Podríamos considerar a James Wan como el adalid del terror mainstream de los 2000, poseedor de un estilo muy característico que, poco a poco, parece ir convirtiéndose en estándar en los últimos años dentro del género. Las películas de terror de Wan han logrado cautivar al gran público dándole justo lo que pide hoy en día. El éxito del director asiático se vertebra en torno a una estructura básica, casi siempre consistente en crear una sucesión de escenas de creciente tensión y soltar entonces un gran bang en forma de golpe de efecto o sobresalto con su correspondiente subidón en la música para causar el mayor respingo en el espectador. Siempre apoyado en una cuidada estética y un esmerado trabajo de cámara, Wan parece haber dado con la tecla adecuada para mantener pegado al espectador a su butaca mientras se busca las vueltas para asustarlo una y otra vez. Ya desde cintas como Saw (2004) o Silencio desde el mal (Dead Silence, 2007), el director se ha empeñado en trasladarnos la sensación de aquellas viejas ferias donde nuestros padres nos montaban en un cochambroso vagón para entrar en el terrible tren de la bruja, auténtico motivo de trauma para miles de niños. Y a fe que lo logra.
Expediente Warren: El caso Enfield (o lo que es lo mismo, The Conjuring 2) sigue al dedillo la estructura de su predecesora. Cambiamos de caso y de decorado (aunque la vivienda donde transcurre la acción guarda bastantes similitudes con la que vimos en la primera película) pero todos aquellos que vieron la primera parte sentirán una poderosa sensación de déjà vu. En este caso el expediente a tratar es el del duende de Enfield, un caso supuestamente real en el que unas niñas pequeñas eran acosadas y poseídas por un ente maligno. Curiosamente, las niñas que vivieron estos episodios terminaron confesando que todo era un fraude, cosa que se menciona en la película pero como un hecho menor.
Una vez más, asistimos a una cascada de acontecimientos que empiezan poco a poco y terminan precipitándose en un desenlace que, como ya ocurriera con la primera parte, personalmente se me antoja exagerado. El ritmo y el desarrollo de la trama también van de menos a más, consiguiendo entretener lo suficiente y mantener interesado al espectador. Además, hay que reconocer el espectacular trabajo de mimetización con el caso real, aspecto éste que podremos comprobar durante los títulos de crédito finales, en los que se nos exponen una serie de fotografías auténticas y su contrapartida cinematográfica. Y desde luego, el parecido es asombroso.
Patrick Wilson y Vera Farmiga vuelven a hacer un buen trabajo como el matrimonio Warren, creando una adecuada química entre sus personajes y, dado que se hurga bastante en la psicología de ambos, metiendo intensidad a sus interpretaciones cuando es necesario. Incluso el propio Wilson destapa sus dotes de cantante gracias a un número musical tan impecable como innecesario. Quisiera destacar también a Frances O'Connor, que sabe transmitir lo sufrido de su papel de madre y que, físicamente, me recuerda mucho a la Barbara Hershey de El Ente (Sidney J. Furie, 1982).
El principal problema que encuentro en esta película, y que hago extensible a buena parte de las películas del director, es que, una vez que conocemos su estilo, todo se hace ciertamente predecible. Los golpes de efecto están trabajados, faltaría más, pero llega un momento en el que por defecto nos aprendemos los trucos, y entonces el impacto que la película deja en nosotros termina siendo bastante pobre. Lo cual no quita para que disfrutemos de un auténtico festival de sustos, así que si lo que queremos es soltar adrenalina, "Expediente Warren 2" es perfecta.
Podríamos concluir afirmando que James Wan es un auténtico maestro del cine de terror moderno. Ahora bien, habría que diferenciar entre el terror de sustos y el terror de atmósfera, y es en el primero donde el director destaca. Personalmente prefiero un terror más sutil, más psicológico, que sea fruto de un ambiente malsano y crispante antes que este carrusel de sobresaltos que resultan tremendamente efectivos pero que no dejan una huella perdurable. Tal vez por ello en los antiguos parques de atracciones siempre me resultó más perturbadora la sala de los espejos que el tren de la bruja.
Mi nota: 6,5