Revista Opinión

Europa en 2017: entre el naufragio y la deriva

Publicado el 16 febrero 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Decía el economista Juan Torres que no importa solo si se sale de una crisis, sino cómo se sale de ella. La crisis de 2008 sigue marcando el ritmo de la política europea y, aunque muchos alaban los esfuerzos y la buena gestión del continente, que ha logrado revertir muchos de sus indicadores económicos sin desencadenar otra guerra mundial, no cabe duda de que el continente atraviesa todavía una dura resaca que amenaza con desbaratar el statu quo.

Cuando al alto funcionario de la Comisión Europea Van Dijk le encomendaron una proyección econométrica de la UE para 2017, se sintió envejecer. Puntual, inteligente, previsor y calculador, puso a su equipo en marcha en la elaboración de aquel informe, un documento plagado de gráficos, tablas, descripciones y previsiones económicas que, como él bien sabía, iban con toda seguridad a fracasar estrepitosamente en adivinar lo que estaba por ocurrir.

Los pies de barro del statu quo

Es 16 de agosto y las calles del barrio lisboeta de Alfama no podían estar más abarrotadas. Españoles, turcos, tunecinos e ingleses fotografían y desgastan los adoquines de la capital. También se ven turistas en las playas y en los principales destinos turísticos del país, que logra salvar el tercer trimestre con un crecimiento envidiable. Aunque con desconfianza, las agencias de calificación se ven obligadas a admitir que el Gobierno de izquierdas que tomó posesión de forma inesperada tras las elecciones de 2015 está cumpliendo con los objetivos de déficit a la vez que está revirtiendo las políticas de austeridad.

Lejos de comprometer la obligada estabilidad fiscal, el primer ministro socialista, Antonio Costa, quien tuvo que pactar con el Partido Comunista, los Verdes y el Bloque de Izquierdas, está logrando bajar el desempleo y dotar al país de los instrumentos necesarios para el crecimiento económico. Pocos analistas habrían adivinado que el Gobierno luso iba a lograr entrar con pie firme en el 2017 y convertirse, con España, en uno de los países más estables de la Unión Europea.

Marchamos de Portugal para atisbar la situación de su país vecino, España, que tras unas segundas elecciones se presenta con un Gobierno reforzado y una izquierda más dividida que nunca. Los indicadores económicos apuntan a una lenta pero sostenida recuperación económica. La austeridad sigue manteniendo una larga sombra en el reino; sus principales secuelas son el elevado desempleo, especialmente entre la población joven, y la preocupante mengua de la bolsa de las pensiones. Con todo, el presidente Mariano Rajoy se convertirá en uno de los pocos líderes que sobreviven a esta crisis.

Europa en 2017: entre el naufragio y la deriva
Rajoy y Merkel en diciembre de 2016. Fuente: AFP

Abandonamos la península ibérica —sobrevolando otro de los frentes abiertos del Gobierno central español, Cataluña— para pasar a uno de los principales protagonistas del 2017: Francia. Las elecciones en el país galo tienen el potencial de suponer un antes y un después para el proyecto europeo. Cavilar sobre quién ganará la segunda vuelta de las elecciones presidenciales es un reto que pertenece a los valientes, pero todo apunta a que Marine Le Pen pasará de la primera vuelta, y este hecho por sí solo, si se produjera, ya es desafiante para el statu quo de la Unión Europea, especialmente tras el embate del brexit.

Las primarias socialistas han dejado el destino del partido en el candidato Benoît Hamon, que puede traer aire fresco a la campaña, pero que tendrá el difícil reto de unificar a la izquierda y superar el desgaste de la Administración Hollande. En el centro ha aparecido el joven Macron, quien podría adelantar al hasta ahora favorito Fillon, político conservador que en los últimos tiempos se ha visto salpicado por un caso de corrupción que ha dañado gravemente su popularidad.

Marine Le Pen, aunque comparte con su padre Jean Marie un discurso de confrontación con la clase política y anti-establishment, ha conseguido dejar atrás las pesadas consignas antirrepublicanas que limitaban el éxito político del partido y lo vinculaban con el antisemitismo nazi y los pies negros. En vez de ello, se ha adueñado de los valores republicanos franceses, “secuestrados por una clase política que ha olvidado a su pueblo”.

