Revista Cultura y Ocio
«¿No puedes escribir como los demás?» es la pregunta que hacen al protagonista de esta novela (Examen final. Coruña, Editorial Trifolium, 2014) sus allegados: su mujer, una agente literaria y un escritor que escribe normal y que gana dinero con sus obras. La pregunta es el principal combustible de este relato construido en dos partes («I. Misoginia» y «II. El huésped») y que trata —si de algo tuviese que tratar— sobre las convicciones y las dudas de un escritor. La pregunta, o la idea que contiene la pregunta, recorre la novela desde la primera página hasta la última; igual que el whisky, consuelo de los afligidos, acompaña al personaje, y como esas veintisiete palabras que van pespunteando toda la narración: «Confiésalo: te obsesiona esa imagen. No te ves caer: sólo tu cuerpo estrellado contra el capó del coche. Tu cadáver encima de un coche de color rojo». Es el comienzo de la novela y casi exactamente su final; y es el primer indicio de que José Mª Pérez Álvarez (O Barco de Valdeorras, 1952), sí escribe como los demás. Porque a mí la frase me lleva a una tradición en la que está, por ejemplo, el Carlos Fuentes de La muerte de Artemio Cruz (1962) —«Tú te sentirás satisfecho de imponerte a ellos; confiésalo: te impusiste para que te admitieran como su par»—, y, sobre todo, Juan Goytisolo, cuya novela adulta es uno de los referentes principales del novelista orensano al que los amigos llaman «Chesi». La intención sigue intacta; y no es nueva. En Señas de identidad (1966) de Goytisolo aparece un tal Fernández, ganador del Premio Planeta, lector de Somerset Maugahm y Vicky Baum, y autor de una novela titulada Vidas sin rumbo, que opina que Faulkner es un camelo, y que ha escrito su última obra en ocho días porque no considera necesario corregir, ya que lo que se gana en florituras se pierde en espontaneidad. Lo de siempre. Así que el que atribuya radicalidad y afán subversivo a Examen final es un ingenuo. Y quizá con esto esté considerando así al mismísimo autor —cuya intención le vale— e incluso a Juan Goytisolo, que escribió sobre esta novela que huye de toda facilidad y de la sumisión al dios Mercado. Claro que sí. Y los dos son santos de mi devoción —no la facilidad y el mercado; Pérez Álvarez y Goytisolo. Lo siento; yo tampoco soy un lector normal. Y ni falta que me hace. Por eso no acabo de comprender tanta autoafirmación en lo distinto; como si lo distinto necesitase, además de su discurso, el análisis de su discurso insólito. Si Examen final es la crónica de una autodestrucción, no necesita paños calientes ni reseñas convencionales. (Sé que al final hasta el más iconoclasta gusta de su altarcito). Las alusiones a la novelita, a que es hermética, o a que lo que hace el protagonista es literatura confusa, se contestan fácilmente con que no es novelita porque, a pesar de que no llega a las ciento treinta páginas —los lectores normales leen tochos históricos de cuatrocientas—, es una ejemplar narración de trazos sin los déspotas —Unamuno lo decía— de tiempo y espacio; y no es hermética —la glosolalia— porque está escrita en español y sus referentes son todos compartidos, como Joan Manuel Serrat, cuyas canciones también aparecen con frecuencia. Y no es literatura confusa, porque es, simplemente, un ejercicio literario responsable. El del protagonista, claro; no el del autor José María Pérez Álvarez. Ay, realidad y ficción. Examen final es otro examen en la obra de Pérez Álvarez. Espero que no sea, ni por asomo, final de nada. No me lo imagino escribiendo Los enseres del más allá y con el unánime reconocimiento de público y crítica. Eso sí, sí que me lo imagino disfrutando mientras escribe, a pesar de toda demolición. Lo que finalmente espero es que no por ser lector de Juan Goytisolo me guste una novela de Pérez Álvarez. No solo por eso. Y un saludo a la afición.