Lo de Eurovisión es un fenómeno singular, inquietante y magnético.
Una vez al año los europeos nos damos cita alrededor de la televisión, no sé cómo será la tradición en otros países europeos como Australia, pero en España la cosa va de criticar con más o menos gracia. Internet le ha dado un empujón a Eurovisión ya que ha conseguido multiplicar esa crítica (cargada de sarcasmo e ironía) hasta el infinito. Internet es el arma perfecta para ese crimen perfecto que ha sido Eurovisión 2017.
El plasco (mezcla de placer+asco) es una de las sensaciones más vivas durante las actuaciones. Es un circo de freaks, una oda al horterismo en todo su esplendor, pero esa noche no importa. Por ejemplo este año…caballos, monos, gallos…coreografías de Lidl puestas en escena en un macroespectáculo de factura impecable. Un auténtico solomillo de mierda de proporciones bíblicas ni siquiera aquellos que los disfrutamos sabemos explicar el porqué de su atracción.
Hace muchos años al salir del colegio quedaba con unas amigas en un céntrico café de la ciudad. Es un café de dos pisos, al lado de la Plaza de la Herrería, y desde allí mis amigas observaban la plaza desde un punto de vista privilegiado. ¿Qué hacían? Criticar tras la indestructible trinchera que proprciona una puta ventana a todo aquel que pasaba. ¡Ojo! No era por maldad, era como un juego. “Mira esa que pantalón lleva que parece un payaso”. “Mira ese que pinta de pajillero” (y a lo mejor era yo que estaba llegando al local).
Eurovisión es eso, pero a lo bestia.
Nos encanta criticar, nos pierde el fracaso patrio ( incluso si es merecido como en este caso). Es nuestra manera de pasarlo bien en estas ceremonias. Y yo me apunto. De cabeza.
Por ejemplo:
Manel Navarro. ¿Qué es esto? Nos quejábamos del Chikiliquatre y este año llevamos cinco. Qué vergüenza. Imagínate que eres un alemán, un sueco o un holandés y ves a nuestros políticos hablando inglés y después a este desastre en Eurovisión. ¿Qué harías? Pues qué vas a hacer: Brexit.
La culpa no es del chaval, la culpa es del que lo eligió. Este argumento vale para casi todo en nuestro país.
Qué manía nos ha entrado con meter una estribillo mal pronunciado en inglés. Con lo sencillo y universal que es un la, la, la o un na, na, na…A U2 o Massiel me remito.
Criticar por criticar
Rumanía con sus tiroleses que eso debe ser como si sale un sudanes vestido de torero, el croata que era un Pavarotti de Hacendado, Emidio Tucci participando por Suecia, el simio italiano que cuando lo ves dices: “Esto solo pasa en Eurovisión”, la cantante de Inglaterra que parecía que se estaba desangrando o la representante belga más inexpresiva que una mano sin dedos… Las RRSS echan humo.
Las votaciones
Las votaciones merecen capítulo aparte. Yo creo que lo que nos mola en realidad es la pantalla con las banderitas. Las votaciones son en muchos casos un auténtico Risk musical: alianzas, traiciones, dipuás.
Y qué me decís de los colegas de los artistas, esos que están en las mesas y que estoy investigándolo, pero casi puedo confirmar que son los mismos año tras año. Solo le cambian al artista. Es como el show de Truman, pero en un montón de idiomas.
España se quedo con unos merecidísmos cero puntos (cinco si contamos el televoto, pero no lo voy a contar). A mi hijo le dieron tres puntos en la cabeza a las diez de la mañana. Le dije para consolarlo que podía ser peor y le enseñé una foto de Manel Navarro. Recuperó la sonrisa por un segundo, pero enseguida arrancó a llorar con más fuerza.
Espero con ansia el próximo festival con la lengua afilada y los oídos sangrantes.
Enhorabuena a Portugal. A ver si se nos pega algo.