Para ampliar: “Frente Nacional: el primer partido de Francia”, Adrián Albiac y Luis Jiménez en El Orden Mundial, 2015

Cuando Marine se puso al volante del partido, tomó la decisión de abandonar en parte el discurso xenófobo, especificando que no debe confundirse el rechazo a la inmigración masiva con el racismo, y empezó a centrar sus esfuerzos en la cuestión económica. Como desvelaría la crisis, Francia había adaptado su sistema económico a las exigencias de Bruselas abandonando su tan preciada soberanía nacional y sus intereses en favor de Alemania y el capital.

Su afinidad con el presidente Putin, un representante que, a sus ojos, de verdad defiende a su pueblo, junto con su intención de salir de la OTAN, un instrumento militar que ve obsoleto y que interpreta como una herramienta de poder de Estados Unidos, suponen un cambio de dirección en la política exterior francesa. De salir victoriosa en las elecciones, la pregunta que resonará en todos los rincones de Bruselas será inevitable: ¿qué será de Europa sin Francia?

No es el primer caso en el que la extrema derecha le pisa los pies al establishment: cual déjà vu, esta situación recuerda a las elecciones austriacas de 2016, en las que finalmente venció el candidato verde Van der Bellen, lo que no hace olvidar que hubo una diferencia de menos de ocho puntos porcentuales cuando todas las fuerzas políticas se unieron contra la amenaza que suponía a sus ojos Norbert Hofer.

Si se le pregunta por el frexit, la candidata se muestra convencida de que todos los países deberían convocar un referéndum sobre la permanencia en la UE, algo esencial en una democracia que merezca tal nombre, en su opinión. En una entrevista para la BBC, Le Pen se refería a los resultados de los referéndums convocados en los últimos años para mostrar la brecha entre élites y pueblo, con los primeros sorprendidos y sobrepasados por los resultados de plebiscitos que ellos mismos convocaron. Esta idea nos lleva a dos países mediterráneos con sinos bien distintos.

Por un lado, Grecia, donde el Gobierno convocó un referéndum que avaló su firme posición frente a Bruselas en los términos del rescate y que lo situó al borde del grexit.  Quizá por lo sujeta que estaba la economía griega a Alemania y Bruselas o quizá porque el equilibrio de fuerzas en Europa no cambió como este líder esperaba, Tsipras tuvo que dar marcha atrás y aceptar unas condiciones que no distaban mucho de las que el pueblo había rechazado. La división de su coalición y la continuación de las políticas de austeridad pesan ya sobre el actual Gobierno griego, que se mueve entre la diversificación de sus relaciones comerciales con Rusia y China, la hoja de ruta marcada por la izquierda portuguesa y la dura mirada de los hombres de negro y las agencias de calificación.

En el punto de mira desde hace ya dos años, el sistema bancario italiano se mantiene inesperadamente como un castillo de naipes ante la tempestad. Un rescate italiano sería una verdadera catástrofe para la lenta recuperación europea, especialmente en un ciclo electoral tan imprevisible como el actual. En 2016 el Gobierno italiano también se atrevió a convocar un referéndum, bastante diferente del griego, con el que se buscaba conferir estabilidad al sistema político italiano a través de un cambio que favoreciera a las fuerzas mayoritarias y redujera el peso político del Senado. El resto de las fuerzas utilizaron esta consulta como un plebiscito de apoyo o rechazo a Renzi, quien no se había presentado nunca a las urnas. De nuevo, un error de cálculo de un líder que protagonizaría los periódicos del día siguiente: Italia también enfrentará unas elecciones en 2017 en las que el Movimiento Cinco Estrellas, una de las fuerzas ganadoras del referéndum, buscará aumentar su poder a codazos.

Para ampliar: “La aparición de las estrellas en el horizonte político italiano”, Marcos Ferreira en El Orden Mundial, 2016

Aunque se suelen meter en el mismo saco, el discurso tory —conservador británico— a favor del brexit tiene tintes muy diferentes al representado por Le Pen. La cuestión migratoria y los gastos que suponía el proyecto europeo fueron los principales argumentos en la campaña del referéndum en Reino Unido. Bien es cierto que muchos británicos critican las deficiencias democráticas de la Comisión Europea, pero la voluntad expresada por Theresa May de promover acuerdos de libre comercio bilaterales aleja a los británicos de la postura más proteccionista de los principales grupos antieuropeos y euroescépticos continentales. Siempre sagaces, los británicos saben que es inteligente alargar la negociación con Bruselas hasta ver los resultados de las elecciones francesas. Las condiciones que Europa puede imponer para su salida pueden ir de la represalia ejemplarizante a la benevolencia indiferente. Desde el no al Partido de la Independencia (UKIP por sus siglas en inglés), las cuestiones territoriales escocesa e irlandesa y el acercamiento al Estados Unidos de Trump son temas que dividen y preocupan a los británicos ya en el corto plazo.

