Las circunstancias parlamentarias permitirán el debate de la despenalización de la eutanasia en el Congreso de los Diputados. Los números cuadran y parece posible una revisión del Código Penal en este sentido. Si el Congreso español y su democracia no fueran lo que realmente son, un debate sano y abierto sobre cualquier figura legal siempre es de agradecer, máxime cuando de lo que se está debatiendo es de algo tan importante como quien es realmente el dueño último de la vida de una persona.
Un testamento vital, de la misma manera que uno que determina el destino del legado material del finado, puede y debe ser un documento al que nos enfrentemos en un momento determinado de la vida. “A mi que me desconecten” – o no – o “que me duerman” o “que fulano me eche una mano” se deja por escrito y evitamos a nuestros familiares tomar decisiones para las que rara estarán preparados. Si la vida es de cada cual, a cada cual corresponde la decisión de ponerle o no fin, cuando la cosa pinta torcida. No caben matices aquí. La dicotomía entre ser libre o esclavo de un sistema con el bien más preciado, la vida, es lo que se pone sobre la mesa cuando hablamos de eutanasia. Si la decisión está tomada por uno y puesta negra sobre blanco, solo queda el respeto, ni peros, ni ambages.
Si el Congreso español y la democracia no fueran lo que realmente son, tendríamos unas directrices sencillas sobre lo que acabo de decir. La vida es de cada cual y a cada cual corresponde decidir sobre ella y si no hubo decisión previa deciden los descendientes, luego los ascendientes y finalmente consanguíneos de primer y segundo grado. No hay mucho más. Pero nuestro congreso y nuestra democracia son lo que son y lo que yo me he despachado en tres líneas, porque no es necesario mucho más, se convertirá con total seguridad en una redacción más enrevesada, complicándolo y cargándolo de un garantismo baladí, que en España es lo mismo que decir más burocracia. El final que me barrunto es que su vida y la mía, en el momento más inoportuno, pasarán a ser del Estado.
Cuando lo más necesario es devolver la competencia al individuo – no se me ocurre cuestión sobre la que una persona tenga más competencias que sobre su propia vida – el Estado regula y hace leyes. Leyes que acaban siendo interpretadas por fiscales y jueces y la lógica se diluye. Algo tan sencillo de exponer y tan evidente de entender como que la vida es cosa del que la vive acabará convertido en una intrincada perorata legal con más agujeros que un queso emmenthal. Ya es gordo que no nos dejen en paz durante la vida, que tampoco nos dejarán en paz durante la muerte. Son los tiempos en los que nos ha tocado vivir. O morir.
Publicada en DesdeElExilio
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