Revista Cine

Ex_Machina o Ex_Microondas

Publicado el 02 marzo 2015 por Maresssss @cineyear
Publicado en Noticias, opinamos / por / el 2 marzo, 2015 a las 1:48 pm /

Los inicios de la película no creo que estén nada mal. Es rápida, directa, dinámica; nos lleva de la nimiedad de una webcam a la vastedad de la naturaleza, a la soledad del edificio donde va a transcurrir toda la película. Casi ni te das cuenta de que ha empezado. Como esta crítica, vamos.

Es difícil no dejarse introducir en su atmósfera sosegada, intrigante y persuasiva. Arropados por una banda sonora reflexiva, minimalista como los espacios que se nos muestran, los primeros minutos pueden resultar incluso hipnotizantes.A buen ritmo, y empujados por la inercia de la propia situación, se van rompiendo los hielos. Se arrojan ideas interesantes, se producen intercambios de diálogo ágiles y frescos, que escapan, en cierta medida, de las conversaciones estándar, y en general se va estableciendo una premisa prometedora: Caleb, un chico que ha ganado un concurso, es llevado a trabajar bajo las órdenes de un gurú de la programación, Nathan, que permanece aislado en unas instalaciones de investigación con forma de hotel sofisticado, en algún lugar entre bosques de un verde intenso, montañas olímpicas coronadas de nieve y cataratas naturales diseñadas por algún dios del feng shui. Su misión: entablar comunicación con un androide antropomorfo, femenino, dulce y atractivo, en una especie de estudio práctico sobre la calidad y verosimilitud de su I.A. (Inteligencia Artificial, pero sin ver muertos… espera, me he hecho un lío). El objetivo está claro, sin tapujos. El reto se lanza con valentía, de frente, y eso constituye un modo muy motivador de comenzar.

Ex-Machina-01-GQ-22Jan15_rex_b_1083x658

Ante una premisa así, presentada con planos contemplativos, música para ensimismarse, un personaje con prisa por empezar el meollo, otro pensativo (o eso parece), una chimenea , un rollito zen, todo muy pausado, etc… ¿quién no se espera una película de corte introspectivo? ¿Quién cree que va a ver una historia en que vamos a enredarnos, absortos, en una maraña de sucesos emocionales que, por ejemplo, pulsarán teclas ocultas de la dimensión sentimental del personaje (y con él del espectador) en una especie de duelo hombre-máquina en base a la inteligencia emocional de cada uno? Dicho de modo más sencillo y menos pedante: ¿quién piensa que va a ver una película intimista, con una trama que discurra más por la línea interna que por la externa, que elabore bien las emociones y los razonamientos de los personajes y profundice en ellos, pues serán ellos el vehículo narrativo principal y no tanto lo que hagan por impulso o lo que les pida el cuerpo? Vaya, lo he dicho igual de pedante y poco sencillo. Uno no espera, después de un arranque así, ver algo como Yo, Robot, para que nos entendamos, sino más bien algo en la línea de Her o de cualquier película que busque profundizar en las emociones, más que en los actos. Giros y catalizadores más basados en el sentir y el pensar, y no en objetivos factuales como “escapar de” o “sobrevivir a”. Un enfrentamiento intelectual, y no un conflicto de lucha física. ¿No?

Y aquí es donde encontramos un primer motivo para que lo que empieza de modo prometedor vaya desinflándose a medida que pasa el tiempo. Lo que de primeras es dinámico, fresco, y augura interés, va convirtiéndose en una repetición de sus propios esquemas, en un querer sostener un do menor inicial que, sí, sonaba muy bien al principio, pero no te aguanta todo el concierto. Las puestas en escena resultan clónicas y artificiales; se busca presentar a ambos personajes en un momento reflexivo, con una comunicación ya viciada, uno pasado de vuelta, el otro aún en la pubertad comunicativa, y una conversación sobre algún rasgo tópico del tema. Si uno lo piensa un momento, es absurdo que, teniendo esa clase de relación, de la que no vemos un solo momento cotidiano natural pasados quince minutos de película, los dos personajes den lugar a esas escenas de diálogo. La película no profundiza bien en las emociones de los personajes, que ya de por sí son poco profundos. En cine, el “deus ex machina” se utiliza cuando parece existir una fuerza divina que reconduce la trama de manera forzada, cual si pudieras ver cómo la mano fantasma del guionista lo establece todo perfectamente para que el milagroso azar haga avanzar la trama a su merced. Los personajes, en ese caso, quedan como agentes meramente pasivos que reciben lo que ocurre. Se ve por dónde voy. Bien, en Ex Machina no es que los personajes sean pasivos y no intervengan en desarrollar la trama; es que son totalmente inútiles. Lo difícil, según el perfil que presentan, es que no salga todo mal. Por ello, uno se cuestiona, si nos ponemos racionales (algo que suelo odiar hacer respecto a una película, pero que hay que hacer cuando la “licencia dramática” es insuficiente), cómo es posible que personajes así se encuentren en una situación así, y por qué.

