La Fundación Mapfre presenta en España la obra del fotógrafo francés Eugène Atget, (Libourne 1857 – París 1927), pionero de la fotografía documental y figura influyente en fotógrafos posteriores como Walker Evans, Robert Frank, Henri Cartier-Bresson, Brassaï o Berenice Abbott. Las imágenes, que proceden de los fondos del Musée Carnavalet de París, de la George Eastmann House de Rochester y de las colecciones de la propia Fundación Mapfre, rescatan un París oculto en el pasado de finales del siglo XIX y principios del XX. Además de una selección de más de doscientas imágenes, se presentan también 43 fotografías del álbum de Man Ray, fechadas entre 1899 y 1926 y propiedad del MOMA de Nueva York.
Eugène Atget comenzó su andadura en el año 1888 suministrando material de estudio a diferentes pintores, siendo primero miembro de una compañía ambulante de teatro y no sin antes haber intentado fallidamente ser marino y pintor. Conoció a otros fotógrafos de la época como Berenice Abbot y Man Ray, el cual le presentó a los surrealistas con los que llegó a colaborar.
Recibió el encargo de fotografiar la ciudad, distrito a distrito, y sin la presencia de personas en sus imágenes puesto que el interés oficial estaba dirigido a los monumentos históricos. No firmaba sus fotografías y para cumplir sus encargos se desplazaba en autobús o en metro con su aparatosa y pesada cámara a cuestas.
Denominaba sus fotografías “documentos para artistas”, porque entendía que eran materia prima para los pintores de estudio de la época, brindándoles la oportunidad de incorporar detalles a sus cuadros.
Al final de su vida, consciente de que muchos de los elementos que fotografió de aquel París iban a desaparecer, los capturó para dar testimonio de su existencia. Su cámara se había convertido en la máquina del tiempo de H.G. Wells.
La exposición rescata imágenes de edificios, monumentos, jardines, establecimientos, ornamentos, gentes, calles y vehículos de la época.
Esas calles desnudas de vida y la soledad de los monumentos históricos que Atget capturaba a primeras horas de la mañana, sin ningún paseante, resultan perturbadoras, como una ciudad vacía de habitantes. Si alguna vez existieron moradores en la ciudad de la luz, estos se muestran como presencias de aspecto fantasmal apagadas para siempre por el peso del tiempo.
Durante la primera época de la fotografía los tiempos de exposición necesarios eran muy amplios y los paisajes urbanos y rurales son fotografiados cuando no había nadie ni nada en movimiento para evitar así que salieran borrosos. Esto podemos observarlo en las fotografías paisajísticas iniciales así como en esta exposición.
Llama la atención, en una exposición de esta categoría, la repetición innecesaria de algunas fotografías a lo largo de las salas y la disposición confusa de las secciones. A pesar del valor de las imágenes, es una lástima ver expuestas muchas de ellas con sus bordes negros en la parte superior.
No podemos dejar de señalar también las maneras carcelarias de las celadoras, que cuando todavía faltaban varios minutos para el cierre apremiaron a los visitantes como si les condujeran al patíbulo o estuvieran pastoreando ganado forrajero. Esas energías en forzar a abandonar las salas a los visitantes se podían haber empleado mejor en atraerlos a ellas, seleccionando una imagen distinta de la que figura en el cartel (Fuente del Point du Jour, Versalles), que no se encuentra entre las mejores y más identificativas de su obra.
Todas estas circunstancias, sin embargo, son pequeños impedimentos que no empecen el disfrute de unas imágenes extraordinarias de este peculiar, anónimo pero finalmente reconocido y muy considerado fotógrafo. El conjunto de la muestra ofrece una oportunidad maravillosa y única de volver al pasado.
¿Dónde?
Fundación Mapfre. Madrid.Del 27 de mayo hasta el 27 de agosto de 2011
Crítica: Julio González Parra