En los últimos meses las noticias políticas internacionales de Europa Occidental se han centrado de forma exhaustiva en Estados Unidos y su correspondiente carrera hacia la presidencia. Este hecho ha dejado desapercibido los importantes movimientos políticos que han transcurrido en el antiguo bloque soviético, un acercamiento sin precedentes a la Rusia de Vladimir Putin.
Rusia parece haber cambiado de forma imperceptible su modus operandi a la hora de aumentar su influencia en su espacio limítrofe en este 2016. El país eslavo ha conseguido seducir políticamente a muchos países del antiguo bloque socialista que habían apostado, ya sea en las dos últimas décadas o bien recientemente, en la Unión Europea y Estados Unidos. La crisis financiera y las medidas de austeridad, la corrupción de los partidos europeístas y las promesas incumplidas junto a un descenso del nivel de vida de la clase obrera, ha generado un coctel económico, político y social del que Putin ha sabido sacar partido: el euroescepticismo postsoviético. Un nuevo movimiento liderado por enemigos ideológicos naturales, como lo son nacionalistas y comunistas, que han sabido encontrar el nexo que los une, Rusia.
Y tras hacer un breve análisis de las últimas elecciones en Europa del Este, se puede afirmar que la estrategia del gigante eslavo empieza a dar sus frutos. Dejando al margen casos como Bielorrusia, fiel aliada de Putin, nos encontramos en el 2016 varios casos remarcables.
En países como Serbia las elecciones de Enero tuvieron un final amargo para los europeístas. El partido del gobierno, que había impulsado finalmente la integración con la UE, se dejó cerca de 40 escaños que fueron a parar principalmente a manos de los sectores ultraderechistas prorrusos, casi desaparecidos en la anterior legislatura, pasando de 19 a 35. Esto no fue un caso aislado, puesto que en Octubre la Alianza de los Patriotas entro como tercera fuerza en las elecciones al parlamento de Georgia, siendo el primer partido prorruso en obtener representación tras las revueltas de trasfondo europeísta de 2003. Finalmente Moldavia, apenas un mes más tarde, viró de nuevo hacia Rusia tras la elección de Igor Donon como presidente gracias a los apoyos del Partido Comunista y el Partido Socialista. Siendo los dos últimos casos de gran relevancia, teniendo en cuenta que tanto Georgia como Moldavia tienen territorios ocupados de facto por Rusia.
Esto no debe hacer pensar que este fenómeno es meramente un cambio de rumbo exclusivo de estados que, aunque se estaban alineando en los últimos años hacia la UE, no formaban parte del proyecto europeo. En realidad, el movimiento también empezó a fraguar de forma sutil en las fronteras intracomunitarias desde mediados de 2015 hasta la actualidad. En países como Estonia, los partidos europeístas se han visto obligados a unirse en grandes coaliciones de gobierno tras las elecciones del pasado año para contrarrestar el auge del Partido Centrista, formación cercana al Kremlin que se ha afianzado en la segunda posición. Mientras que en Bulgaria el independiente Rumen Radev, hace apenas un par de semanas, consiguió la presidencia del país gracias al apoyo de ultranacionalistas y comunistas con casi el 60% de los sufragios, dejando muy atrás a la candidata oficialista que obtuvo el 38%.
Bielorrusia, Letonia (2014), Estonia, Serbia, Georgia, Bulgaria… en conjunto, una lista de países ex socialistas cada vez mayor que vuelven a entrar en la órbita de Moscú. Vladimir Putin ha conseguido penetrar como nunca antes en Europa del Este, haciendo que sus candidatos salgan vencedores o progresen allá donde se presenten. Su intervencionismo político, inteligentemente adaptado al contexto europeo actual, ha sabido hacer converger a todas aquellas voces euroescépticas en un rebaño donde él es el pastor, no dudando en usar la fuerza en aquellos países que inesperadamente se salieran del guion planteado, como sucedió en Ucrania.
Si a todos estos sucesos europeos le añadimos el aislacionismo declarado del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la situación parece que se pueda desarrollar en mayor profundidad. Más aún cuando el republicano, del cual no es ningún secreto la buena sintonía que tiene con su homólogo ruso, ha cuestionado en más de una ocasión si defendería o no a los miembros de la OTAN del Este de Europa en caso de injerencia extranjera si ellos no hacían más por defenderse.
Será difícil averiguar a corto plazo hasta dónde llegará la nueva ola de movimientos prorrusos en Europa o, según como se observe, hasta dónde Putin quiere llevar dichas oleada. Lo único que se puede afirmar hasta la fecha es que el gigante dormido ha despertado y no parece tener ni frenos internos, tras la gran victoria de Rusia Unida en las elecciones parlamentarias de 2016; ni externos, tras la elección de Donald Trump en EEUU y la estancación social y económica de la UE, sucesos que van a seguir permitiendo el crecimiento del euroescepticismo entre los ciudadanos de Europa Oriental.