¡Cuánto más fácil parece ser estremecerse ante los sufrimientos de gentes que vivieron muchos años atrás -aunque no tantos...- que ante los de aquellos que llaman a nuestras puertas hoy mismo! Uno se pregunta de qué sirve la Historia, si alguna vez aprendemos de ella. Se diría que no. Hace sesenta años, Europa vivía una grave crisis de refugiados, después de sobrevivir a una guerra atroz. Las instituciones europeas se crearon -o al menos eso creíamos- con la intención de evitar dramas humanos como aquel. Sin embargo, nada ha cambiado. Los mismo cuyos padres lo vivieron en carne propia, cierran la puerta a los hombres, mujeres y niños que huyen de la guerra y la destrucción. Europa, una vergüenza.
Lean, lean estos testimonios de testigos presenciales y verán si no les parece estar contemplando los telediarios de hoy mismo.
"¡Desechos humanos! Mujeres que habían perdido a sus maridos e hijos, hombres que habían perdido a sus mujeres; hombres y mujeres que habían perdido sus hogares y a sus hijos; familias que habían perdido enormes granjas y fincas, tiendas, destilerías, fábricas, molinos, mansiones. También había niños pequeños que vagaban solos, cargando con un hatillo, llevando una patética etiqueta pegada. Sus madres habían sido separadas de ellos por algún motivo, o bien habían muerto y habían sido enterradas por otras personas desplazadas en algún punto al borde del camino."
(William Byford-Jones, un oficial del ejército británico destacado en Alemania en 1945, citado por Tony Judt en Postguerra.%20Una%20historia%20de%20Europa%20desde%201945">Postguerra)
"Viajaba con una multitud de refugiados compuesta de grupos separados que parecían no mezclarse unos con otros. Su grupo lo formaban unas 20 personas, muchas de ellas polacas. La gente del lugar que pasaba por el camino distaba mucho de simpatizar con su difícil situación. [...] En otros momentos, les negaron el agua, los perros les atacaban y, como eran polacos, hasta les echaban la culpa de empezar la guerra y hacer caer esta completa desgracia sobre Alemania."
"En la estación de ferrocarril: Hay refugiados tendidos en todos los escalones y uno tiene la impresión de que no levantarían la vista ni aunque sucediera un milagro en medio de la plaza; tan seguros están de que no sucederá ninguno. Se les podría decir que más allá del Cáucaso hay un país que los acogerá y entonces ellos reunirían sus pertenencias sin fe ninguna. Su vida es sólo una ilusión, algo ficticio, una espera sin esperanza, ya no sienten ningún apego por ella; sólo la vida sin esperanza continúa adherida a ellos, como un espectro, como un animal invisible y famélico que los arrastra por las estaciones de tren tiroteadas, noche y día, bajo el sol y la lluvia; respira en los niños dormidos que yacen sobre los escombros, con la cabeza entre los bracitos consumidos, acurrucados como embriones en el seno materno, como si quisieran retornar a él."
(Max Frisch, "Frankfurt, mayo de 1946", recogido enEuropa%20En%20Ruinas%20(Entrelineas)">Europa en ruinas)
"Los médicos que han informado a los periodistas extranjeros sobre los hábitos alimenticios de estas familias explican que lo que cocinan en esas cacerolas es indescriptible. En realidad no es indescriptible, del mismo modo que toda su existencia no es indescriptible. Esa carne sin nombre que consiguen de una u otra manera o las verduras sucias que han sacado de Dios sabe dónde no son indescriptibles, son extraordinariamente repugnantes, pero lo repugnante no es indescriptible, tan solo es repugnante. Del mismo modo se puede refutar a aquellos que dicen que los sufrimientos que los niños deben soportar en esos sótanos son indescriptibles. Si uno quiere, se pueden describir maravillosamente: el que está de pie junto a la estufa con el agua hasta los tobillos simplemente lo deja estar, se dirige a la cama donde están los niños que tosen y les ordena que se larguen a la escuela inmediatamente. Hay humo, frío y hambres en ese sótano, y los niños, que han dormido completamente vestidos, ponen los pies en el agua, que casi les llega a la caña de sus botas agujereadas y atraviesan el pasillo oscuro del sótano en el que hay gente durmiendo, las oscura escaleras arriba, donde también hay gente durmiendo, y salen fuera al otoño alemán húmedo y frío."
(Stig Dagerman, "Alemania, otoño de 1946", recogido en Europa en ruinas)