Al final de una pasillo decorado con un auténtico papel vintage. Una anciana yace postrada en una cama de una gris y poco iluminada habitación. Las ventanas como siempre cerradas y la ventilación brillando por su ausencia. Recuerdo saunas menos calientes que ese lugar. Un olor a humanidad nos invita a salir, pero estamos de guardia y es parte de nuestro trabajo.
Abdomen globuloso, tez pálida y unos hundidos ojos azules roban mi atención desde que entro.
Gime suavemente e intenta decirme algo. Me doy mi tiempo, todavía no enfrento esa mirada.
Buenas constantes, carpeta repleta de informes y en seguimiento a domicilio por cuidados paliativos. Hace ya algunas lunas que le suspendieron la quimioterapia y ahora sólo espera que mientras la muerte se decida a visitarla, el dolor la haya abandonado.
Su marido a milímetros de su piel, como un fiel compañero. Unos ojos ciegos de amor, incapaces de ver la gravedad en la que se encuentra su cónyuge, le ocultan sagazmente la cruel realidad. Para él, ella sigue siendo la misma joven de pelo corto y fuerte carácter que lo cautivó hace ya algunas bodas de plata.
Nos avisan por dolor, la medicación prescrita ayer, hoy ya es insuficiente. Palpo su abdomen inevitablemente distendido, unas vísceras endurecidas como piedras acompañan un hipofonético corazón que se está quedando sin bateria. Retiro el fonendoscopio de mis oídos y ya me atrevo a enfrentar esa mirada. Sus hundidos ojos color océano, se humedecen, su arrugada mano rápidamente atrapa la mía y escucho unas justificadas palabras que me suplican rotundamente “doctor, yo lo que quiero es morir”.
Nunca supe mentir, a no ser que sea piadosamente justificable, no es mi estilo. En ese momento pensé que yo en su piel hubiera dicho exactamente lo mismo, que a veces no es suficiente con solo vivir, sino que también es fundamental el como hacerlo. Miré a mi enfermera de vacaciones y le pedí gentilmente que le administrara media ampolla de morfina, sólo con fines analgésicos, en este país la eutanasia todavía no está permitida.
Le dije que con esa inyección descansaría y me despedí sabiendo que a veces hago lo que debo pero no lo que me gustaría. Dí un código al CCU y cerré el aviso.
Lo interesante de inventar una historia, es que el que la cuenta siempre puede cambiar el final y en ocasiones hacerlo éticamente correcto.
Lamento que todavía el poder de decidir hasta cuando continuar con nuestra vida, no nos pertenezca.
Eutanasia, ¿abrimos el debate?
{Continuará en el Libro Con Tinta de Médico, Reflexiones de un Médico de Urgencias adicto a la noche}