El por qué para hacer pasar una prueba definitoria a nada menos que un prototipo de robot humanoide con un diseño técnico y estético prácticamente perfecto, y con una inteligencia emocional ultra-desarrollada (y que por ende habrá costado muchísimo esfuerzo y dinero, incluso para alguien muy rico y ocioso), es elegido como tester un chaval inseguro, con una experiencia en relaciones sociales y afectivas nivel “nerd” de instituto, que no es capaz siquiera de sobreponerse a los mínimos del protocolo inicial para, simplemente, tratar al otro personaje de igual a igual (y dar la oportunidad así a que la relación de ambos se vuelva más interesante) es algo que yo no me explico. Es como si alguien deseara que esa prueba no sirva para absolutamente nada. Que a ese personaje se le deje a solas con un androide de avanzada inteligencia emocional y no sea capaz, de nuevo, de sobreponerse a las barreras primarias de las relaciones hombre-mujer o desconocido-desconocido para, de nuevo, llevar la trama más allá y proponer nuevos horizontes en esa interacción de personajes, y elevar la película a un nivel narrativo más intrincado e interesante, es algo que tampoco me explico. Si vas a rodar House, utilizas a un personaje que sepa medicina. Si vas a hablarme de la interacción personal entre dos seres, que al menos alguno sepa qué es relacionarse a un nivel más o menos profundo. 

Ex-Machina-Gallery-03

Más importante que el por qué quizá sea el para qué. ¿Qué buscan estos personajes? Sí, si uno les escucha, lo tiene claro. Pero a veces no basta sólo con decir “quiero eso”, tengo que, como espectador, creerme realmente que quieres eso. Y que lo quieres con tanta fuerza, que harás lo que sea para conseguirlo. El enamoramiento de Caleb por Ava, la robot encantadora, no tiene fundamento alguno más que un par de dibujos y el hecho de que su cara esté diseñada siguiendo un patrón unificado de todas las búsquedas porno del personaje. Quizá esto último lo explique todo. Quizá es que Caleb, en el fondo, sólo quería echar un buen quiqui con el Megazord de sus fantasías sexuales. No es muy distinto de lo que parece querer Nathan. Este hombre, atormentado por problemas que tampoco quedan sólidamente expuestos, no deja de emborracharse y de cabrearse, y tampoco sabemos realmente qué es lo que quiere y por qué está tan hecho mierda. Hasta que descubrimos que guarda cuerpos sintéticos de chicas desnudas en sus armarios personales. Entonces todo cuadra: quizá Nathan tan sólo quería, como Caleb, pasárselo teta con la robot perfecta. Bromas aparte, si en algo simpaticé en profundidad con Nathan, fue precisamente en enfadarse continuamente ante la pusilanimidad y la flojera de carácter del personaje que lo acompaña. Es altamente probable que uno pase gran parte de la película deseando abofetear a más de uno en la pantalla y gritar algo como “¿qué tal si pasamos ya a lo siguiente?”.

Desgraciadamente, llegado a cierto punto de la trama, la historia se queda ahí. Se estanca. La narración no puede desarrollarse, porque los dos personajes humanos que debieran encargarse de sacarla adelante se agotan, tocan techo, y la ausencia de motivaciones sólidas y bien fundamentadas trata de ser sustituida por objetivos superfluos y superficiales, impropios de personajes con un mínimo grado de profundidad psicológica y madurez personal. El conflicto entre ambos adviene de modo extremadamente facilón, sustentado tan sólo en caprichos momentáneos que no respetan una coherencia para con la situación que están viviendo. Tal vez un presidente billonario de una compañía muy importante, aún cuando se trate de uno con picos cuasi-patológicos de hedonismo egocéntrico, no dejaría el éxito de su más preciado proyecto en manos de un chico cualquiera (porque, por elegido que fuese, era un cualquiera), incapaz e inseguro, y en unas instalaciones que dependan única y exclusivamente de su supervisión personal. Parece obvio que, por interesante que sea el concepto de “genio con personalidad y poder que realiza sus investigaciones en soledad, en una casa de ensueño en mitad de la naturaleza más bella y sobrecogedora”, algunos aspectos son, sencillamente, inverosímiles. El chico, por su parte, no es capaz de llevar su diálogo con Ava a otro nivel, pero te reprograma el sistema de seguridad del programador más genial del mundo en un santiamén. Olé él.

