En el siglo IV antes de Cristo, cuando los héroes y los dioses vivían entre los griegos, en Sicilia surgió un hombre que marcaría un capítulo aparte en la historia de la isla. Este hombre era Dionisio I, tirano de Siracusa, la ciudad que llegaría a ser por un breve período una de las más poderosas del mundo griego. Aunque gozaba del favor de una parte importante de los siracusianos, Dionisio tenía también muchos enemigos y por ello se hizo construir una fortaleza inexpugnable en la ciudad: el castillo de Euríalo.
Este castillo, aunque de él sólo quedan hoy las ruinas, es una de las fortalezas más impresionantes que conocemos del mundo antiguo. Era un bastión realmente inexpugnable, una obra defensiva formidable que servía de residencia y a la vez de cuartel general de Dionisio, un guerrero nato que extendió el poder de Siracusa por la mayor parte de Sicilia y parte de Italia.
Con tres fosos sucesivos, un triple muro defensivo, cinco torres y tres entradas muy difíciles de sortear, la fortaleza no fue tomada nunca en vida de Dionisio. Además de sus formidables defensas, contaba con grandes almacenes para almacenar provisiones, que permitían resistir durante semanas e incluso meses en caso de asedio; además de una red de pasadizos secretos que permitían moverse de una parte a otra del castillo sin ser visto. Lo más asombroso es que, según algunas fuentes, esta fortaleza se construyó en pocos meses.
Tras la muerte de Dionisio otros siguieron ampliando la fortaleza y adaptándola a las nuevas necesidades de la guerra, hasta que en época bizantina las piedras fueron usadas para construir otros edificios. Aunque esté en ruinas, sigue siendo uno de los lugares más visitados de Siracusa, una ciudad donde las glorias del pasado aún parecen respirarse en el aire.