La historia reciente de Bolivia está marcada por la figura de Evo Morales, quien ha ocupado ininterrumpidamente el cargo de presidente desde 2006. Las transformaciones ocurridas en los últimos tiempos tienen como protagonista al antiguo sindicalista cocalero, quien ha sido capaz de destacar por encima de la compleja y heterogénea sociedad pese a las críticas que aluden a su deriva autoritaria. Bajo su liderazgo, la república sudamericana ha encontrado la ansiada estabilidad política y territorial. No obstante, la población no es ajena a los acontecimientos que están teniendo lugar en la región, lo que puede propiciar nuevas tensiones en un país tradicionalmente convulso. Igualmente, muchos de los problemas estructurales siguen sin solucionarse completamente.
Los males endémicos de América Latina ーpobreza, desigualdad y violenciaー se encuentran presentes en mayor o menor intensidad a lo largo y ancho de Bolivia. La república andina es uno de los países más pobres y menos desarrollados de todo el continente, lo que continúa representando el reto más acuciante para la gestión de Evo Morales. La cuestión de la inseguridad no es tan dramática como en otros países latinoamericanos, pero sí tiene una repercusión significativa, especialmente por los altos índices de feminicidios. Además, las diferencias sociales no solo se hacen notar entre los barrios más pudientes y los suburbios de las ciudades, sino también en el desigual progreso de las regiones del norte y este y las comarcas del oeste e interior. Más aún, estas divergencias se perciben notoriamente en el estatus del entorno rural.
Un componente decisivo en el devenir político y social de Bolivia es la diversidad étnica de sus ciudadanos, siendo uno de los países del continente con mayor variedad en este sentido. La última Constitución promulgada en el 2009 reconoce 36 lenguas oficiales además del castellano, y aproximadamente un 42% de los habitantes declaran su origen o pertenencia indígena en el último censo, realizado en 2012, siendo este el dato más alto de los países de la esfera latinoamericana. Canalizar esta disparidad de intereses ha sido otro de los grandes dilemas a los que ha tenido que hacer frente Evo Morales, quien aspira a salir reelegido en las próximas elecciones generales de 2019 para un cuarto mandato. No obstante, su popularidad se encuentra claramente desgastada por sus más de catorce años de presidencia, lo que le obliga a reformular y revitalizar no solo su discurso e imagen sino también su proyecto político.

Para ampliar: “América Latina en 2019”, David Hernández en El Orden Mundial, 2018
Pastor, sindicalista cocalero y candidato
La carrera política y personal de Evo Morales ejemplifica el devenir de Bolivia en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI: su historia personal está inexorablemente ligada a los acontecimientos más importantes de la nación, desde muy joven vinculado a la lucha política. El actual mandatario creció bajo los Gobiernos militares en los sesenta y setenta, en el seno de una familia humilde de ascendencia indígena, y pronto se vio obligado a compaginar su formación escolar con las tareas de agricultor y pastor de llamas. En la década de los ochenta, comienza a labrarse una carrera en el sindicalismo cocalero, pese a ser víctima de la represión y ser detenido varias veces. En los noventa, con el afianzamiento del sistema democrático, su popularidad se incrementa en el mundo del sindicalismo campesino.
Morales daría el salto definitivo a las instituciones como diputado en 1997 de la mano del Movimiento al Socialismo (MAS), y el binomio Morales-MAS caracterizó la política boliviana en los siguientes años. A finales de siglo, Bolivia estaba pasando por una situación económica y social muy delicada, con los Gobiernos conservadores y de centro-izquierda sucediéndose bajo las incesantes sospechas de corrupción, mientras el crecimiento y desarrollo del país era mínimo. Los problemas de deuda e hiperinflación que el país sufría desde los ochenta provocaron reducciones de gasto público, privatizaciones de empresas públicas y reformas en sectores tan sensibles como la minería, que representa una de las fuentes principales de ingresos del país. Todo ello propicia el contexto idóneo para el gran cambio que encabezará Evo Morales y que tendrá como grandes impulsoras las movilizaciones sociales previas a su mandato.

