La excursión al Polo es el nombre con el que mis tíos se refieren a la acampada que todos juntos hicieron, en amor y compaña, a las Lagunas de Ruidera durante el mes de Noviembre de 1979. Las tiendas de campaña no están precisamente acondicionadas para soportar condiciones extremas, en realidad tampoco lo están para las no extremas, y pese al calor familiar, pocas veces en su vida recuerdan haber pasado tanto frío como en esa ocasión.
Aunque a mí se me acuse de pecar de optimista, mi optimismo no es en absoluto comparable al de mis tíos, y cuando miento (de mentar que no de mentir) a mis tíos hablo de casi todos ellos, no de ejemplos aislados. El panorama de aquella excursión habría echado para atrás a cualquiera, pero cualquiera no es mi familia. Antes de continuar con la historia es preciso presentar a los protagonistas. El plantel de intrépidos aventureros, la mayoría aún veinteañeros, lo formaban:
1. Mi tío Pepe, no sé si fue en ese viaje en el que acuñó su famosa frase de que el frío es algo psicológico aunque, que yo sepa, ni psicólogos ni psiquiatras han podido hacer mucho para cambiar las estaciones, al menos hasta el momento. Para esta ocasión el tito estrenaba unas fabulosas deportivas de las que presumía todo orgulloso, y de las que espero disfrutase. Le acompañaban la siempre paciente tita Li, gracias a ella sé que ese gen existe en la familia, su hija mayor, de 2 años, y su bebé de 10 meses.
2. Un embarazo de 8 meses no es óbice para participar en cualquier diversión y Lucky se apuntó al evento junto con su barriga, su marido, el Gris, sus dos hijos - Pal, la mayor, contaba nada menos que con 7 añazos -, el padre inválido del Gris y la cascarrabias de su tía. La verdad es que no me extraña que Lucky quisiera salir de casa.
3. El colofón del plan lo ponían las gemelas, las responsables de 13 años que ejercían de carabinas de unos jovencísimos Cuca y Billete, novios por aquel entonces. Ni siquiera la buena influencia de las gemes logró evitar la propensión a las desventuras del Billete.
4. Afortunadamente, en el último momento, al rescate del grupo, que a pesar de las estrecheces de las tres tiendas de campaña tiritaban de frío, acudieron el Fernández con la tita Merche. Los salvadores cargaron en el coche todos los jerseys y prendas de abrigo que encontraron en su casa y, de paso, en la de los vecinos y amigos, cogieron carretera y manta, literalmente, y se presentaron en el camping.
A pesar de la llegada providencial de los rescatadores, la gelidez del ambiente distaba mucho de resultar adecuada para un bebé tan chico y unos ancianos delicados y quejicosos. El Fernández y la tita Li se llevaron al chiquitín al hotel y se repartieron a los abuelos, a los que separaron cada uno en una habitación, para que estuvieran cómodos, calladitos y bien cuidados.
Una vez acostados los infantes, la reunión se animó. El frío arreciaba y, para terminar de entrar en calor, Billete preparó unos cubatas de pobre: cognac con cola. Semejante brebaje resultó ser un gran vomitivo, hecho que Billete comprobó en sus propias carnes y que dejó constancia indeleble sobre las zapatillas nuevas del tito Pepe que, aparcadas en la puerta de la tienda, conocieron una vida muy breve. Aquel contratiempo no les aguó la fiesta y, atraídos por la juerga, se acercaron los otros huéspedes del camping, un par de hippies.
- ¿Tenéis un porrito? - preguntó uno de ellos.
El muchacho no se amilanó ante la negativa, ni siquiera fue consciente de las miradas atravesadas que le lanzaron los menos tolerantes con los asuntos de drogas.
- ¡Vaya bien que lo tenéis aquí montado! ¿Sois todos pareja?
El tito Pepe decidió aclararle la situación con un resumen muy sucinto.
- En realidad no. Mi mujer (Li), se ha ido al hotel con el marido de ella - y señaló a la tita Merche.
El hippy se quedó boquiabierto durante el segundo que tardó en reaccionar.
- ¡Joe! ¡Vosotros sí que tenéis marcha!