Revista En Femenino

Eva, adán, la tecnología y el baile de la roomba!

Por Puramariacreatriva

EVA, ADÁN, LA TECNOLOGÍA Y EL BAILE DE LA ROOMBA!

 

¡¡¡A BAILAR LA ROOMBA!!!

 

Como sabéis, soy psicóloga y, como dice reiteradamente mi amigo Rafa, doblemente titulada, una duplóloga. Es una manera guasona que él, canario con gran sentido del humor, tiene para explicar, oculto tras ese término de su propia cosecha, que aplico la psicología para “entender y ayudar a entenderse a los otros” y, por otro lado, para intentar entenderme…al menos durante un breve ratito…un día…una hora…

Según Rafa, yo, como ejemplar fetén de eva, podría servir para que los extraterrestres que, de acuerdo a lo que algunos cuentan, se preparan para visitar nuestro planeta, puedan realizar un estudio de campo profundísimo sobre las “rarezas y contradicciones” de la especie humana, la evísitica, para ser más concretos. Ya me imagino, sobre un sillón de metal, estilosísimo, a pesar de su minimalismo (animalismo, como dice la pobre de mi abuela Candelaria, que no deja de quejarse de que ahora hablamos de una forma “mu-mu-extraña-hija”, vestida con un mono de material textil increíblemente novedoso (si los extraterrestes de Ganímedes fueran adanes cachas y guapotes, no os voy a engañar, lo que preferiría sería un mono de plástico sutil y…transparente, aunque me picase el body como las braguitas de perlé que mi madre me hacía poner, cuando era una niña, la muy borde), alucinada, observando el exterior y, a la vez, siendo observada por los ganimedianos-boys, que, ya puestos a pedir, marcarían “paquete intergaláctico” con una escafandra estratégicamente ajustada…

Los ganimedianos, en una jerga incomprensible, algo así como cuando mi cuñada, excitada y a 3.000 rpm, ha ido de compras y pasa a relatarme TODO lo MUCHO que ha comprado por lo POCO que ha GASTADO, me harían preguntas y anotarían, utilizando un artilugio de “extracción sutil, suave e indolora” de respuestas y un artefacto anotador de conclusiones, las dichas con palabras y las mentales, esas que se piensan pero que no salen de la boquita, por si las flies.

Harían un estudio de eva-terráquea y…bueno, si las películas extraterrestrosas tienen algo de obras bien documentadas …los ganimedianos, empezando por el ejemplar de 2 metros de alto y + de 20 centímetros de “ganímedez corporal” (eufemismo que todas entenderéis) querrían “conocerme a fondo” y mantener conmigo un “encuentro en la tercera fase”…en fin…suspiro…aunque lo suspiros no pueden transcribirse porque mi teclado es masculino y contradictorio (se llama LOGITECH, nombre propio masculino, EL LOGITECH y masculino y “LOGI”, de Lógico…no pegan nada de nada)

A lo que iba…

Abro mi consulta tres tardes a la semana, la cuarta tarde me dedico a llamar a mis amigas para “consultarme” a mi misma, a través de ellas, después de haber consultado a evas que, cada vez más, llegan un poco-mucho rebotadas del mundo y con las ideas, también un mucho, más claras y niños que, os lo cuento de manera literal, están a punto de ser “engullidos y antropófagocitados” por sus madres y padres, porque desquiciarían incluso a una estatua si les quitasen la sps o cómo narices se llame ese artefacto con el que juegan com-pulsi-vamente (vamos, sin que les tiemble o cambie el pulso).

 

Hay otra tarde en que la que practicaría el “madre-canibalismo” sería yo: me quedo con mis gemelos y después de haberles dicho mil veces y una un ¡NO! XXL ante sus deseos IRREFRENABLES de comer, al menos, una docena de huevos kinder …cierro los ojos, respiro, inspiro, expiro, suspiro y…me piro para no ingerírmelos, entre sus chilliditos de “no finalistas en operación triunfo” y el movimiento, perpetuo y constante, de sus patitas.

