Revista Opinión

Evitación

Por Ragonzalez
Evitación

Muy a menudo los médicos de familia nos quejamos de que nuestras consultas están atestadas de pacientes que demandan por problemas menores con cada vez más premura y ansiedad. Desde personas con síntomas de un catarro banal de corta evolución que exigen ser atendidas de forma urgente o acuden directamente a las urgencias hospitalarias hasta otras, con síntomas de enfermedades crónicas como dolor de espalda mecánico por artrosis, que exigen ser remitidas una y otra vez al especialista correspondiente para realizarse pruebas (la “resonancia” es ahora la palabra totem) porque no toleran el no estar asintomáticos o temen tener "algo malo" . A esto se une, cada vez más, una mayor afluencia de malestar psicológico ligado a problemas frecuentes de la vida para los que se pide tratamiento médico y psicológico. Otros muchos acuden, aún encontrandose bien, a realizarse controles analíticos ("lo más completos posibles"), cada vez desde edades más jóvenes, muy preocupados por la posibilidad de que les ocurra algo si no se los hacen con creciente periodicidad. El resultado es el crecimiento de una población cada vez más medicalizada, consumidora de fármacos, pruebas diagnósticas y opiniones de especialistas de todo tipo que no parece estar cada vez mejor sino que, por el contrario, aparenta estar cada vez más asustada, ser más dependiente, con cada vez más problemas iatrogénicos y con la vida más limitada e invadida "de facto" por las enfermedades que se trataban de mejorar o prevenir.

Muchos médicos tenemos la sensación de que la mayoría de estas intervenciones son inútiles y de que nos quitan tiempo y energía para atender con sosiego los casos auténticamente patológicos o realizar las actividades preventivas que realmente podrían beneficiarse de nuestra intervención. A veces culpabilizamos a los pacientes y achacamos al "todo gratis" o a las deficiencias de la educación sanitaria o al “sistema” una parte de estos males. Otras, atribuimos a los políticos falta de valentía para implantar reformas "auténticamente eficaces" (se supone que las hay) para acabar con el abuso del consumo inadecuado de servicios sanitarios. Pero el hecho es que cada día recetamos la mayoría de los medicamentos que nos ponen encima de la mesa, aunque sepamos que son ineficaces, porque algún otro médico los ha prescrito previamente o simplemente porque el paciente nos lo pide con insistencia; derivamos a especialistas sin justificacion clínica o pedimos pruebas diagnósticas innecesarias solo porque percibimos que si no lo hacemos el paciente no va quedarse tranquilo o nos va a crear problemas. Por otro lado participamos en toda la parafernalia de la medicalización y la creación de demanda social excesiva de mil maneras diferentes entre las que destaca la actividad de nuestras sociedades científicas o periódicos profesionales, cada vez más, una extensión de los objetivos de marketing de empresas con intereses económicos en el sector sanitario.

Muchos médicos de familia estamos frustrados de esta situación y damos palos de ciego haciendo poco más que gimotear autocompasivamente tomando café, sin acertar a comprender algunos de los procesos culturales y sociales que han creado el actual estado de cosas. Tampoco sabemos concretar que acciones podrían influir mejorar nuestro trabajo y nuestros resultados. Nos sentimos arrastrados por una ola que no podemos controlar lo que lleva inevitablemente a muchos, pasado cada vez menos tiempo, a una cierta resignación no exenta de melancolía.

Por eso me ha interesado el análisis del "malestar psicológico subclinico" que se hace desde laTerapia de Aceptación y compromiso eneste manual recientemente publicado. En él se argumenta que aunque la experiencia del sufrimiento (entendido como volver sobre las penalidades de la vida tal como uno las vive y/o poner en el presente el sufrimiento futuro) ha sido historicamente aceptada como parte intrínseca de la vida actualmente se trata por todos los medios de evitarla. Así aspirando a no sufrir nunca y por nada se ha terminado sufriendo más y por más cosas. La paradójico es que actualmente vivimos, en el mundo desarrollado, en unas condiciones de más seguridad y menos dolorosas que nunca pero sin embargo parecería que nos encontramos abrumados por cada vez mayor sufrimiento generado por ese mundo diseñado para buscar la felicidad evitando el sufrimiento con todo tipo de remedios. El malestar psicológico por todo tipo de problemas de la vida cotidiana parece haberse incrementado a la vez que se han multiplicado los servicios psicológicos ofrecidos para limitarlo. Lo mismo podría decirse de los servicios médicos. Nunca la población ha estado más sana y sin embargo cada vez es mayor la preocupación y el consumo de todo tipo de servicios médicos innecesarios.

