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Sabe el roedor que es fácil construir castillos en el aire. Es tan fácil... Hay fortalezas en los cielos, grandes conjuntos de fortalezas. Y por las torres asoman bravos caballeros para animarse unos a otros y corroborar que todos esos castillos son reales. Y ejecutan al que lo niega. O lo destierran. Son castillos tan sólidos que parecen necesarios, inmutables. Los nobles caballeros nunca bajan a tierra porque en los cielos están los suyos, los iguales, los que les reconocen su linaje. Es una vulgaridad descender. Los de abajo no saben reconocer a los nobles de los castillos. Y los castillos son cada vez más altos y enrevesados. El roedor mira hacia arriba y siente pereza. ¡Tantas escaleras! Prefiere quedarse con los vasallos, los remolones, los que viven en oscuras guaridas y se entretienen con las sombras. ¡Cuántas escaleras! Y los nobles de los castillos aéreos, cuando oyen algún ruido, echan aceite hirviendo para acabar con esos malditos roedores escépticos. Y montan grandes fiestas donde lucen sus condecoraciones, las que se dan entre sí. Y hablan de sus muros como si fueran reales, de sus castillos, de sus fortalezas. Ni los roedores ni los vasallos entienden la lógica que gobierna esas fortalezas. ¡Tantas escaleras!