Aunque respeto, faltaría más, las opiniones de todo el mundo, discrepo rotundamente con los negacionistas. Ayer, sin ir más lejos, Jordi Évole entrevistaba - en México - a Miguel Bosé. Y lo entrevistaba, entre otras cosas, por sus polémicas declaraciones en torno al Covid-19. Al parecer, el cantante niega la existencia del virus. Y lo hace desde su convicción y de conformidad con sus "fuentes de información". Fuentes, al parecer, afines a la "teoría de la conspiración". Más allá de sus declaraciones, que carecen de valor científico, existe un periodismo amarillo que hace leña del árbol caído. Y lo hace, queridísimos lectores, otorgando voz a ciertos personajes. Personajes - como Miguel y Victoria Abril, por ejemplo - que reman contra la marea. Y personajes, con toda mi admiración a sus carreras profesionales, que influyen, de alguna manera, en sus seguidores. Existe, por tanto, un supuesto interés periodístico en crear corrientes de opinión contrarias a la mayoría.
Este periodismo, que podríamos calificar como tóxico, se convierte en una bola de nieve que derriba los pilares de la ética informativa. Y los derriba porque su éxito - en forma de altos índices de audiencia - abre la senda para futuros programas similares. Programas basados en entrevistas a terraplanistas, médiums y videntes, entre otros. Programas, como les digo, que generan repercusiones negativas en la convivencia social. Sin ir más lejos, es posible que - tras la entrevista a Bosé - algunas personas decidan no inocularse la vacuna, no desinfectarse las manos con geles hidroalcohólicos y no respetar la distancia de seguridad, por ejemplo. Y todo ello porque, según ellas, lo ha dicho su ídolo, lo ha dicho Bosé. Y su ídolo - por el efecto de la idealización - ostenta el poder de la verdad. Un poder emocional que algunos confunden con el poder del experto. Tanto es así que cientos de americanos bebieron lejía para combatir el coronavirus. Y lo hicieron de conformidad a la fe de verdad que otorgaron a las recomendaciones de Trump.
Estamos ante una falta, cada vez mayor, de ética informativa. Estamos ante un periodismo maquiavélico donde todo vale por puñado de euros en los bolsillos. Estamos ante un ring de boxeo donde el gozo se basa en la sangre, el sufrimiento y lo frívolo. Un ring, y disculpen por la metáfora, donde el aplauso del espectador sirve de estímulo para seguir en la pelea. Es necesario que cambiemos el ring. Los españoles merecemos que se pase la página del "pan y circo". Y lo merecemos porque ya no somos la España de analfabetos que habitó en los barrios del franquismo. Ahora, los españoles sabemos leer y escribir. Tenemos formación y por ello no podemos consentir ningún tipo de manipulación. Ni debemos contribuir a alimentar una industria de la cultura que ningunea nuestra inteligencia y nos sitúa en la Hispania del ayer. Se necesita un periodismo que base su negocio en nuevas narrativas. Hacen falta entrevistas a quienes, desde la legitimidad que les proporciona sus credenciales académicas y laborales, sean aplaudidos por sus méritos y esfuerzos.