Revista América Latina

¿Existe alguna razón para portarse bien?

Por Gaviota

Cuando inicié en mis estudios de derecho, recuerdo que uno de los primeros textos cuya lectura debíamos abordar era el Libro I de "La República" del filósofo griego Platón. El texto no es sencillo (en general ninguno de los escritos de Platón lo son), pero conviene leerlo y releerlo.  Confieso que desde aquella época, he repasado el escrito cuando menos en otras cuatro oportunidades, haciéndolo quizá uno de los escritos que más veces he tenido que leer.

No pretendo aquí hacer una reseña del mencionado escrito, pero sí quiero retomar uno de los interrogantes que giran en torno de la discusión acerca de la justicia, el hombre justo y el hombre justo, y adaptarlo a mis tiempos: ¿por qué razón debería alguien portarse bien, aquí en Colombia de 2020? Si retomamos parte de la línea argumentativa de Platón, diremos que las artes, profesiones y oficios no son concebidas para hacer bien a quien las hace, sino a los destinatarios o a los beneficiarios de esa profesión o arte.  Bajo ese entendido, si le aplicamos esa lógica a un gobernante, el gobernante justo será aquel que haga aquello que más beneficia a sus súbditos. Para llegar a esta conclusión, Platón ha examinado la postura de aquellos que defienden que lo justo es lo que más le conviene al más fuerte, o que lo justo es dar lo bueno a los buenos y lo malo a los malos.  Tras ese examen, pareciera que se logra demostrar que esa lógica individualista no es propia de personas justas.

¿Existe alguna razón para portarse bien?

Imagen tomada de: www.wikipedia.org 

Aproximadamente veinticinco siglos después de que este texto fue desarrollado por Platón, me encuentro en un país en el que ocurren las siguientes cosas: varios de los funcionarios encargados de liderar la defensa de los derechos de la población colombiana, han llegado seriamente cuestionados a sus cargos, otros tantos se dedican a ayudar a sus amigos y perseguir a sus enemigos, y muchos otros simplemente se dedican a gobernar para los verdaderamente poderosos, es decir, para los ricos.  Veinticinco siglos después de "La República", me encuentro en el país que planteó Trasímaco.  Ya decía él que en cualquier transacción que involucre a un justo a un injusto, iba a ganar siempre el injusto. Aquí se hace lo que le conviene al más fuerte.  La Constitución y las leyes son de aplicación selectiva y residual.  Todos los días matan personas (independientemente de sus opiniones, ideologías, o etnias) sin respuesta.  Todos los días nos peleamos por los caudillos de siempre mientras ellos miran como tener más y más poder.  Todos los días vemos más personas mendigando trabajo, pidiendo dinero prestado para sobrevivir, mientras que los bancos no solo reciben dinero del Estado sino que también deciden elevar el costo de sus transacciones.

Hace tan solo unos días, el Congreso aprobó una reforma electoral que en nada beneficia a los ciudadanos, y que por el contrario está diseñada para favorecer a los políticos de siempre.  Cada cuatro años escuchamos a estos mismos individuos gastar millonadas diciendo que son el cambio de esa forma de hacer política, y que luego muestran que los ciudadanos seguimos siendo simplemente un requisito formal para que ellos lleguen allá, hagan lo que quieran allá, y luego digan que lo hicieron por el bienestar del pueblo colombiano.  Las redes sociales, los medios de comunicación, los bares y los cafés se inundan de ciudadanos quejándose por "los demás" que ponen a los de siempre, y demostrando que su punto de vista era el que debían seguir los demás ignorantes. Sin embargo son estos mismos los que cada cuatro años votan por los mismos bajo el argumento de que "no hay más".

Cuando pienso en esto, me pregunto qué pasaría si algún día me decidiera lanzarme a una candidatura política en el país.  Probablemente nada, porque a los ojos de los demás, soy un Don Nadie, y nadie vota por un Don Nadie.  Ya alguna vez me pasó: en la facultad hace muchos años intenté lanzarme al Consejo Estudiantil.  No prometí cosas incumplibles, ni tampoco ofrecí el cielo y la tierra.  Prometí cosas que pudiera cumplir.  Sin embargo, perdí (quedé segundo).  Perdí contra una idea políticamente más seductora, con mayor marketing político, y que como era de esperarse, no se cumplió. Fue el vertiginoso fin de mi carrera como representante de otros.  No esperaría que una aventura semejante en mi edad adulta y frente a cargos de elección popular terminara con un resultado distinto.  En cierta forma, un importante sector de la ciudadanía vota por las mismas razones, y por las mismas personas, a la espera de que algún día de pronto se equivoquen y su candidato genuinamente se preocupe por gobernar por ellos.  La esperanza es lo último que se pierde, dicen...

¿Por qué Platón nos mintió? ¿Por qué nos vendió un modelo que no funciona?  Parecería que ese griego charlatán debería ser demandado ante la SIC (Superintendencia de Industria y Comercio) por publicidad engañosa.  Creo, sin embargo, que Platón nos debe mirar todos y cada uno de los días de nuestras vidas desde donde sea que él se encuentre, para decirnos "se los dije".  Su modelo no era "el único modelo posible", era "el mejor modelo posible".  No es su culpa, nos diría probablemente el filósofo, que le hayamos hecho caso a Trasímaco y nos hayamos dedicado a vivir nuestras vidas para satisfacer al más fuerte.  Ha sido nuestra elección. Pedir que los demás piensen en lo que más le convenga a la mayoría, mientras que individualmente pensamos en nuestro propio beneficio es algo impracticable.  A su lado (también donde quiera que esté) Kant probablemente asentiría diciendo: "Se los dije. Monté todo un modelo para explicarles por qué no era posible".

La triste verdad es que para responder a la pregunta que da el título a esta entrada, tengo dos opciones: 1) Responderla a partir de la relación sociedad-individuo (en ese orden); o 2) Responderla a partir de la relación individuo-sociedad (en ese orden).  Si espero que la sociedad en la que vivo me dé razones para portarme bien, la respuesta a mi pregunta es que no existe ninguna razón posible para portarse bien en la Colombia de 2020.  Sin embargo, si cambio mi perspectiva y pienso que la sociedad se nutre de individuos, pensaría que portarse bien es el único camino para salir del fango en el que nos encontramos.  No es garantía; es tan solo una esperanza.  Pero como dijimos atrás... la esperanza es lo último que se pierde. 


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