De hace unos años aquí es notoria la preocupación social acerca de un hecho que, por desgracia, ya respiramos cada día y forma parte de nuestra piel. Se trata de la enorme influencia que ejerce sobre los jóvenes (en realidad, sobre todos) los medios telemáticos y audiovisuales. La palabra y la argumentación palidecen al embrujo de la imagen y a su enorme poder de captación y domesticación de instintos e inclinaciones. No en vano, la imagen ha sido desde los comienzos de las civilizaciones uno de los medios utilizados por el poder para garantizar cierta estabilidad social. Por ejemplo, los antiguos maestros orientales, con la mirada puesta en el poder o habiendo el poder puesto su mirada en ellos, domesticaban al auditorio inculcándole formas de comportarse que convenían al orden y la disciplina establecidos. Y lo hacían mediante mitos y relatos prácticamente visuales, reproducibles en un mosaico o secuencia de escenas pictóricas que integraban moralejas iluminadoras de un aspecto de la realidad humana, pero de las que nadie diría que tras ellas yace una voluntad domesticadora.
Hoy día sigue reproduciéndose el mismo patrón, sólo que, como dilucida el filósofo Fernando Broncano en su ejemplar ensayo Puntos ciegos, la estrategia es diferente: mientras que antaño el régimen de verdad estaría ordenado a la domesticación de la subjetividad, el régimen actual se orienta más hacia la explotación de lo salvaje y la expropiación de la atención. Desde el poder se analiza cómo queremos pensar para que pensemos como quieren que pensemos. La medida habitual que se elige para combatir, o más bien resistir, el embiste de estas formas disgregadoras de explotación cognitiva es la pedagogía del buen uso. Se nos dice que haciendo todos un uso responsable y adecuado de los medios telemáticos y audiovisuales se minimizarán los daños y sacaremos provecho en nuestra formación. Pero la realidad es otra. Y esta pedagogía, muchas veces construida con armazones y lenguajes icónicos, acaba siendo engullida y absorbida por aquellas fuerzas disgregadoras sirvientes del poder. Y es que la cosa no va de usos y utensilios. Los medios digitales no son sólo meros añadidos protésicos a nuestra mente, como suele pregonarse, sino formas genuinas de explotación y disgregación cognitivas. "Arte emboscado"
Por ello, en lugar de ensayar pedagogías sustentadas en creencias y culturas extemporáneas, habríamos de observar los puntos débiles de aquellas armas explotadoras y expropiadoras de la atención y los instintos de socialización a fin de combatirlos; o, dando un paso más, permitirnos construir y habitar mundos donde ellas no tengan alcance. Se dice que la mejor defensa es un buen ataque, pero no siempre es así. A veces la mejor defensa consiste en la creación de contextos y circunstancias vacunados contra las formas de ataque que propiciaron aquella, viviendo la persona retirada pero sin experimentar aquello que la hizo retirarse. Al fin y al cabo, la soledad y espesura del bosque sólo las vive quien no habita en él.