Hace tiempo escribí un artículo donde afirmaba que la asociación suponía la liquidación del individuo. Hoy me gustaría continuar ese artículo, haciendo hincapié en el sistema de etiquetado del que nos servimos para calificar a las personas.
Las relaciones humanas se basan en la intuición, que encuentra su mejor aliado en los atributos, ya sean físicos, psicológicos o ideológicos. Todo grupo viene acompañado de un prejuicio, y este prejuicio a su vez es aplicado a todos los miembros de ese grupo, lo cual nos hace crear una imagen equivocada del sujeto que estamos tratando. Voy a poner un ejemplo. Cuando os hablo de rap, vuestra mente comienza a trabajar inmediatamente en una imagen que se pueda asociar a esa palabra. Pensamos, además, en el comportamiento que suelen tener los raperos. Creada esta imagen, cuando vemos a un chaval con su mp4 y una gorra plana, lo asociamos al rap y empezamos a tratarlo como un rapero, ignorando que su carácter no tiene por qué ser igual al de otros raperos. Este es, bajo mi opinión, el sustrato sobre el que se asientan todos los males relacionados con el prejuicio, ya sean el racismo, la homofobia o el chovinismo. En conclusión, creo que es una falta de identidad plena el adherirse a un grupo que tiene varias ideas fijas, no así el hacerlo al que o simplemente tiene una idea fija, o una idea principal alrededor de la que giran otras de menos importancia pero donde caben diferentes puntos de vista.
Occidente, por influencia de Platón en un principio y más tarde del cristianismo, tiende a ser dualista, es decir, ante cualquier cuestión, sólo se plantea dos alternativas. Por ejemplo, en el terreno futbolístico. Si una persona no es del Barça, damos por hecho que es del Madrid, y viceversa, aunque luego exista un montón de equipos más. Pues lo mismo ocurre con la visión que tenemos del mundo, si algo no es bueno, a la fuerza tiene que ser malo. La realidad cambia dependiendo de la persona y sus circunstancias, por lo tanto no es universal.
Ahora voy a extrapolar este prejuicio al campo de la política. Para mí es difícil situarme a la izquierda o a la derecha del espectro político. En primer lugar, porque no comparto mis ideas al cien por cien con ninguna de las tendencias y después, porque a lo largo de la historia desde que se hace diferencia entre izquierda y derecha, es decir, desde la Revolución Francesa en 1789, los términos han variado sustancialmente. Yo soy liberal, así que en tiempos de la Revolución Francesa me sentaría a la izquierda del parlamento, sin embargo, en la actualidad los liberales se sitúan a la derecha, con lo cual los términos no son fieles a su posición, sencillamente porque los tiempos cambian.
Si todas estas atribuciones perjudican a la individualidad en su aspecto afirmativo, de igual manera actúa en el negativo. Me estoy refiriendo a todos los movimientos “anti”. Por muy vomitiva que resulte una ideología, el obsesionarse con ella, el estar hablando todo el día de esa tendencia, no hace más que alimentarla y por lo tanto la mantiene viva. Quiero decir, que mientras haya anticomunismo, seguirá existiendo el comunismo, mientras haya antifascismo, seguirá existiendo el fascismo, y así con todos los movimientos.
Esta última idea me trae a la cabeza una famosa cita de Unamuno, que dice así: “Hasta un ateo necesita a Dios para negarlo”
Por esta razón yo no soy antiteo, yo no estoy en contra de Dios, es que simplemente no creo en él, por lo tanto, no centro mi pensamiento en él, sino que lo ignoro.