Revista Cine

Ex Machina

Publicado el 31 agosto 2015 por Josep2010

Hallar a estas alturas del calendario una película de este mismo año que sea capaz de captar la atención contando únicamente con tres personajes que comuniquen ideas automáticamente convierte el evento en una excepción y uno no puede menos que sentarse a teclear para avisar a los cinéfilos tanto o más despistados que uno mismo, porque el estreno no es reciente aunque me temo, por las características del producto, que habrá pasado, si es el caso, rápidamente por las cada vez más breves carteleras. Puede que, con retraso, aún pueda satisfacer la cinefagia de cada quien.
El británico Alex Garland, después de ver en la pantalla grande ocho de sus guiones, decidió que el noveno lo iba a dirigir él mismo. En buena hora. Quizás porque al tratarse de una trama adscrita al género de la ciencia ficción, pensó que otro director no acabaría de trasladar a imagen lo que él sintió al pergeñar una trama que en su mayor parte satisfará las ansias del cinéfilo que es o ha sido lector de la ciencia ficción clásica, aquella en la que primaban las ideas por encima de los hechos.
Ex MachinaYa el título elegido, Ex Machina (2015), afortunadamente conservado en nuestras carteleras, apunta en una dirección infrecuente que puede atraer lo mismo que repeler comercialmente desde el momento en que se expresa en latín con todo lo que ello puede significar y no me refiero al literal etimológico que vendría a ser "más allá de la máquina".
Muy lejos de las aventuras galácticas e incluso de la frenética acción en un futuro incierto, Garland presenta una trama cuya mayor virtud es la densidad de ideas expresadas mediante unos diálogos de calidad infrecuente aunque ciertamente alejados del común de los mortales pero decididamente atractivos como lo son los de esas películas clásicas que todos recordamos, cuyos personajes hablan con una gracia y un vocabulario que ya quisiéramos poseer: o sea, nada de tacos y bastante de lógica aplicada al razonamiento que trata de entender qué es lo que está ocurriendo.
Los personajes, tres, son: Nathan (Oscar Isaac), un superdotado creador en su adolescencia de un complejo programa informático que le ha convertido en millonario y poseedor de una finca enorme en plena naturaleza, rodeada de montes y glaciares; Caleb (Domhnall Gleeson), un joven informático al que por un sorteo le corresponde pasar una semana con el primero; Ava (Alicia Vikander) un ¿prototipo? de la robótica, con una inteligencia artificial con caracteres desconocidos. Está también Kyoko (Sonoya Mizuno) que se dedica a atender a Nathan, pero ni entiende ni habla inglés, dice Nathan, para evitar que algún día pueda contar nada de lo que vea en las instalaciones, perdidas en medio de la nada agreste: Caleb, al preguntar al piloto del helicóptero que le transporta si falta mucho para llegar a la propiedad, recibe como respuesta: llevamos dos horas volando encima de la propiedad: ya casi llegamos; le dejaré cabe un riachuelo, porque tengo prohibido volar cerca de la casa.
En la moderna mansión, totalmente domotizada, no se vislumbra a nadie más aparte de los citados. Caleb recibe una tarjeta que le permite acceso libre a algunos lugares y firmará un contrato de confidencialidad antes de ser aceptado como único invitado. Su tarea consistirá en entrevistarse con Ava desde un cubículo de cristal blindado y contar luego sus impresiones a Nathan. Caleb, evidentemente, está alucinado por su suerte.
Garland ha escrito una trama que desarrolla fraccionada y simétricamente a lo largo de los siete días de la estancia de Caleb incluyendo unos letreros que nos advierten de la sesión que va a ocurrir entre Ava y el joven informático: luego, cada día, Caleb da cuenta a Nathan y éste, interrogándole, va ofreciendo nuevos datos y sensaciones.
Pero el discurso aparentemente lineal y ordenado contiene sorpresas que se van desarrollando y que se perciben tanto en los ricos diálogos como en detalles visuales, ofreciendo perspectivas que incrementan el interés de la historia conforme ésta se acerca a su fin anunciado, pues sabemos que la tarea de Caleb finaliza al séptimo día.
Garland, en la mejor tradición de la ciencia ficción, juega con la metáfora, la sugerencia,la confusión de ideas. Quizás le falte un poco de lógica práctica y un mucho de valor para finalizar su relato, pero es un placer atender una propuesta que no precisa de naves espaciales ni rayos láser ni super poderes para recabar la atención del espectador.
Curiosamente y contra lo esperado, me ha gustado más el desempeño de Garland como director de cine que como guionista: para ser su primer rodaje hay que remarcar que consigue una experiencia visual muy potente, creando un escenario que parece un laberinto de cristal con puertas de franco acceso y otras bloqueadas, jugando muy bien con la iluminación para crear espacios, usando los efectos especiales con una moderación impropia de un novato y una pericia asombrosa que consigue maravillarnos por un momento para inmediatamente seguir el curso de la trama, porque si el escenario, la luz y los trucos son perfectos, el ritmo no decae en ningún momento y la cámara se mueve con agilidad ofreciendo todo el detalle preciso para ir entendiendo que hay más de lo que se escucha.
Garland se decanta por la economía visual tendiendo al clasicismo cuando otro hubiera fácilmente caído en propuestas videográficas próximas a la psicodelia y ello redunda en la seriedad que la trama ofrecida mantiene durante casi todo el metraje, ayudado especialmente por la estupenda labor de los jóvenes intérpretes elegidos que procuran fuerza y convicción a sus personajes insuflándoles veracidad gracias a una labor medida y muy natural, debiendo resaltar la dificultad que supera Alicia Vikander reducida -es un decir- a un rostro y unas manos excelentes.
Una película muy interesante que ofrece un juego de personajes atrayente en el marco de un espacio grande pero cerrado: el laberinto de cristal citado trae a colación la buena pieza de Anthony Shaffer (de la que ya hablamos aquí) que puede haber influido en la estructura dramática, repleta de giros y sorpresas, más, desde luego, que el sentido de la lógica que domina las obras de Asimov, consecuente con su propuesta hasta el fin, cuestión que Garland parece desechar aunque no descarto que por parte de la productora haya habido un entrometimiento que causa un final que se precipita comercialmente contra toda razón, quedando este cinéfago un poco decepcionado pese a reconocer que la propuesta tiene, por su enjundia, difícil conclusión.

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