Pues sí, existe. La playa es un lugar público, compartido, y por ende de convivencia. Por ello no hay ninguna razón para pensar que no se deba tener en cuenta la aplicación de las mínimas normas de cortesía.
La señora que nos planta la silla encima de una esquina de nuestra toalla; el señor que llega a las tantas y se coloca en primera fila, clavando la sombrilla en la orilla para tener los pies fresquitos impidiendo el paso cómodo a los paseantes; el niño que se sienta junto a nuestra cabeza para hacer en la arena el hoyo más grande nunca visto; los chavales forofos de Lady Gaga que no traen toalla pero sí un fantástico equipo de música con el que nos regalan los oídos (a nosotros y al resto de los 5 kms. de playa); la familia que instala su toldo de 4x8 con barbacoa incluida; el señor del puro que se pone a nuestro barlovento; los niños que juegan al fútbol cerca de mami para que ésta esté tranquila y resulta que el punto de foco de mami está justo a nuestro lado; el papá que con tesón intenta levantar esa cometa que nos peina el flequillo continua y peligrosamente… etc.etc.
Son situaciones incómodas que todos hemos vivido alguna vez. De una manera u otra, y cada uno a su estilo, visita la playa con la intención de relajarse y disfrutar. Y esto, como en cualquier ámbito del ocio, no tiene porqué convertirse en un suplicio para los demás.
Tal vez al ser un espacio amplio, diáfano, donde el calorcito y el agua invita a explayarse, se propicie una excesiva relajación en el comportamiento. Hagamos un repaso de las actitudes más importantes, aplicadas a esta maravilla de la naturaleza que es la playa:
Respetemos las normas de seguridad, las banderas, las instrucciones del personal de vigilancia, y aprovechemos para enseñárselas a los niños, si los tenemos.
Los niños pequeños pueden despistarse en un segundo. Pongámosles una pulserita con nuestro número de móvil y aleccionémosles respecto a quién deben pedir ayuda si se pierden y sobre lo que deben o no deben hacer.
Hay una diferencia entre sombrilla de playa, toldo discreto y el montaje de un campamento chabolista.
Tener los objetos personales lo más recogidos posible es bastante aconsejable si no queremos dar la impresión de que nos las han dejado caer desde un helicóptero.
Como en cualquier otro lugar donde estemos, no se ha de notar nuestra presencia al marcharnos. Cuidar la higiene y la limpieza del entorno es el primer signo de educación ciudadana.
Los auriculares son una técnica muy práctica para escuchar la radio o la música que nos gusta, sin obligar a compartirla con los de alrededor.
A la playa no pueden llevarse animales. Es conveniente asegurarse de esta normativa en cada ciudad, pues los ayuntamientos regulan este tipo de cuestiones y otras que atañen al uso y disfrute de los espacios públicos.
La orilla es de todos. Si queremos jugar a las palas, al balón, o al pilla-pilla, mejor hacerlo unos metros dentro del agua o al final de la zona de arena, donde ya no haya gente.
Si tenemos niños, hemos de intentar llevarlos a playas donde la presencia familiar sea lo habitual, no sólo para no molestar innecesariamente sino también, y de forma prioritaria, para que los pequeños estén a gusto y se lo pasen bien en un entorno acorde a sus necesidades.
Gritar a los niños sin movernos de la toalla alimentará los instintos asesinos de nuestros vecinos, si es que no les sobreviene un infarto fulminante ante el imprevisto “¡¡¡¡¡¡¡ deja de tirarle agua a tu hermano o no te traiga nunca más!!!!
Los instintos psicópatas aumentarán proporcionalmente al número de repeticiones de ese grito… De modo que es mejor acercase a los niños y hablarles de modo adecuado y todo lo tajantemente que se necesite.
Los abusos infantiles en el uso de artilugios playeros han de ser vigilados y controlados por los padres, pues una cosa es compartir con otros niños los juegos y otra muy distinta ocupar varios metros cuadrados de forma invasiva y desordenada. Y si los artilugios playeros son de otro niño y a éste no le viene bien compartirlos, hay que respetarlo y no alterar la paciencia de los papás del posesivo. Al fin y al cabo, los juguetes son suyos ¿no?
Extrapolar nuestros conflictos familiares a la población playera es un espectáculo ridículo y patético, que por supuesto no interesa lo más mínimo a nadie.
En algunas playas hay WC públicos, pero en la mayoría no. Lo que se haga en el agua, si nadie lo detecta será cuestión de escrupulosidad y educación individual. Pero lo que se haga en la arena, o en las dunas cercanas, afectará inevitablemente a todos. No es agradable explorar un espacio lleno de minas.
Las tablas de windsurf, kayak, canoas, patinetes, etc., debemos usarlos en los espacios delimitados para ello. Entrar y salir del agua con estos elementos en lugares no señalados puede provocar accidentes peligrosos.
La toalla se sacude lejos de las personas, y siempre que sea posible, a sotavento de ellas. A nadie le gusta que se le llenen los ojos de arena, y tampoco masticar un bocadillo crujiente…
Las muestras excesivas de cariño entre las parejas pueden derivar en imágenes y situaciones embarazosas. Seguro que se puede esperar a llegar a un lugar privado.
Han de evitarse las miradas descaradas hacia cuerpos esculturales, sobredimensionados, en top less, o que presenten cualquier tipo de elemento llamativo sea de carácter corporal o de vestuario.
Hay que aleccionar a los niños sobre lo inapropiado de gritar y señalar al señor gordísimo con tanga de tigre que pasea por la orilla.
En el chiringuito nos podemos permitir pequeñas licencias a la hora de sentarnos a degustar las sardinas y la caña, pero estaría bien evitar el desnudo, salvo que el chiringuito esté en la misma playa.
En resumen, intentar guardar las normas de cortesía habituales es un principio fundamental para que todos disfrutemos y podamos volver a casa con la impresión de haber saboreado un magnífico y relajante día al aire libre, y no con el ceño fruncido y el propósito de no volver nunca más a esa tortura.