La técnica nos va permitiendo cada vez introducirnos más en los
mecanismos que originan la vida. Incluida la humana. Conocer dichos mecanismos
es muy bueno, porque permite corregir deficiencias y evitar enfermedades. Ya
conocemos algunos defectos en los genes que son causantes de ciertas
enfermedades. Por ejemplo, el error que provoca que en vez de dos cromosomas 21
(uno procedente del padre y otro de la madre) se produzcan tres. La trisomía de
este gen tiene un nombre: Síndrome de Down. La mayoría de los países
occidentales permiten realizar una selección genética previa a la implantación
de los embriones para impedir que aquellos afectados por este defecto lleguen
nacer. Hoy tan solo Austria, Irlanda y Suiza no permiten estas pruebas
(diagnóstico genético preimplantatorio, o DGP). Alemania, hasta hace poco
dentro del grupo de la excepción, acaba de autorizarlo en su legislación. Esta
técnica resulta muy útil en los casos de niños producidos artificialmente en un
laboratorio, producto de la fecundación artificial de los gametos de sus
progenitores, para seleccionar de entre los embriones producidos a aquellos que
estén libres de una enfermedad genética que tengan los padres. Truncar el
nacimiento de niños que heredan los trastornos genéticos de sus padres no suena
tan bien como decir que lo que se logra es que nazcan niños sin la herencia
negativa del trastorno genético de sus padres. Ante una ventaja tan evidente,
¿quién puede oponerse? ¿Por qué hay todavía unos pocos países que no lo
permiten?En realidad, el problema es que la Ciencia permite la selección genética,
lo cual puede ser, en teoría, positivo, dependiendo de lo que decidamos seleccionar.
Si hablamos de una patología motivada por un error genético, pocas personas
objetarán a realizar una selección para evitarla. Pero ¿y si la selección es de
otros factores? Por ejemplo, ya estamos seleccionando y discriminando a niños
que portan genes que predisponen a padecer cáncer de mama. Desestimar a un
embrión porque puede llegar a desarrollar cáncer es tan injusto como declarar
una guerra preventiva. Se le juzga al individuo por adelantado, por un crimen
que no ha cometido (y que quizás nunca cometa). En estos casos no es válida la
tan cacareada presunción de inocencia.Es verdad que hoy solo se permite la selección para descartar
enfermedades, y que dicha selección debe autorizarse por un comité. La ley que
regula las técnicas de reproducción humana asistida (la ley 14/2006) establece
en su artículo 12 que sólo se permite el DGP “para la detección de enfermedades hereditarias graves, de aparición
precoz y no susceptibles de tratamiento curativo postnatal con arreglo a los
conocimientos científicos actuales” (al objeto de descartar a los embriones
afectados y no implantarlos). En cualquier caso, debe informarse del caso a la
Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida. La ley insiste en que sólo
es posible el DGP para “tratar una
enfermedad o impedir su transmisión, con garantías razonables y contrastadas”.Sin embargo, según
vayamos conociendo más, podremos predecir ciertas características físicas y
mentales en función del ADN del embrión. ¿Qué puede impedir a una pareja elegir
entre un hijo con una inteligencia superior a la media y otro con una
inteligencia normal? ¿Por qué se les va a impedir escoger al hijo más
inteligente? ¿Y si se puede predecir la altura en función de los genes, no
podrán escoger un hijo que vaya a ser más alto, frente a otro de tamaño más
normal? Nótese que no estamos hablando de diseñar los genes (todavía). Tan solo
de elegir, entre los embriones que tenemos disponibles, aquellos que
consideramos mejores. El problema, ya se ve, es que da miedo pensar que lo que
antes elegía la Naturaleza lo empecemos a seleccionar nosotros. Porque ¿quién puede
garantizar que es mejor tener un hijo con una inteligencia excepcional que uno
con una inteligencia normal? Claro que esto aplica solo a los embriones
seleccionados porque fueron creados en laboratorio. Pero para los embarazos
“naturales” contamos con el diagnóstico genético prenatal: Hoy también somos
capaces de analizar el ADN del feto para valorar su dotación genética. Y ante
una anomalía cromosómica es legal destruir el feto provocando un aborto a la
madre. Claro que es un método un poco más incómodo, pero la selección sigue
siendo posible.En EEUU ya se hicieron experimentos a principios del siglo pasado tendentes
a mejorar la raza. Claro que mucho más primitivos, ya que se limitaban a
esterilizar a los individuos considerados no deseables para impedir que
procrearan (forzando así la “selección natural de las especies”). No obstante,
hoy entendemos cómo con un interés positivo, la mejora de la Humanidad, se
atacaba directamente a la dignidad de las personas y a sus derechos humanos al
decidir desde unos criterios de la época, quién merecía perpetuar sus genes, y
por tanto, tener hijos, y quién no. Hoy no serían comúnmente aceptadas. Llevando
estos principios al extremo, la Alemania nazi justificó con estos mismos
argumentos la mayora barbarie genocida que ha conocido la Historia, tratando de
eliminar de la faz de la tierra una raza considerada inferior. Cuando tan solo
ha pasado poco más de medio siglo desde aquellos horrores, parece que volvemos
a tener los mismos deseos eugenésicos que nos llevan a tomar decisiones sobre
qué seres humanos tienen derecho a vivir y quiénes no. La diferencia es que las
técnicas hoy son mucho más precisas y se aplican sin sonrojo de la inmensa mayoría
de la población. Al contrario, gozan de la aprobación mayoritaria. La verdad,
asusta mucho pensar la sociedad que podemos llegar a fabricar, basada en
nuestros estándares actuales de perfección. Y seguimos empeñados en suplantar a
la Naturaleza, realizando nosotros la selección humana.