El truco está dispuesto: el personaje acabará cayendo justo en lo que se le ha advertido que no debe caer. Si la prueba consiste en comprobar si es capaz de olvidar que ella es una máquina, precisamente lo olvidará y será engañado. Si uno piensa en el “y luego qué”, la posible continuación de la historia, en caso de que protagonista y chica robot escapen juntos y felices, resulta incluso cómica. Pero respecto a esto, dos cosas. La primera: ¿verdaderamente es el personaje tan corto de miras como para no razonar, aún en posesión de toda la información que tiene sobre ella y su modo de funcionar, más allá del mismo instante y lugar en el que está? La ausencia de intuición del personaje protagonista es tan evidente, que corta las alas de la narración en el mismo momento en que se vuelve incapaz de pensar más allá de lo que ve y siente en cada momento, sin poder desarrollar un diálogo medianamente interesante con nada menos que el androide más avanzado del mundo. El androide pregunta “¿Cuál es tu color favorito?”, y el protagonista responde “No tengo, porque no tengo seis años”. Pero después de esto, dado a entender que la conversación va a escalar a temas mayores, lo que sigue no es más que diálogo prototípico, de esos en los que queda muy claro el tono condescendiente del hombre ante la máquina, y no se avanza más allá. La conversación, verdaderamente, ya no subirá de nivel en lo que queda de película. Esto, por otra parte, es natural, ya que finalmente uno va descubriendo que lo que vemos es una trama despojada de un verdadero conflicto interno. La historia de un robot que quiere escapar de un sitio. No hay un desarrollo de los posibles problemas internos que el personaje protagonista parece tener. No hay un estudio, aunque sea somero, del por qué este chico va a dedicarse a poner en peligro su integridad física, sus objetivos profesionales, su vida en general, para conseguir que un androide salga de su jaula de parquet y muebles minimalistas. Su determinación es tan ingenua que resulta absurda. Podría tragar si hubiera un buen desarrollo del afloramiento de esos sentimientos de amor hacia la androide, pero no lo hay. Además, se intenta ilustrar el conflicto de Ava, y con él la película en sí, con un cuento extremadamente obvio, una suerte de alegoría de la caverna que se sobreexplica mediante una suma innecesaria de narración off screen e imagen. “Había una vez una chica experta en color pero que vivía en una habitación en blanco y negro…” Y lo ves en la pantalla. Ok. Por si te habías perdido. Ahí tuve claro que lo que me iban a contar no pasaría de ahí.

Ex Machina es una de esas películas que acarician algunos temas extremadamente complejos y profundos, que parece que se van a atrever a lanzarse de lleno a explorar cuestiones fundamentales sobre el ser humano, el mundo, la filosofía, los sentimientos… pero que luego se quedan ahí. No es de locos pensar que, si Ex Machina nos ofrece una historia sobre seres humanos emocionalmente insuficientes, que estudian a un ser artificial dotado de una emocionalidad diseñada tecnológicamente, tal vez se nos vaya a hablar de cosas como el determinismo (¿siento lo que siento porque soy consecuencia de una predisposición programada de la que no puedo escapar, o tengo verdadera capacidad de decisión?), la dicotomía entre aleatoriedad y finalismo (preciosa la metáfora sugerida con un cuadro de Jason Pollock, que va un poco en esa línea; ¿hay orden en el caos?), o la ontología del sentimiento (¿es irreal la emoción generada artificialmente? Sobre este tema, la película Her tiene, a mi juicio, todo que decir). Insisto, sin buscar en la película un seminario de metafísica cuántico-espacial ni el sentido de la vida humana, no me parece de locos pensar que la historia se atrevería algo más a fondo con alguna de estas cuestiones. De hecho, quedan deliciosamente apuntadas en momentos concretos, instantes de lucidez en los que yo me agarraba al asiento y pensaba “¡eso es, Alex Garland, sigue por esa línea!”. Sólo por esos instantes, repartidos por toda la película pero sobre todo al principio, cuando aún somos inocentes espectadores con sed de una buena historia, quiero resarcirme de tanta mala crítica y besarle la frente al director y guionista de Ex Machina. Ojalá hubieses dejado de lado los cuchillos y las conspiraciones presidiarias y te hubieras adentrado en algo menos visto y más complicado. Pero no. Me pasó lo mismo con Sunshine, también de guión suyo. Alex, eres un microondas, que calientas pero no cocinas.

Comentarios


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas