CON MÁS RETRASO del deseable acabo de terminar Anatomía de un instante (Mondadori), la monumental obra de Javier Cercas. Lo mejor que se me ocurre decir de este libro es que, si se me permite la licencia, se lee como si fuera una novela de aventuras. Nunca imaginé que, tantos años después, la reconstrucción-reinterpretación de un tema tan trillado, como fue el asalto al Congreso de los Diputados aquel 23-F de 1981, pudiera dar para una crónica tan magistralmente descrita.
Pero el libro de Cercas es algo más que eso. Es, también, un ensayo sobre la transición democrática, una etapa crucial de nuestra historia, imposible de comprender sin aproximarse, como hace el autor, a los perfiles de Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo. Los únicos "que no se escondieron bajo sus escaños mientras zumbaban las balas". Tres "traidores" que se vieron obligados a desertar de sus principios para poder construir la democracia: Adolfo Suárez desmontando las bases del Movimiento, el mismo que le aupó al poder; Manuel Gutiérrez Mellado neutralizando a sus compañeros de milicia más recalcitrantes, pese a ser él mismo un prestigioso militar franquista ; y Santiago Carrillo renunciando a sus principios comunistas y revolucionarios. Casi nada, que diría un castizo.
Tan poco complaciente es el retrato de Cercas que aún hoy estremece concluir, como hizo el autor, que "nadie estuvo a la altura, tampoco la sociedad civil". "Muy pocos -sostiene el escritor- dieron la cara aquella noche. Fue un mal momento". Y todo porque el "deseo de acabar políticamente a toda costa con Suárez obsesionaba a todo el mundo, desde la oposición hasta el propio Rey". Aquella situación, mal que nos pese, fue la que alentó a los golpistas comandados por el histriónico Tejero.
En sus 463 páginas, Cercas nos ofrece un crudo relato, una relectura incómoda sobre la noche más larga de la transición. Una angustiosa noche en la que "apenas hubo un gesto de rechazo público al golpe en toda España hasta que ya de madrugada el Rey comparación en televisión condenando el asalto". Aún hoy nos aflige aquel silencio inicial, aquella complacencia fraguada durante meses hacia el golpe blando de Armada. Y nos atormenta, porque hemos de admitirlo, no supimos estar a la altura como país. Una obra, como digo, necesaria e imprescindible. Aunque nos duela.