El libro especula ampliamente en como el lenguaje, algo específicamente humano, parece estar en la base del sentimiento de infelicidad pero lo interesante es como pone de manifiesto el papel jugado por los valores sociales en alza en los últimos decenios, magnificados por los medios de comunicación, que han llegado a han equiparar salud a felicidad. Es decir, a identificar como salud (un derecho planteado como factible) a ausencia de dolor, de conflictos, de preocupaciones a la vez que a la exigencia de cierto estatus social o económico y un determinado aspecto estético, lo que ha llevado inevitablemente a considerar como enfermedad la presencia de sufrimiento o malestar de cualquier tipo. Sentirse bien se ha contrapuesto a sufrir, a enfermedad mental susceptible siempre de algún tipo de tratamiento. El sufrimiento siempre sería algo anormal y se emparejaría con sentimientos de impotencia e incapacidad con lo cual se viviría como algo contrapuesto a estar en disposición de actuar para hacer lo que se desea en la vida.

Sin embargo es un hecho que cualquier existencia humana va a tener dificultades, que cualquier acontecimiento o acción va a promover sentimientos ambivalentes, que conseguir cualquier objetivo conlleva una parte de malestar, que no todo puede salir bien ni podemos evitar las pérdidas o los riesgos de la vida. La cuestión no sería tanto lo que a uno le acontece sino las reacciones a lo que a uno le acontece. Y en el contexto de lo que para uno es valioso elegir reacciones que eviten siempre el malestar podría llevar a malestar, a una vida más limitada, a enredarse en lo que ellos denominan el síndrome de evitación existencial. El resultado de una filosofía de baja tolerancia a la frustración y un hedonismo de corto alcance, conceptos utilizados en la psicoterapia cognitiva de Albert Ellis.

Así, volviendo a tratar de comprender lo que ocurre con el excesivo consumo de recursos sanitarios, tendríamos: un concepto de salud utópico que etiqueta como enfermedad cualquier malestar físico mental o social; una concepción del cuerpo que permite pensar que puede estar enfermo aunque se sienta sano o con pequeños síntomas; un concepto de prevención basado en el modelo de factores de riesgo según el cual la mayoría de las enfermedades podrían prevenirse atajándolos a tiempo; una población con bajo nivel educativo en aspectos sanitarios (lo que incluye poca capacidad de autocuidados), con cada vez más baja tolerancia a la frustración, a la que se hace objeto de continua propaganda destinada a crear demanda de consumo por distintos grupos con intereses en el sector sanitario; un sistema sanitario público concebido como una respuesta al derecho a la salud y como un servicio que puede ser usado como un bien de consumo por los que “lo pagan”; unos profesionales sanitarios formados exclusivamente como técnicos, expuestos a presiones contradictorias como ahorrar recursos, satisfacer al cliente, evitar demandas, progresar profesionalmente, mantener el estatus social, evitar conflictos, etc; unos responsables políticos sin visión a largo plazo (ni, en general, capacidad para tenerla) que usan la sanidad solo dentro de una lógica electoral lo que supone todo tipo de ocultamiento de datos o acciones necesarias y un debate bloqueado por posturas cerradas e ideológicas o interesadas.

Podría seguir. Pero es sábado y la tarde es suave, luminosa y prometedora. Y a medida que escribo percibo que la ola es demasiado grande, mis conocimientos tan limitados y la vida tan corta como para hacer algo más tratar que de no deteriorarme demasiado en una situación que por otra parte puede empeorar en estos tiempos de crisis. A demás de todo esto ya escribió con mucha mayor elocuencia Bertrad Russell en La conquista de la felicidad.

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