Ayer fue día de consulta y …de sorpresa.

La previsión era una tarde tranquila, dentro de la “normalidad” que puede tener una consulta en la que todos, la psicóloga incluida, padecemos el síndrome del “ay-es-que-no-tengo-tiempo” o el de “no-no-qué va-para-nada-nada-estrés?-qué-qué-va-no-tengo-prisa-cuánto-tiempo-suele durar-la-consulta?”, entre otros. Natalia, mi ayudante, me hizo una seña tan extraña como incomprensible:

 

-“C.G.P, paciente de cuarenta años, primera vista…te la paso ya?”

 

Lo dijo con una voz tan acelerada y una rapidez tan extrema, y más en ella que practica, entre otras artes, la terapia zen, el yoga zan, la meditación zón y la relajación zum, que me preparé para una de esas visitas que dejan impacto. Antes de contestarle con el habitual gesto-contraseña de afirmación, agito mi boli-con-mariposa-de-papel-de-colorines-pegada-con-letrero-te-queremos-mami”, regalo de los gemelos, me planteé que, con lo raritos que nos estábamos volviendo todos y todas, a lo mejor, los extraterrestres ganimedianos no estaban por llegar, sino que ya estaban instaladísimos en la Tierra: éramos nosotros!!!

La puerta se abrió, agitadamente y, también agitadamente, entró en la sala una mujer agitada, de gestos agitados, con gafas y un bolso enorme.

“Vaya, pensé, no puede ser tan rara, lleva un bolso como los bolsos de las evas normales…!un bolso-casi-maleta!

Tomó asiento sin que yo le dirigiese la palabra. Era como si ella funcionase con un reloj que iba a mil por hora y yo, que soy para mi esposo “un-motor-de explosión-a-veces-con-explosión-broncosa”, lo hiciese con un reloj de arena.

Era la primera vez que yo me sentía, al lado de semejante huracán humano, casi como una practicante de “Tai-chi Chi-Qum Chim-púm Cata-púm”.

No fue necesario pedirle que me relatase cuál era su problema: el caudal del Amazonas se quedaba corto si lo comparábamos con el torrente tremendo de palabras que comenzaron a salir al exterior. En cada frase, e incluso a mitad de algunas de ellas, había un “concierto gestual” que pasaba por quitarse y ponerse las gafas, doblar las patillas (las de las gafas, no las de ella), mover los brazos y, de un modo ininterrumpido, mover el pie derecho y golpear con él el suelo. Al cabo de algunos de los párrafos-interruptus, con los que aquella  versión femenina pretendía “con-tár-me-lo-To-DO”, empecé a entender un poco de qué iba la historia.

C. sufría un cuadro (y estaba hecha un ídem porque, según me explicó, no era capaz de llegar con calma hasta su armario, abrirlo, echar un vistazo a sus milecientos conjuntos, decidir, sin utilizar ninguna quiromántica, cuál se ponía y, finalmente vestirse) de estrés postraumático y post-de-todo de grado 1.000 sobre 100. Todo había comenzado, según ella, cuando apenas un mes antes, su esposo, al que llamaba curiosamente por la inicial de su nombre, Jota, había decidido realizar una compra que había cambiado su vida, la de él, la de ella y, yo creo, que la del planeta, en caso de que la adquisición se contagiase al resto de adanes y se extendiese por Europa, Asia, América y…

Parecía ser que el esposo, ella decía JO-TA, así, silabeando, era un entusiasta de la técnica y la tecnología, un amante y entendido de artilugios y artefactos, además de, según mi paciente y sus movimientos mil, un “chico estupendo-cariñoso-y-habitualmente-muy-detallista”. Habían incluso recibido la visita de un comité de japoneses curiosos y sorprendidos que, por no sé qué motivo, ya que cuando trató de explicarlo, mis ojos se centraron más que en su relato en los cuatrocientos-mil movimientos de gafas-sí-gafas-no-estas-gafas-las gafeo-yo, habían acudido a comprobar “in situ” el “domicilio en que el númelo de oldenadoles y apalatos electlicos y memolias externas y discos dulos y “hache-de-me-ies” por metlo cuadlado” era superior incluso a la media en las instalaciones científicas de Silycon Valley: su casa.

 

Jo-ta, para evitar que su eva tuviese que hacer la limpieza del “hogal”, perdón, quise decir hogar, que ya se me había empezado a contagiar la japonesidad, había decidido, impulsado por su pasión por lo tecnológico, comprar un robot de limpieza.

C. abrió su mega-bolsón, sacó un mega-monedero y me mostró una foto. pensé que se trataba de Jo-Ta, pero…no! Era una fotografía del dichoso robot, algo así como un platillo volante (de nuevo un signo ganimediano, pensé, joder, van a llegar los extraterráqueos esos y me van a pillar sin depilar) que giraba enloquecido, según me explicó, por todo el suelo de la casa y se tragaba, literalmente, todo lo que pillaba a su paso. El robot, con nombre de estilo de baile cubano, un roomba, o algo así, giraba y giraba y no se detenía ni por asomo. Jo-ta le había intentado convencer, poniéndole unas trescientas veces el video promocional que venía en el CD de la caja, de que era “práctico, rápido y manejable, con el único objetivo de hacerle la vida fácil y evitar perder el tiempo con la limpieza”.

C. estaba de los nervios, cercana al colapso, ya que, para que el puñetero robot funcionase, Y LIMPIASE, en lugar de BAILOTEAR UNA VERSIÓN DE BREAK-DANCE pésima, se debían quitar de en medio todos los muebles, sí, TODOS, para que el rumboso artefacto no se detuviese frente a uno de ellos y comenzase a darse “ciber-cabezazos” contra, es un suponer, la pata de la mesa de caoba del comedor.

C. ya no se pasaba el día barriendo, escoba en ristre, ni aspirando, aspiradora en ídem. En su lugar, C. se parecía, cada vez más a una lanzadora de martillo rusa o una atleta de halterofilia: había desarrollado una musculatura, y una mala leche, considerables y ostensibles, porque todo era levantar y subir sillas, quitar y poner muebles y desplazar sofás y sillones:

-Parezco  la tercera del dúo Paco y Benito, no me ve?, me decía, con nerviosismo.

Para colmo, como no se atrevía a “descubrirse” ante su JO-TA y admitir que ella de “tesnologia” ná-de-ná y que no había logrado entender las instrucciones de JOTA ni las del manual de uso, escritas en un lenguaje muy raro (inglés, deduje yo)…pues se pasaba el día saltando como una cangura, perseguida, acosada, por el círculo de metal extraterrorífico, que le golpeaba la pierna, el tobillo, más concretamente, cada vez que se descuidaba e interfería en el camino  de limpieza y bailoteo del robot.

El problema de C., que había desarrollado ya movimientos tan automáticos, al estar intentando esquivar al artefacto, que se asemejaba sorprendentemente al robot, tenía 2 soluciones: el divorcio, contratar a un traductor para que le facilitase la traducción de las instrucciones rumberas  o…”inducir” a la “ciber-eutanasia” o “suicidio-robótico” del aparatejo en cuestión y, sin “darse cuenta”, darle un rumba-empujoncito, o cien, si fuese menester, por la escalera para que, “UY, amor, qué desastre tan inesperado”, el rumbero dejase de bailar la rumba de la limpieza y empezase a bailar la danza de los muertos…

Por la cara que puso C., yo juraría que ésta última opción fue la que le gustó de un modo particular, aunque no sé…tengo que llamarle para preguntarle qué ha sido del bailarín robótico de rumbas!!!!


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