El libro a través de cuya lectura Gilles comienza a mirar la vida y que va comprendiendo al observar la propia y la de su familia no es otro que Eugénie Grandet. Llevo desde entonces queriendo leer la más famosa de las novelas que componen ese ciclo llamado La comedia humana de Honoré de Balzac, deseo que ha permanecido en mí latente hasta que una mañana de rastro dominical de hace unos meses, que ahora me parece tan lejana por irrealizable, tomé en mis manos un viejo ejemplar de dicha novela en un puesto de segunda mano, me dije o ahora o nunca y me lo llevé a mi casa, comenzando así a acortar esa distancia que no siempre se supera que torna los deseos en realidad.
«En ciertas ciudades de provincia hay casas que, al contemplarlas, inspiran una melancolía igual a la que provocan los claustros más sombríos, las landas más yermas o las más tristes ruinas. Acaso sea porque en estas casas se encuentran a la vez el silencio de los claustros, la aridez de las landas y la desnudez de las ruinas; la vida y el movimiento son en ellas tan lentos, que un extraño las creería deshabitadas si no se encontrase de repente con la mirada pálida y fría de una persona inmóvil que, al ruido de unos pasos desconocidos asoma su rostro casi monástico tras el alféizar de la ventana».Con el anterior párrafo da comienzo Honoré de Balzac su Eugénie Grandet. Es una apertura que se me antoja maravillosa por aunar una escenografía que se alía con personajes y trama y por esa prosa decimonónica tan sosegada y elegante que siempre me cautiva. Cierto es que el embelesamiento me dura poco, pues el afán descriptivo del insigne autor francés es tan minucioso que llega a aburrirme un poco pero, afortunadamente, el amago de sopor dura apenas unas pocas páginas y pronto me encuentro disfrutando plenamente de su novela.
El momento en el que me resitúo no es otro que el de una velada en una de esas casas de cierta ciudad de provincia. La ciudad es Saumur y la casa es, como no podía ser de otra manera, la de los Grandet. En ella viven el señor y la señora Grandet, su hija Eugénie y la leal sirviente Nanon. No se encuentran solos esa noche, como viene siendo habitual les han visitado los Cruchot y los Des Grassins. La visita muestra amistad pero esconde adulación. La esconden a las tres almas cándidas que son Eugénie, su madre y Nanon porque el viejo Grandet... ah, el viejo Grandet se las sabe todas y se dice para sus adentros: «Están aquí por mis escudos, y vienen a aburrirse por mi hija. Pues mi hija no será ni para unos ni para otros y, por otra parte, todos ellos me sirven de anzuelos para pescar».
«La adulación no emana nunca de las almas grandes, sino que es patrimonio de los espíritus pequeños que logran empequeñecerse aún más para entrar mejor en la esfera vital de la persona en torno a la cual gravitan. La adulación presupone interés». Y el interés que mueve a los pequeños espíritus de los Cruchot y los Des Grassins no es otro que casar a uno de sus respectivos miembros con la rica heredera cuyo nombre da título a esta novela.Sí, Eugénie Grandet es una rica heredera aunque ella ni lo sospecha. Imposible imaginar la fortuna que amasa su padre dado el mísero estilo de vida que este ha impuesto despóticamente en la casa familiar. El señor Grandet es un rico tonelero que ha sabido medrar y especular y al que su consumada avaricia le ha ayudado a aumentar aún más si cabe su inmensa fortuna. Un personaje denostable y que produce rechazo, el avaro Grandet, y sin embargo...
«La vida del avaro es un constante ejercicio del poder humano puesto al servicio de la personalidad. Se apoya únicamente sobre dos sentimientos: el amor propio y el interés. Pero como en cierto modo el interés no es más que el amor propio sólido y bien entendido, la confirmación continua de una superioridad real, amor propio e interés son dos partes de un mismo todo, el egoísmo. De ahí proviene quizá la prodigiosa curiosidad que despiertan los avaros puestos hábilmente en escena. Todos tienen algo de esos personajes que emprenden contra todos los sentimientos humanos y los resumen todos. ¿Dónde está el hombre que no siente deseos? ¿Y qué deseo social se satisface sin dinero?»
Ilustración De Pierre Brissaud para Eugénie Grandet
La velada que relato habría acontecido como tantas otras pues, al igual que el magnífico retrato social que es esta novela, «¿no es ésta una escena de todos los tiempos y de todos los lugares, aunque aquí la veamos reducida a su más simple expresión?», si no fuera porque llega un visitante inesperado cuya sola presencia amenaza con tambalear las aspiraciones de Cruchots y Des Grassins.Dicha amenaza responde al nombre de Charles Grandet, quien es hijo de un hermano de nuestro avaro residente en París con el que lleva varios años sin hablarse. Desde su aparición, Eugénie solo tiene ojos para él: esos modales exquisitos, ese porte, ese contraste entre el soplo de aire fresco que supone su llegada y lo lúgubre que hasta entonces era su limitado mundo. Eugénie empieza a despertar como mujer pero también como personaje.Nuestra heroína es un personaje cándido y no solo en su acepción de ingenua sino también en la de simple. Así también es mostrada su madre e incluso la enérgica Nanon. Suele molestarme esa visión de damiselas desvalidas que acostumbra a darse de las mujeres en las novelas de la época aunque cada vez más voy aprendiendo a contextualizar y, en los mejores casos, a disfrutar de la ironía de algunos autores. Así, Balzac nos cuenta que «en todo momento las mujeres tienen más motivos de dolor que el hombre y sufren más que él. El hombre tiene su fuerza, y el ejercicio de su poder actúa, se mueve, se ocupa en algo, piensa, abraza el porvenir y encuentra en ello consuelo» y yo comprendo mejor esos personajes femeninos dolientes que representan a las mujeres a las que no se les ha ofrecido más territorio que el reducto de sus sentimientos mientras que sus partenaires masculinos tenían otras obligaciones y ocupaciones con las que distraer su mente. Así, Balzac me ofrece otros personajes femeninos más arteros como son la señora Des Grassins o Annette, una amiga parisina de Charles, y me presenta esa idea tan inoculada en nuestro pensamiento de que «todas las mujeres, hasta la más necia, saben usar de la astucia para lograr sus fines» y yo no puedo evitar pensar que nuestro supuesto manejo en las tretas ocultas nació de la falta de poder que teníamos para poder actuar de frente, tal y como sí hacían los hombres, los cuales podían hacer y deshacer a su antojo y decidir sobre sus destinos e incluso los nuestros.Eugénie, pues, tiene sus propios deseos por primera vez. Está por ver hasta dónde alcanza su astucia o hasta dónde la quiere hacer llegar.Eugénie Grandet es una novela sobre la avaricia, como bien me hace notar Javier García Sánchez en el prólogo a la edición que yo leo de esta novela al escribir: «Balzac nunca se rebajaría a describirnos a un avaro, sino que él afronta el reto de hablar de la Avaricia». Pero si esta novela sobre la avaricia lleva por título Eugénie Grandet es porque «es la historia de esta mujer que no pertenece al mundo, aun en medio del mundo», «ese mundo en que, en una sola noche, se cometen de pensamiento y de palabra más crímenes de los que la justicia en las audiencias; ese mundo en que las frases ingeniosas asesinan las ideas más grandes, y en donde no pasa uno por fuerte más que cuando ve claro; y allí ver claro es no creer en nada, ni en los sentimientos, ni en los hombres, ni siquiera en los acontecimientos, pues hasta se crean falsos acontecimientos. Allí, para ser claro, es preciso pesar cada mañana la bolsa del amigo, saber ponerse políticamente por encima de todo lo que sucede; en principio no admirar nada, ni las obras de arte, ni las nobles acciones, y tener por único móvil el interés personal».Ilustración de Daniel Hernandez para Eugénie Grandet
He tildado a Eugénie de simple, aun conociendo la poco positiva connotación del término, así como a su madre y a Nanon. Creo que les debo y os debo una explicación. Simples son aquellos que no «tienen bastantes luces para comprender las corrupciones del mundo» pero también a veces se piensa equivocadamente así de aquel otro que, aun comprendiéndolas, renuncia a jugar al juego que impone el mundo por no compartir sus reglas nos escritas.«Es muy del carácter francés entusiasmarse, encolerizarse o apasionarse por las cosas del momento o por el acontecimiento de actualidad. ¿Será que carecen de memoria los seres colectivos y los pueblos?»Gilles leyó Eugénie Grandet y «comprendió entonces que cada novela que leyera lo ayudaría a entender la vida, a sí mismo, a los suyos, a los demás, el mundo, el pasado y el presente [...]; y cada acontecimiento de su vida le permitiría, asimismo, iluminar cada una de sus lecturas. Al descubrir esta circulación continua entre la vida y los libros, encontró la clave que daba un sentido a la literatura; pero, al mismo tiempo, [...] tuvo el presentimiento de que la vida, como los libros, era una fuente infinita de rebotes, de imprevistos, de secretos enterrados bajo las palabras, de que nada era inmutable y de que todo se transformaba sin cesar».
Yo leo Eugénie Grandet, una novela terminada de escribir en París en septiembre de 1833, en un imprevisto marzo de 2020 en el que más que nunca nos hemos dado cuenta de que nada es inmutable y comprendo que su lectura me ha ayudado a entender la vida, a mí misma, a los míos, a los demás, el mundo, el pasado y el presente. Tampoco descubro ni os descubro nada nuevo. Eugénie Grandet es todo un clásico y los clásicos, como es bien sabido, ostentan dicha condición por su eterna vigencia.
«Los avaros no creen en una vida futura, el presente lo es todo para ellos. Esta reflexión arroja una horrible claridad sobre la época actual, en la cual, más que en ningún otro tiempo, el dinero domina las leyes, la política, las costumbres. Instituciones, libros, hombres y doctrinas, todo conspira para minar la creencia en una vida futura, sobre la cual se apoya el edificio social desde hace mil ochocientos años. Ahora la tumba es una transición poco temida. El porvenir que nos espera después del Requiem ha sido trasladado al presente. Llegar per fas et nefas al paraíso terrestre del y de los placeres vanos, petrificar el corazón y macerarse el cuerpo para obtener posiciones transitorias, igual que antes se sufría el martirio de la vida para obtener los bienes eternos, es el pensamiento general, pensamiento por lo demás escrito en todas partes, hasta en las leyes que preguntan al legislador: «Y tú ¿qué piensas?» Cuando esta doctrina haya pasado de la burguesía al pueblo, ¿qué será del país?»
Ilustración de Daniel Hernandez para Eugénie Grandet. Philadelphia: George Barrie & Son, 1897