Estamos entrando en unas tendencias sociales que a menudo rozan el ridículo, en especial cuando se pretende actuar de manera políticamente correcta, o se nos exige que nos comportemos de ese modo. ¿Pero qué es una actuación políticamente correcta? ¿Algo que no ofenda a nadie? ¿El uso incorrecto del lenguaje incidiendo en figuras estúpidas como «queridos ciudadanos y ciudadanas» para, supuestamente, no herir susceptibilidades feministas? Bastaría con actuar respetuosamente siempre, como enseñaban antiguamente en los colegios con aquella asignatura olvidada llamada urbanidad. Lo curioso es que ahora no se aprenden valores en la escuela (y a menudo tampoco en los hogares) y en cambio todo el mundo parece obsesionado con el comportamiento políticamente correcto. Lo políticamente correcto nos lleva a situaciones tan ridículas como la de pintar pasos de peatones con la bandera gay, o cambiar semáforos para poner monigotes con faldas, o, como ha ocurrido recientemente en Suecia, prohibir la instalación de una estatua que homenajea a Danuta Danielsson, que en 1985 le dio un bolsazo a un joven neonazi en una manifestación, porque dicen que eso supondría una exaltación de la violencia.
¿Pero de qué estamos hablando cuando nos referimos a exaltación de la violencia?
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¿Qué se entiende por exaltación de la violencia?
Puede que el acto protagonizado por Danuta Danielsson y que fue inmortalizado por el fotógrafo Hans Runa no sea el mejor de los ejemplos porque no deja de ser una manera de tomarse la justicia por su cuenta, pero al fin y al cabo es un gesto contra el nazismo y se supone que hemos de estar en contra del nazismo, con lo cual, al mismo tiempo la estatua podría significar eso: rechazo al nazismo. Pero no, hay que darle la vuelta a todo y decir que el bolsazo es una incitación a la violencia. ¿No nos estaremos volviendo gilipollas?
Puestos a darle la vuelta a las cosas, la propia prohibición de la instalación de esa estatua podría considerarse apología del nazismo, ¿no?
Claro que también se prohibe que en un cartel de cine aparezca un motorista sin casco porque eso infringe el código de la DGT y se multa con 30.000 euros al responsable de tan grave delito. No importa que luego en la película se maten a balazos cincuenta individuos y que luego la echen en la tele y la puedan ver incluso niños que ni siquiera están en edad de tomar la comunión; lo importante es que lleven casco en el cartel.
Si nuestros políticos se comportasen con ética y fueran respetuosos unos con otros y, en especial, con la ciudadanía, no tendrían que estar pendientes de qué hacer para aparentar ser más políticamente correctos, y harían mucho menos el ridículo. Pero claro, hay tantos matices de lo políticamente correcto que supongo que seguiremos sufriendo ese término durante muchas legislaturas.
Ramón Cerdá