Escrito por Kareen Spano*
No me gusta ir a ver teatro. En mi condición de actriz, me siento como se deben de sentir los jugadores de fútbol en sus bancas. No lo disfruto. Sin embargo, fui a ver Nuestra señora del nubes porque Michael Joan y Claudia del Águila son excelentes actores. Y siempre escogen obras maravillosas para representar. Fui el día del estreno, es decir, el peor para ver una obra: todo el equipo está nervioso porque se trata de la primera confrontación con público real. Entre los asistentes está Doña Lucía Irurita. La primera actriz de las tablas peruanas esperaba maravillosa, sentada en un sofá sencillo y elegante, y me transportaba a la mágica sensación del embrujo teatral. Ella es ya una joya de postal, una memoria. Sin darme cuenta, mi viaje sensorial al universo paralelo del arte ya había comenzado.
Lo recomendable de facto, y por criterio lógico, es no ir a ver Nuestra Señora de las Nubes. Para qué ir a ver una obra que te va a arrancar el corazón. Para apuñalarlo encima a cosquillazos. A chavetazos de locura, pasión, memoria, dolor, amor. Para retorcerlo en melancolía y arrancarte, encima, ésa sonrisa que escondías hacía tanto. Para devolvértelo, ése, tu corazón tullido, con los años tan bien blindado, más puro, sensitivo, asombrado. Quién quiere un corazón puro. Quién quiere pensar. Quién se atreve a sentir.
Exiliados del sistema, la obra, los artistas todos. Los pensadores amantes de la vida. Los sensitivos y los toscos, como los poetas. Exiliados todos los que somos incómodos al sistema. Exiliados, y lo sabemos, aunque lo llevemos calladito a la cama en secreto, calentito. Aunque pretendamos encajar en aquel Otro Gran Baile, ése baile que en secreto nos averguenza, ése que sabemos, es una gran mentira. Exiliados del amor de uno y del amor de otros. Exiliados de nosotros mismos. Es lo lógico. Es lo razonable. Es lo recomendable y lo prudente.
¿Por qué, entonces, ir a ver Nuestra señora de las nubes?
Por la calidad de los actores, la mágica alquimia en la que nos embriagan en cada escena, el verbo poderoso, la delicia poética, la descarada y elegante guasa de Don Arístides para hablarnos del exilio y la muerte; el recuerdo y el intento, el calor de este fabuloso teatro escondido que es el Teatro de Lucía. Porque se arriesgan. Porque dejan todo allí arriba. Porque no son facilistas. Porque no son rebuscados. Porque no son llanos ni aburridos. Porque tienen años viviendo de esto, y juntos. Entonces no son sólo buenos productores, actores, teatristas. Sino porque son maestros. Michael del sobrevivir en el arte, Claudia del arte del sobrevivir. Porque saben respetar, escoger y aceptar a un Maestro, como lo hacen por ejemplo con Aristides Vargas, el gran dramaturgo del Teatro Malahierba de Ecuador, autoexiliado de la Argentina de Videla, y que encontró en Ecuador a su compañera de vida Charo Francés. No sin antes pasar por Lima, donde no olvidan la mano que les tendieron Alonso Alegría, Aurora Colina y Coco Chiarella.
Cuando le comento a uno de los técnicos que me encanta la escenografía, me confiesa: "Es de otra obra", y me da un ataque de risa. Me río pero sólo ellos saben con cuánta ternura y amor. Porque así es el teatro en nuestra tierra, en casi todos los casos. En salas grandes y pequeñas, en festivales. Te adaptas a lo que hay, o te adaptas. Y baila, sonríe, canta y agradece, porque no hay más, y la función, El Gran Baile, a pesar del exilio de la opulencia, debe seguir. Por eso el teatro sobrevivió a las guerras, las furias de la tierra, la miseria. Porque la función debe continuar. Siempre.
Nuestra señora de las Nubes se presenta los martes y miércoles hasta el 4 de diciembre 2019 en el Teatro de Lucía a las 8 pm.
*Kareen Spano (1976) es actriz y profesora de teatro. También ha participado en cine y televisón. Actualmente se encuentra escribiendo su novela.