Europa en 2017: entre el naufragio y la deriva
Fuente: New York Times

¿Alimentando el choque de civilizaciones?

Pasamos de puntillas por una Bélgica inserta en un grave problema de radicalización —es el país europeo con más yihadistas per cápita— para pisar tierras neerlandesas. El 2017 de Países Bajos tiene poco que envidiar al de los galos: las elecciones en marzo presentan una perspectiva poco halagüeña para la izquierda y para los europeístas integrales. El candidato de extrema derecha Geert Wilders parece encabezar las encuestas, que lo alternan entre la primera y la segunda fuerza política. Wilders lleva muchos años en el Parlamento y su formación, el Partido de la Libertad, apoyó al Gobierno del actual primer ministro Mark Rutte antes de las elecciones de 2012.

Europa en 2017: entre el naufragio y la deriva
Los líderes de la extrema derecha que concurrirán en elecciones durante este año: en primer plano Frauke Petry (Alemania) y a su derecha Marine Le Pen (Francia); detrás a la izquierda Matteo Salvini (Italia) y en el centro Geert Wilders (Holanda). Fuente: Politico Europe

Wilders, quien retiró su apoyo a Rutte debido a unas reformas presupuestarias exigidas por Bruselas, ha encontrado un importante apoyo en Thierry Baudet, un famoso periodista y publicista neerlandés de la derecha que ha guiado al candidato en su transición del liberalismo económico a una suerte de proteccionismo al estilo lepenista. La defensa de las pensiones y de los trabajadores se unen al discurso de defensa de la libertad, los derechos de la mujer y los homosexuales frente a la gran amenaza, el islam, un discurso que integra aspectos nacionalsocialistas con una profunda islamofobia que ya han llevado a Wilders a los juzgados en alguna ocasión.

Es bastante posible que el temido candidato no llegue a formar gobierno y que se componga de una coalición multicolor que busque evitar su llegada a la cúpula. No obstante, el poder que ejerce este partido ya se siente. El número de escaños que ocupa es una señal de ello, pero la mayor prueba es el cambio de discurso de Rutte, del centroderechista Partido Popular de la Libertad y la Democracia, quien asume muchos de los argumentos de Wilders en temas de inmigración e incluso con respecto a la gobernanza del euro y los free riders —‘consumidores parásitos’— del sur de Europa. Aunque Países Bajos sea uno de los Estados que mejor entró y salió de la crisis, parte del euroescepticismo comenzó en los peores años de aquella, cuando se popularizó un discurso que achacaba los males del país al desigual trato que recibían los países europeos, de tal forma que quedaba el peso sobre las espaldas de los más “eficientes”. El sujeto de la culpa ha ido cambiando del sur de Europa a la población musulmana, pero el objeto de la acusación permanece.

En apenas una hora de avión llegamos a la capital alemana. Berlín nos recibe con nieve y un jugoso año electoral. Por lo pronto, Merkel quizá deba aplazar sus planes de retiro por temor a una victoria del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania. La poderosa canciller había visto a este partido adelantar a la democracia cristiana en las elecciones regionales en bastiones tradicionales de su partido y las encuestas muestran un progresivo acercamiento. Sin embargo, parece que la líder europea sobrevivirá junto con Rajoy a la tormenta de la crisis. En todo caso, aunque muchos de los partidos de extrema derecha en Europa no terminen gobernando, su discurso antieuropeo y antimigratorio pesará en las decisiones legislativas y ejecutivas de los Gobiernos, que interpretarán que una postura intermedia se traducirá en un mayor apoyo del electorado.

Si bien comenzaba ya después de 2008, la crisis de refugiados ha terminado de destapar la falta de cohesión y solidaridad de la UE. Los países periféricos se han visto a menudo desbordados por los flujos migratorios mientras el resto negociaban con todos los recursos a su disposición contra la política de cuotas, desde la llamada “solidaridad flexible” solicitada por Eslovaquia, Polonia y Croacia, con la propuesta de incumplir las cuotas a cambio de recursos, hasta la negativa directa de muchos otros países, que utilizaban el peligroso auge de la extrema derecha para rechazar las cuotas, como es el caso del grupo escandinavo.

