Daniel de Pablo Maroto, ocd
“La Santa” (Ávila)
El día 28 de noviembre de este año 2018 se cumplen los 450 años de la fundación de los carmelitas descalzos en Duruelo, que la madre Teresa recuerda como “portalito de Belén” a la casa de la fundación, y al lugar geográfico como “lugarcillo”, de “hartos pocos vecinos, que me parece no serían veinte”. De la antigua alquería no se conserva ningún rastro, integrada, suponemos, en la edificación del posterior convento. Tan desconocido y perdido estaba el lugarejo en la meseta castellana, que tardó la Madre y sus acompañantes casi un día en dar con él, camino a Valladolid desde Ávila. Y tan destartalada y sucia encontraron la casa, que tuvieron que pasar la noche en el santo suelo de la iglesita. Pero lo más curioso es la genialidad de la madre Teresa metida a arquitecta ocasional, porque fue capaz de convertir aquel chamizo inhabitable en un convento de frailes:
“Tenía un portal razonable -dice- y una cámara doblada con su desván y una cocinilla. Este edificio tenía nuestro monasterio. Yo consideré que en el portal se podía hacer iglesia [¡!], y en el desván coro (que venía bien), y dormir en la cámara”.
Ese era el proyecto original, pero los primeros inquilinos hicieron del desván, con caballete en medio, no solo coro, sino que, en las zonas bajas, “dos ermitillas [¡!], adonde no podían estar sino echados o sentados llenas de heno y el tejado casi les daba sobre las cabezas” desde donde podían ver el altar.
Aquí nació la Reforma teresiana entre los varones el primer domingo de Adviento de aquel año. Los dos frailes primeros, Antonio de Jesús y Juan de la Cruz llenaron la casita de cruces y calaveras, de relojes de arena “para tener las horas concertadas” y colocaron para reclinar las cabezas dos piedras por almohadas para conciliar el poco tiempo que dedicaban al sueño mientras se les colaba la nieve entre las rendijas del tejado. Visto el hábitat originario, la imagen más apropiada que nos sugiere es la del manantial que se convirtió en un río caudaloso que pronto inundó España y Europa de conventos de frailes descalzos de la madre Teresa; como una semiente primordial arrojada a tierra buena creció sin que sepamos cómo, según la breve y sugerente parábola del evangelista Marcos.
Aunque todo apunta a que el proyecto es obra de la fundadora Teresa, los primeros profesos varones quisieron potenciar la ascesis sugerida por ella acompañada del trabajo apostólico. La Madre gozó al saber que salían a predicar en los pueblos cercanos, pero desaprobó el excesivo rigor de las penitencias personales y comunitarias, temiendo que no fuese una treta del demonio para acabar con el proyecto impidiendo a los candidatos abrazar aquel estilo de vida. Y en esto se equivocó la madre Teresa. La Reforma teresiana entre los frailes, igual que la de las monjas, tuvo un éxito espectacular y en ella ingresaron no solo ermitaños montaraces y semianalfabetos, sino gente eminente en letras, universitarios de prestigio con títulos ya conseguidos y también hijos de familias nobles. El aprecio a los frailes “reformados” estaba muy de acuerdo con la mentalidad religiosa con que se vivía el cristianismo en aquel siglo y en aquella geografía, aunque hoy nos parezca mentira.
Repensando la historia, creo que la práctica penitencial y su diferencia con la rama femenina de la Reforma teresiana, encierra el germen de los primeros debates entre los frailes con la Fundadora, a pesar de la inmensa estima que la tuvieron en vida y mucho más después de su muerte. Pero para algunos era un aprecio de la persona santa no como directora de orquesta. Les costaba a los varones aceptar que habían sido fundados y dirigidos por una mujer en un ambiente misógino y en una Iglesia androcéntrica, además, reformadora de una orden clerical. Siempre pensé, y así lo he dicho y escrito, que era la primera vez que una mujer reformaba una orden de varones. Pues bien, he encontrado en los Procesos canónicos de la beatificación que también otra monja había hecho lo mismo en Francia entre los franciscanos.
