Revista Opinión

Existe esperanza

Publicado el 14 agosto 2012 por Eowyndecamelot

Creímos que otro mundo era posible. Remarcamos que además necesario. Peleamos contra una globalización que no era más que otra vuelta de tuerca al capitalismo más salvaje, nos empeñamos en no olvidar a las víctimas más flagrantes del sistema, esos países que sostenían nuestro modo de vida occidental con su producción agrícola, con su trabajo sin horarios, con sus vidas, con sus muertes. Nos apoyamos en los logros del pasado, en la sangre derramada que había fructificado en nuestros derechos.

Pero también fuimos cómplices. Nos creímos la mentira del euro y jugamos a hacer burbujas inmobiliarias de jabón, tan tóxicas que destrozaban el paisaje, la convivencia y la poca legalidad que aún existía allí donde se posaban, extendiendo un cáncer de corrupción. Nos creímos burgueses, nos reímos de las luchas antiguas pensando que ya había arribado la utopía, acallamos a carcajadas las voces lúcidas y discordantes, o por lo menos escondimos los oídos en la tierra. Y vivimos así, encerrados entre las horas extras, la hipoteca y Gran Hermano, cada vez más solitarios, egocéntricos y amargados, sin compañeros ni objetivos comunes, creyéndonos felices y propagando la infelicidad en nuestro entorno porque éramos demasiado pusilánimes para aceptar que todo era una farsa. Pusilánimes, sin embargo, con techo, cuidados médicos y alguna posibilidad educativa que, cuando sonaron las alarmas, en lugar de levantarnos, nos arrimamos a la opción más caduca, estrecha de miras, estúpida, egoísta, corrupta y mentirosa (aunque los otros no les van mucho a la zaga) olvidando sus crímenes pasados y el hecho de que fueron quienes sentaron las bases de la debacle actual.

Ahora, en un paisaje agostado, devorado por el fuego y la ambición, sembrado de ceniza, cemento y basura, transitan almas en pena. Han perdido el techo, la asistencia médica es cada vez más o un lujo o una limosna que hay que pedir bien arrodillado, y la educación, cuando alcanza unos mínimos, es pura doctrina. Han perdido incluso el poco derecho que tenían a gobernar sus cuerpos, les han arrebatado la memoria, les han deshauciado hasta de los sueños. Y, aunque muchas de ellas hayan despertado, viendo que la ceguera persiste a su alrededor, se rinden sin presentar resistencia.

Pero no somos víctimas; al menos, en nuestra gran mayoría. La mayor parte de nosotros hemos contribuido a esta cada vez más vergonzosa España con nuestra cobardía, nuestra incultura reivindicada, nuestra pereza y, en los casos peores, nuestro aprovechamiento de las circunstancias. No me dirijo a estos últimos: en una España posible y necesaria, tricolor, justa e igualitaria, ellos mismos verían que no tienen lugar y no tardarían en marcharse. Hablo para todos los demás, los que ya dan la batalla, los que quieren darla, los que no saben cómo hacerlo, los que aún no se atreven y los que aún no creen en ella. Y declaro que sí, existe esperanza.


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