ese que revive hasta a las bisabuelas, lo sabemos.Revista Creaciones
Los recuerdos hay que peinarlos, acariciarlos de vez en cuando para que no se diluyan con los años, para que no nos abandonen. Casi no recuerdo a mi abuela materna. Yo tenía seis años cuando murió tras una larga enfermedad que la tuvo en una cama sin decir palabra. Aun así la memoria cumple con su cometido y me vienen pinceladas a la mente. Revivo sus manos llenando la estufa de leña en el salón, y no sé por qué pero sé que son sus manos. La veo en la calle, con su bata de señora de pueblo, con el bolsillo lleno de ositos de gominola. Nuestros premios, los tesoros del bolsillo de la yaya.