Están ahí, justo al lado, casi nos rozan, pero no los vemos. Y no los vemos porque siempre hay alguien que se empeña en ocultarlos, en hacerlos invisibles como espectros de otra dimensión. También porque nosotros nos obstinamos en no verlos, como si no existieran. Tal vez por miedo a perder lo poco que tenemos o, lo que es peor, por pavor a descubrir cómo somos en realidad y qué posos se asientan en el fondo de nuestros corazones. El caso es que, afortunadamente, siempre hay alguien también que está dispuesto a contarlo como sea. Y va y lo hace. Nunca habrá gracias suficientes para ellos.