Cuando la estrella de la denuncia sentimental por televisión Jordi Évole nacía, en 1974, se iniciaba el genocidio al que sometieron con hambre y ejecuciones los comunistas Jemeres Rojos, a quizás un tercio de la población de Camboya, que ahora tiene quince millones de habitantes.
El cine se honró con la tres veces oscarizada película de 1984 “The Killing Fields”, (titulada aquí Los gritos del silencio), que narra la verdadera historia del ayudante camboyano de un corresponsal estadounidense que huía de aquellos campos de la muerte.
El cronista llegó a ver enormes masas de camboyanos famélicos hasta que llegaron miles de malvadas empresas capitalistas que, al contrario que los Jemeres, mejoraron le vida del país, cambiándolo radicalmente.
Lo que recuerda a la España en los años 1950, cuando vinieron multinacionales que le pagaban a los trabajadores diez veces menos que en Detroit o en Chicago, o que abrían granjas de pollos de rápido engorde y bajo precio que alimentaron este país, donde hasta escaseaba el pan.
El pasado domingo el periodismo de Évole ocultó la Camboya que progresa, aunque saliendo de más abajo y con mayores traumas reales que aquella España.
Su sentimentalismo demagógico presentó a su gente explotada, por ejemplo por Inditex, cuando lo que hacen esa y otras empresas es llevar riqueza y progreso a donde un euro da para mucha más comida que aquí diez.
Bendita globalización. El cronista vivió entre cientos de millones de asiáticos, antes hambrientos, que gracias al capitalismo y al comercio internacional prosperan poco a poco, como ocurrió en España.
Uno de los peores males del periodismo y del análisis de lo que ocurre en el mundo es la información demagógica y manipuladora, claramente malintencionada, que oculta el hambre y la miseria anteriores.
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SALAS