Tres fechas están muy presentes en la conciencia colectiva del pueblo boliviano, que muestran que la sociedad estaba en plena ebullición y el régimen político, erosionado. En diciembre de 1996, la represión de las protestas mineras en el departamento de Potosí se convirtieron en la «Masacre de Navidad», que dejó 11 muertos y un gran levantamiento popular contra la explotación de las minas por capital extranjero. En los primeros meses del año 2000 llegó la llamada «guerra del agua», que consistió en multitudinarias movilizaciones en la ciudad de Cochabamba contra la privatización del servicio de agua potable, y dejó centenares de heridos y un estudiante muerto. Entre septiembre y octubre de 2003, la «guerra del gas» concentró protestas en varias ciudades del país contra la exportación de gas natural a Chile y Estados Unidos mientras no se aseguraba el suministro interno.
Para ampliar: “América Latina, desarrollo más allá del neoliberalismo”, Alejandro Vanoli en El Orden Mundial, 2018
Primer presidente de origen indígena
El triunfo electoral de Evo Morales en las elecciones de 2005 no puede ser comprendido sin los repetidos enfrentamientos entre Gobierno y parte de la sociedad en años anteriores, así como la recobrada fuerza de las principales organizaciones campesinas e indígenas. El candidato del MAS consiguió canalizar las aspiraciones de cambio y el hastío hacia una clase política considerada ajena a las preocupaciones de la calle. Su programa político pretendía atender a las demandas de los sectores más populares. Sus medidas más representativas quedaron plasmados en la Constitución de 2009, que consagra como principios esenciales el reconocimiento de un Estado plurinacional y pacifista, el respeto a la diversidad étnica y a las minorías, la soberanía sobre los recursos naturales y una explotación de la tierra más equitativa y justa, así como un modelo económico con un fuerte cariz social y mayor peso de la administración estatal.
La popularidad de Evo Morales ha sido notable durante todo este tiempo. Su discurso directo y claro —apelando a la idiosincrasia campesina, indígena, antiimperialista y popular— cuenta todavía con numerosos seguidores. En las primeras elecciones de 2005 consiguió un respaldo del 53,74%, cuatro años después ganó con el 64,22% y en 2014 obtendría un apoyo del 61,43%. La mayor fuerza del presidente se concentra en los departamentos occidentales, con fuerte tradición minera y gran presencia indígena, como Potosí, Oruro, Cochabamba o La Paz. Las regiones de Beni, Tarajina, Pando y Santa Cruz, reconocidas por ser las áreas más ricas del país y por sus yacimientos de gas natural, representan la principal oposición al Gobierno central. En 2008 tuvieron lugar en las ciudades más importantes de esas zonas duros choques entre partidarios del Gobierno y simpatizantes de los dirigentes locales, que reclamaban mayores cotas de autonomía y rechazaban los planes del presidente de centralizar competencias.

Los tres mandatos de Evo Morales han estado caracterizados por los esfuerzos por reducir la pobreza y la desigualdad, la nacionalización de empresas en sectores clave, el empoderamiento de mujeres, indígenas y campesinos, así como el desarrollo de los entornos rurales. La búsqueda permanente de distribuir la riqueza generada en el país y disminuir las diferencias entre regiones y entre los barrios de una misma ciudad han sido los grandes puntos de la agenda interna del mandatario. Los datos macroeconómicos son favorables: se dan altos crecimientos del PIB y el empleo y los índices de pobreza disminuyen mientras aumentan las tasas de alfabetización y escolarización. En este sentido, los programas sociales y medidas gubernamentales son amparadas por organismos internacionales. Sin embargo, Bolivia sigue siendo uno de los países latinoamericanos con menores índices de desarrollo humano.
Para ampliar: “Choque de modelos: ¿buen vivir o extractivismo?”, Roberto Ryder en El Orden Mundial, 2017
Evo Morales como figura latinoamericana
Fundamentada en las luchas indígenas y campesinas, la soberanía energética y la política, la figura de Evo Morales pronto encontró importantes aliados en la zona. Para ese tiempo, en gran parte de América Latina se sucedían los Gobiernos de izquierdas, cuyo principal foco de atracción estaba en Venezuela. Actualmente, solo el líder boliviano parece resistir al cambio ideológico de la región, representando una de las últimas trazas de una revolución en crisis. El Gobierno de Bolivia se sumó decididamente a los planes regionales venezolanos, formando parte de la organización ALBA y estableciendo un fuerte eje político con Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua. Recientemente, el presidente boliviano ha sido de los pocos apoyos locales que han encontrado el régimen nicaragüense y Nicolás Maduro.
Evo Morales se consagró como uno de los más singulares referentes de la nueva izquierda latinoamericana. Su política exterior no ha recibido tanta atención como la de sus socios venezolanos, pero tampoco ha estado exenta de polémicas. Las relaciones con Estados Unidos y otras potencias extranjeras no han sido nada fáciles, sobre todo por las medidas de nacionalización de algunas empresas del sector energético. La Paz recurre con asiduidad al discurso antiimperialista para fortalecer su independencia y alegar su derecho a estatalizar ciertos ámbitos de la economía. Sin embargo, en los últimos años el país ha preferido mantener un perfil más moderado, consciente de que la correlación de fuerzas en su entorno ya no es tan favorable como en el pasado. El Ejecutivo boliviano intenta ahora preservar su particular modelo político y de desarrollo.

