Nada más perverso en una sociedad golpeada por la crisis, los recortes y el paro que un ejército de corruptos acaparando dinero y privilegios. Máxime cuando pides a esa ciudadanía paciencia y sacrificio. Más perverso aún cuando la mayoría de corruptos son políticos, elevados a sus puestos actuales por el voto ciudadano. Y más que perverso depravado, al ser ellos los garantes de la “res pública”. De su gestión y optimización…
Y lo peor puede estar por llegar. Si la respuesta judicial no es contundente y ejemplarizadora, la falta de ética, de moral y de valores que han mostrado, será asumida por los ciudadanos como medio licito para conseguir un fin… vivir lo mejor posible a cualquier precio. Un ambiente depravado, propicio al nacimiento de las facciones políticas más radicales. Antes que regeneración política se necesita regeneración ética y recuperación de valores morales. Lo primero no es posible sin lo segundo.
Estos políticos han convertido la política en una carrera, una profesión para medrar y bien vivir, independiente de las siglas del partido o de sus ideales. Lo primero son ellos, lo segundo el partido –gracias al cual han prosperado– y lo último el ciudadano que dio su voto y con él su confianza. Y a veces ni eso, el votante deja de interesar e importar… hasta las nuevas elecciones.
Lo más asombroso en estas personas, es que tienen privilegios y retribuciones muy superiores a la media. Pueden vivir con holgura, sin las estreches y agobios que sufren la mayoría de sus votantes. Y en muchos casos vienen de familias acomodadas, bien situadas en el panorama social y empresarial.
El ciudadano es incapaz de entender que una persona con poder y dinero sea capaz de la malversación más depravada, de acumular tal cantidad de dinero sucio que deba de ocultarlo fuera del país. Defraudar tantos millones que necesitaría varias vidas para disfrutarlo relajadamente… sin levantar sospechas. Es posible que su muy "loable" idea, sea dejar un patrimonio bien asentando para toda una generación de descendientes.
Con estos ejemplos actuales, podemos adivinar –mejor sólo vislumbrar– como algunas familias actuales forjaron su patrimonio. En tiempos pretéritos el dinero sucio era imposible rastrea, el Poder Judicial permanecía dependiente del Poder Ejecutivo y los representantes del Poder Legislativo habían consolidado un floreciente entramado de “cadena de favores”. La Transición española no supo, no pudo o no quiso eliminar las instituciones, los modos, las artes y las personas que ya eran corruptas, cuya herencia y ejemplo sufrimos en la actualidad.
Ahora está en manos de los jueces –en la actualidad teóricamente independientes del poder político– acabar con esta “República bananera”… aunque somos Monarquía, enclavada al sur de Europa.
Más ética y menos estética de “Marca España”, para eliminar los nocivos efectos paranormales de nuestra democracia.