© Quintanar Pérez. Europa Press.Hace mucho que perdimos el juicio y los últimos acontecimientos sepultan más hondo cada día las posibilidades de mejora de esta dolencia tan grave. A cada rato mueren soldados rusos muy jóvenes que han matado a soldados de su edad y a civiles ucranianos, cuyos cadáveres no dejan de aparecer en las noticias sobre otra guerra cruel —otra más— muy cercana a nosotros. Es sobrecogedor. ¿Estamos locos? Como en El Diablo Mundo de Espronceda —él también supo expresar la sinrazón de su tiempo como la de todos los tiempos—, no ha cambiado nada, y en la misma calle, en la misma acera está la atrocidad de la muerte y su contrario, y ahora también el boato y el lujo por la muerte. Las exequias por Isabel II de Inglaterra han convocado a más de medio millón de personas que han hecho colas de más de veinte horas para ver un féretro que quizá no haya tenido un cadáver dentro, y la ciudad de Londres ha estado blindada con diez mil agentes de policía y más de mil soldados por la llegada de más de quinientos jefes de Estado de todo el mundo. Parece ser que había dos mil invitados a la ceremonia religiosa. ¿Estamos locos? Mientras, en Ucrania mueren centenares de personas por culpa de uno que igual también estaba invitado a los fastos por una señora que reinó muchos años. Protesto. También porque en los medios se haya usurpado el nombre de nuestro Carlos III para dárselo a otro al que ni siquiera le añaden «de Inglaterra». Hace una semana escuché la tertulia de corresponsales de A vivir que son dos días en la SER en la que intervino Enric González, que defendió que había que llamar al nuevo rey de Inglaterra Charles III, y no Carlos III. No le faltaba razón; pero resultaría ridículo. No conozco a nadie de mi entorno que haya llamado a Isabel II Elizabeth II, y tampoco a nadie que se refiera a su nieto como William. ¿Por qué ocurre esto con los nombres de los reyes extranjeros al nombrarlos en español? Aquí castellanizamos a las reinas y a los reyes extranjeros. Igual es que aquí, como decía el otro día El Roto en su viñeta, somos muy monárquicos; pero de los reyes ajenos. En Italia también adaptan nombres tan ilustres y los italianizan —regina Elisabetta y re Carlo—; pero no en la prensa de Francia y de Alemania, en la que los escriben en inglés. Sé que es una tontería; pero un titular a toda plana de «Muere Isabel II» en un periódico español en septiembre de 2022 a mí me choca, y me acuerdo de «La Chata», de nuestra Isabel II, La reina castiza de don Ramón María del Valle-Inclán, la que tuvo aquel entrañable «gesto» de vender parte del Patrimonio Nacional reservándose un veinte por ciento, y a la que ahora no hay manera de encontrar en las búsquedas en Google. Casi lo mismo ocurre con Carlos III, el «mejor alcalde» de Madrid. Mi protesta, es obvio, no es por esta bobada; sino por la falta de juicio que mostramos cada día sin ningún pudor, sin ningún reparo. Por esta costumbre de siempre de desatender un montón de cadáveres y de idolatrar a uno solo. Es la distancia moral generalizada que hay desde una fosa común hasta un panteón. Estamos mal.
Pie de foto: un padre toma la mano de su hijo de trece años, muerto en la calle, por un ataque ruso en la ciudad de Jarkov.