El tierno, a veces, canalla en otras, Johnny Hallyday, fue quien primero grabó en 1977 una hermosa balada, con profusión de guitarras acústicas -y ciertas reminiscencias del ‘Everybody’s Talkin’ de Harry Nilsson-, que compusieron Pierre Billon y Jacques Revaux y titularon ‘J’ai oublié de vivre’. Un año después, Julio Iglesias la adaptó, rehízo su letra y, con la ayuda de Ramón Arcusa y Manolo de la Calva, la incluyó en su álbum ‘Emociones’ respetando el título original: ‘Me olvidé de vivir’. Aquel trabajo constituyó un éxito espectacular de ventas para el cantante y, sobre todo, para su discográfica, la CBS, con la que acababa de firmar un contrato tan sustancioso como leonino.
Miguel de los Santos, leyenda viva de la historia de la radio y la televisión, sostiene que esta puede ser la canción más personal de Julio, con el contrapunto del ‘Soy un truhán, soy un señor’, que también le compuso el Dúo Dinámico. Con este legendario locutor, presentador y periodista madrileño tuve ocasión de hablar hace unos días, en Murcia, sobre la figura del artista más internacional que haya dado nuestro país y que este mes cumple 80 años de edad.
De los Santos descubrió a Julio Iglesias en 1968, durante las fases previas del Festival de Benidorm. Lo escuchó cantar una noche y, en su crónica para el Matinal de la Cadena SER del día siguiente, dijo que le parecía que algo grande estaba emergiendo. El padre del cantante, el doctor Iglesias Puga, llamó ese mismo día por teléfono a Miguel, a su hotel, para cerciorarse de si era verdad lo que él mismo había escuchado y si creía que su hijo tenía futuro en el mundo de la música. Y ahí comenzó la amistad del cantante y el periodista, que aún hoy ambos mantienen en la distancia, jalonada por algún que otro desencuentro. “Creo que soy el único periodista que tiene el número del móvil que Julio lleva en su bolsillo”, me confesó.
Lo de Iglesias ha sido desde entonces una carrera desenfrenada para obtener el éxito y el reconocimiento. “De tanto querer ser en todo el primero, me olvidé de vivir, los detalles pequeños…”, escribió en su adaptación de la canción de Hallyday. Miguel de los Santos me transmitió que lo de este hombre tiene un mérito tremendo y que, como amigo suyo que es, le fastidia bastante que lo encasillen, sobre todo en nuestro país, como un miembro más en el trasnochado museo del famoseo patrio. “Yo lo he visto cantar, al principio, cuando se fue con Alfredo Fraile, en tugurios de Iberoamérica que ni te imaginarías”, me reconoció. Como también me contó que en la primera visita del cantante al Festival de Viña del Mar, en Chile, la madre de Julio le encargó que cuidara de su hijo, como si de un hermano mayor se tratara, y que le recordara, entre otras cosas, “que no dejara de darse las friegas con crema en las piernas cada noche”.
‘Me olvidé de vivir’ contiene en su letra la esencia de mucho de lo que todos y cada uno de nosotros hemos vivido y sentido a lo largo de nuestra existencia. “De tanto correr por la vida sin freno…” o “de tanto correr por ganar tiempo al tiempo…”, como si la velocidad fuese siempre sinónimo de felicidad. “De tanto jugar con los sentimientos, viviendo de aplausos envueltos en sueños…”, como si, en ocasiones, en lugar de enfrentarnos a seres de carne y hueso lo hiciéramos ante estatuas o maniquíes, que ni sienten ni padecen con nuestros caprichos más banales. Para eso Johnny Hallyday fue de lo más pragmático, al asegurar que cuando ames a dos personas elijas siempre a la segunda porque, si realmente estuvieras enamorado de la primera, nunca te hubieras cuestionado tener que elegir.
Miguel de los Santos, con una mente y un vigor envidiable a sus 87 años recién cumplidos, vino a Murcia para ofrecer una conferencia sobre sus experiencias profesionales. Entrevistó, entre otros, a Neruda, Allende, Benedetti o Fidel Castro. Ha recorrido el mundo y pocos son los países que le quedan por conocer. “Si acaso, alguno centroafricano”, me dice, no sé si con cierta dosis de ironía. Como Julio Iglesias, ha visto pasar la mitad de su vida aprendiendo a querer a la gente que le rodeaba y, la otra mitad, contemplando la marcha de muchas de esas personas. Vidas intensas y extensas, trufadas de éxitos y fracasos, con travesías dichosas, pero también, en el caso del artista, con irremediables naufragios sentimentales. Todo, quizá, se resuma en lo que el pionero Hallyday, de incorregible trayectoria vital y profesional, dijo antes de dejarnos en 2017: que existir era insistir. Igual ese es el secreto para no olvidarnos nunca de vivir.