Putin y Erdoğan entran a jugar en la liga

Europa en 2017: entre el naufragio y la deriva
Los dirigentes ruso y turco en marzo de 2016. Fuente: MIA

De los tensos ciclos electorales pasamos a las refriegas fronterizas. No puede terminar este viaje por el Viejo Continente sin tocar la cuestión de las relaciones con Rusia. La región del Báltico recibe el año con nuevas tensiones con el vecino ruso. En los tres países bálticos, se advierte una circunstancia que recuerda un poco a la de Crimea tiempo antes de su anexión: los poderes regionales y estatales cercan cada vez más a las minorías rusas en pro de la defensa de lo nacional frente a los cercanos recuerdos de la invasión soviética. Mientras tanto, Putin se frota las manos ante lo que considera una invitación a intervenir.

Estas repúblicas y Kaliningrado son las fronteras directas entre Rusia y la Alianza Atlántica, por lo que en octubre se apostó por desplegar el mayor número de tropas desde la Guerra Fría con el objetivo de disuadir a Putin de una ulterior intervención. La militarización de esta frontera va en aumento y, aunque se ponía en duda que Trump —quien ha calificado a la OTAN de “obsoleta”— continuara con los ejercicios militares con los que se había comprometido la Alianza, parece que los tanques están llegando como se esperaba.

En la región de los Balcanes, la tensión también es palpable. Las provocaciones entre sus repúblicas se ven agudizadas por la lucha de influencias en la región. La Unión Europea tiene demasiados frentes abiertos y Turquía y Rusia husmean por la zona en busca de aumentar su cuota estratégica: los musulmanes albaneses y bosnios ven en Erdoğan un posible aliado y Rusia tiene en serbia y en la Iglesia ortodoxa un picaporte central para una mayor penetración. China entra con discreción en el juego de influencia con su baza más fuerte: su capacidad de inversión.

Las excepcionales condiciones en las que entró Grecia en la Unión Europea sentaron un mal precedente con el que luego Bruselas no ha sido coherente. Las exigencias para muchos otros países han sido mayores que lo fueron para los helenos; esto sugiere una arbitrariedad que alimenta la desconfianza en países como Serbia, Albania, Montenegro o Macedonia. El ya tradicional recelo a la entrada de Turquía en el proyecto europeo viene marcado por nuevas incoherencias: el pacto frente a las crisis de refugiados suponía la llegada de importantes ayudas al país y la ganancia de puntos de cara a su ulterior incorporación al proyecto europeo. El giro autoritario de Erdoğan tras el golpe de Estado vuelve a alejarlo de la perspectiva de una entrada en el corto plazo.

Nuevamente resuenan las críticas de arbitrariedad: mientras Europa propina duras críticas al Gobierno turco por su talante autoritario, parece evidente que al este del continente se está viviendo un proceso de orbanización. El ejemplo más claro es Polonia: la vulneración de derechos humanos, la xenofobia y el quebrantamiento de la separación de poderes se convierten en un nuevo hacer habitual y las demandas ante el Tribunal de Estrasburgo no paran de crecer. Por su parte, Putin ha logrado tener un nuevo aliado en Bulgaria desde que Rumen Radev tomó posesión del cargo de presidente en enero. Su discurso, con un fuerte cariz nacionalista y antimigratorio, se suma al devenir autoritario de los anteriores.

Cansados de llamar a las puertas de Europa unos y descontentos una vez dentro del club otros —como Bulgaria o Hungría—, muchos Estados se acercan a líderes como Putin y Erdoğan, en los que ven una fuente de autoridad con un margen de actuación del que los líderes europeos dicen carecer.

Tiempos interesantes

Una de las grandes paradojas del proyecto europeo es que el aumento del número y el tamaño de las instituciones públicas no se ha traducido en un mayor poder de lo público o estatal frente a los poderes económicos, sino todo lo contrario. Independientemente de lo que termine sucediendo en las urnas, es palpable la gestación de un nuevo ciclo en el continente donde los márgenes de lo discutible se amplían y las posibilidades de lo político se enfrentan a los límites de lo económico.

Por lo pronto, debemos empezar a remangarnos en lo que parece la materialización de la famosa imprecación china: “¡ojalá que te toque vivir tiempos interesantes!”.


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