Bolivia sigue contando con el respaldo decidido de Venezuela, pero es consciente de la situación límite por la que pasa Nicolás Maduro. En este sentido, la presidencia boliviana ha redoblado los esfuerzos por diversificar sus relaciones exteriores. China empieza a ser un nuevo aliado estratégico, ya que Pekín ve en este país el lugar idóneo para su expansión por el sur del continente. El Ejecutivo de Morales ha rebajado su protagonismo regional para mejorar relaciones con distintos Gobiernos del entorno a pesar de las desavenencias ideológicas. No obstante, la cuestión fronteriza con Chile sigue siendo un tema central en su agenda internacional, convertido en el gran tótem del nacionalismo boliviano. La Corte Internacional de Justicia de La Haya dictaminó en 2018 que el Estado chileno no tenía obligación de negociar un acceso marítimo con su vecino. Desde que en 1883 Chile se hiciera con la región de Antofagasta y Bolivia quedara aislada del mar, la cuestión ha condicionado la relación entre ambos países.
Para ampliar: “China en América Latina: ¿el inicio de una nueva Guerra Fría?”, Cristina de Esperanza en El Orden Mundial, 2019
El dirigente boliviano frente a un futuro incierto
Una de las grandes victorias políticas de Evo Morales ha sido la de garantizar la estabilidad del país en torno a su liderazgo. El presidente no solo se erige como el máximo representante de las corrientes indígenas y campesinas, sino que ha logrado vincular su nombre al orden y la prosperidad. El partido Movimiento al Socialismo (MAS) se erige como una fuerza hegemónica, mientras la oposición se encuentra aún fragmentada. Las principales movilizaciones de crítica vienen de los sectores conservadores y de las regiones ricas de Santa Cruz o Beni. Portavoces de estos reproches son los expresidentes Jorge Quiroga o Carlos Mesa, y empresarios como Samuel Doria, que critican las formas autoritarias del actual mandatario, sus alianzas internacionales, la corrupción en la administración y el excesivo control estatal.

La única gran derrota de Evo Morales fue el referéndum de 2016 con la victoria por un 51% del “no” a la posible reelección del presidente o vicepresidente, demostrando que las intenciones del dirigente de permanecer en el cargo más tiempo no contaban con el suficiente apoyo. Sin embargo, unos meses después el Tribunal Constitucional falló a favor de no limitar las posibilidades de que pudiera presentarse de nuevo, a pesar de que el artículo 168 de la Constitución estipula claramente lo contrario. Estos polémicos hechos sirvieron para aumentar las críticas hacia el Gobierno, acusándolo de un control perverso de las instituciones del país. La popularidad del mandatario ha sufrido un considerable deterioro por el resultado de la consulta, las sospechas sobre la injerencia en el sistema judicial y las noticias de casos de corrupción en el entorno del ejecutivo. Sin embargo, las posibilidades de revalidar el cargo todavía son elevadas, ya que sus principales apoyos sociales siguen sin resquebrajarse y la oposición parece ser incapaz de presentar un candidato que pueda hacerle sombra.
Evo Morales ha sabido ondear la bandera de los pueblos indígenas y las eternas protestas campesinas, que siguen constituyendo inquebrantables pilares para el dirigente. Gracias a su origen humilde y su trayectoria sindicalista consiguió granjearse la imagen de líder austero y sencillo, que representa y da voz a todos aquellos sectores de la sociedad que estuvieron excluidos y perseguidos durante décadas. Sus catorce años de Gobierno establecieron un dominio político bajo las siglas del MAS, además de que nadie consigue rebatir su programa político. Solo queda la duda de saber cuándo encontrará Bolivia un nuevo referente. El niño que fue pastor de llamas allá en Orinoca es ya historia, aunque el pueblo tendrá siempre la última palabra.
Evo Morales y el poder en Bolivia fue publicado en El Orden Mundial - EOM.
