Somos dicen, una cifra inexacta. Una cifra que mejor no masticar demasiado, no vaya dejar entrever la imparable, según denominan los sociólogos, "fuga de cerebros" que amenaza con borrar del mapa la primera, y puede que la última generación altamente cualificada que haya engendrado nuestro país. Porque tras pensar y repensar lo ya pensado, no nos queda otra que colocar una chincheta en el mapa, casi a modo de azahar, y trazando una gran zancada dirección a La Meca de nuestros futuros profesionales, hacer el último click: "e-visa tramitada". Atrás queda el eco sordo de las ruedas de nuestros troleys, y tras las mamparas de los aeropuertos españoles, nuestras vidas, familias y amigos.
Nacimos entre el 1980 y el 2000, dicen. Somos españoles exiliados, de eso no cabe duda, si es que -si se me permite el juego de palabras- somos ex-pañoles y estamos muy, pero que muy liados. La culpa: la falta de oportunidades que mina nuestra autoestima en el campo de lo personal y lo profesional, que ennegrece la realidad actual y que ensombrece tanto nuestro futuro, como el del nivel intelectual de nuestro país. Muchos rozamos los 30, y nuestra condición de universitarios nos ha llevado a largos años de una formación y especialización cuasi infinita; estamos preparados, somos pre-parados.
Por desgracia, la situación económica que atravesamos, dejará una huella no solo financiera, una huella que lentamente penetrará y teñirá los distintos tejidos colaterales que entraman sutilmente el nivel intelectual de nuestra sociedad. Poco a poco, los universitarios formados desaparecen de España, señores. Somos dicen, más de 1.500.000 jóvenes entre 25 y 35 años, los milennials, que aprovecharemos el impulso que promete una carrera internacional para posicionarnos en el 2020. Australia, Canadá o Alemania son solo algunos de nuestros destinos. Regalaremos -literalmente- nuestras ganas de comernos el mundo al mundo, y lo haremos, fuera de España.
Somos dicen, parte del 17,3% de incremento de expatriados españoles de este último año. Pero para mi, somos mis compañeros de viaje en la obligada renuncia a nuestras raíces, y yo. Todos nosotros, predestinados a la solitud de la distancia, a la dictadura de una webcam y de nuestro e-mail, y a la cuasi experiencia religiosa, llámese videoconferencia a través del Skype, que una vez por semana todos los Domingos, nos muestra su poder celestial, su capacidad para atravesar y dividir los mares, incluso océanos. Los que tengan más suerte, verán a sus familiares una vez al año durante las Navidades. Y los que no, celebrarán el Año Nuevo horas antes que el resto de sus sus familiares, pues nos separan tantos kilómetros, que hasta vivimos en el futuro.
Marga, Álex, Rosanna, Soraya, Jacub, Eva, Javi, Valeria o Vinyet, entre otros... quizás, solo unos nombres olvidados para España. Pero son Doctores en Biociencia Molecular; otros, Licenciados en INEF, Química, Ingeniería, Marketing y Negocio Internacional, Periodismo, Publicidad y RRPP. Otros, Diplomados en Turismo, Recursos Humanos, Fisioterapia... Hay donde elegir, ningún sector se ha salvado de ser un excelente candidato al éxodo, aunque quizás hoy por hoy, "solo" supongan profesiones perdidas para nuestro país y sus políticos. Y si la juventud es el futuro, a España le quedan dos telediarios. Sin médicos, ni científicos, ni expertos en negocio internacional, ni arquitectos, ni ingenieros.
Dicen que somos los hijos de los hijos de la posguerra, cuyos padres, efecto de la esperanza en el progreso, nos inculcaron el triunfo y el qué lejos llegaríamos. Lo que no sabían ellos, era lo literal que se tornaría el sentido de sus palabras. Lo que no sabían, es que acabarían viendo en el reflejo de sus propios ojos, a sus hijos pródigos, cuya cifra es inexacta, cuya cifra es mejor no masticar demasiado.
Es la otra cara de la moneda de vivir 365 días de verano, abrazando koalas a tuti pleni, encontrándote con delfines un día cualquiera, y preparando hamburguesas a base de carne de Kanguro.