Si preguntamos qué añadieron los frailes reformados al proyecto de Teresa para las monjas, podemos pensar en las siguientes prácticas ascéticas. Lo más evidente era la descalcez completa hasta el cambio en 1581, impuesta contra el criterio de la Santa, como es sabido; tres disciplinas semanales contra una sola impuesta a las monjas; las camas con tablas y sobre ellas las mantas y sin jergones (¡!); los hábitos y las capas blancas muy recortados y ajustados; ayunos más frecuentes que las monjas; recorte en las dos recreaciones de los comienzos, etc.
Por extraño que el comportamiento ascético nos pueda sorprender, este era el retrato robot comúnmente aceptado en casi todas las reformas de estricta observancia y era muy estimada por el pueblo y mucho más por las familias poderosas que ayudaban a los reformados con sus limosnas. Creo que, en ese comportamiento, aparentemente inocente, se esconde una razón más sibilina de fondo y es que los varones tenían que demostrar que eran más valientes que las mujeres, que era, me parece, una demostración más del machismo ambiental.
En el fondo, ese comportamiento “varonil” fue creando en algunos grupos de los orígenes un intento de independencia, o al menos de separación afectiva de la madre Fundadora. Y, en contrapartida, una reacción feminista y antifrailuna (contra los carmelitas descalzos) entre las descalzas, como María de San José (Salazar). Sin duda alguna fue una de las mujeres más inteligentes de la Reforma, alma refinada y excelente prosista. Insistía ella que la fundadora de la rama masculina fue también la madre Teresa, a pesar de que a ella no le agradaba el título: prefería el de Teresa de Jesús; pero en esto las monjas no le hicieron caso.
De hecho, la acción reformadora entre los frailes de la madre Teresa, fuera de los aspectos jurídicos, es evidente, como lo demuestra la existencia misma de Duruelo. Sin el entusiasmo religioso, la diplomacia insinuante y las buenas maneras y el embrujo que tenía la madre Teresa, la Reforma de los frailes no se hubiera realizado, y menos con Fray Juan de la Cruz como motor primero.
Descendamos a los hechos históricos. Fue Teresa quien consiguió personalmente las patentes del general P. Rubeo, después de haber fracasado la mediación del obispo de Álvaro de Mendoza. Escogió a los dos primeros carmelitas descalzos, a quienes cambió la vocación cartuja por la del nuevo Carmelo; encontró a dos prófugos de un eremitorio y les dijo que su plan era lo que ellos buscaban. Educó a Fray Juan de la Cruz en el “estilo” de vida reformada y le hizo el hábito. Les buscó una casucha y la convirtió en convento. Las Constituciones atribuidas a la madre Teresa para las monjas, posiblemente orientaron los primeros ensayos de vida comunitaria. Aprobó el proyecto apostólico de los primeros descalzos, ella que, a esas alturas de 1568, ya había soñado con “salvar almas” no solo de herejes, sino de “infieles” en América. Y, por fin, quiso crear una familia de mujeres y varones que se ayudasen mutuamente, ellas con su intensa vida espiritual y ellos con la sabiduría de “letrados” y experimentados en los caminos de la espiritualidad, no solo como confesores de pecados.
Quedaría la última reflexión: ¿qué significa hoy para la familia “reformada” por la fundadora Teresa la mirada al pasado remoto de sus orígenes? Es difícil contestar desde el mundo convulso que nos ha tocado vivir. Si Duruelo es un espejo donde mirarnos, elemento esencial es recuperar la experiencia de Dios para comunicarlo a las gentes increyentes de nuestro tiempo. Así como vivir los valores de la soledad, el silencio, la ascesis, la oración contemplativa y el servicio eclesial y social. Y pedir a Dios que nos ilumine para acertar en los nuevos proyectos que se abren en nuestro mundo.
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Para mayor información sobre el tema y otros filiados a él, ver: DANIEL DE PABLO MAROTO, OCD., Ser y misión del Carmelo Teresiano. Historia de un carisma, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2011, 386 pp.
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