Revista Cultura y Ocio
Cuando G., una alumna, vio hace mes y pico sobre la mesa de mi despacho el rostro de José Luis Bernal en la cubierta de este volumen, vigésimo sexto —y letra Y— de la colección «Luna de Poniente», se sorprendió de que su profesor escribiese versos. (¡Ay, estos alumnos se sorprenden también cuando descubren que tras las listas de nombres que memorizaron en Bachillerato hay textos antológicos, cumbres de nuestra literatura!). «Sí —le dije—, es su tercer libro; pero ha estado veintitantos años sin publicar poesía, salvo poemas sueltos». En 1984 apareció Primavera invertida (Editora Regional de Extremadura), que fue premio «Constitución de Poesía» ex aequo con el Tú para tristes momentos tristes, de Antonio Pacheco; y en 1990 El alba de las rosas (Editora Regional de Extremadura), que obtuvo el «Premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad». Leo sobre lo leído, pues tengo desde hace tiempo —cuatro años— este libro como casi finalmente ha resultado ser. Faltan algunos poemas que han debido quedarse en lecturas y relecturas. Sigue estando ese poema final, «Las palabras», para cerrar el libro: «Ellas saben de mí / algo más que yo de ellas, / conocen los olvidos y los dones, / la precisa razón que me empuja a vivir, / y a recordar que vivo / contra viento y marea». Son palabras, sin duda que dicen sobre la experiencia con la poesía —y la vida— de este poeta que también ha escrito otro texto del libro, «Sin palabras», en el que se queda sin ellas para expresar la pena. José Luis Bernal es un poeta muy cercano a la poesía; pero, a la vez, distanciado. Cercano más que por su escritura por su dedicación a la escritura de otros. Esto se puede inferir de su bibliografía poética. Esto es poesía de la experiencia. Quizá. Pero, más bien, es —lo dicho— experiencia de la poesía. De un lector, de un profesor, de un escritor. Tres lados convertibles en letras de un hombre cabal que se atisba en todas las páginas de este Tratado de ignorancia abierto con una declaración poética y Gracián por delante —«Breve tratado de ignorancia»— y cerrado con el Rubén Darío de Cantos de vida y esperanza: «Dos Dioses hay, y son: Ignorancia y Olvido». Darío en ese poema se compadece de los que piden eurekas al placer o al dolor, de los que quieren respuestas; y Bernal, melancólico y elegíaco, como ya hizo notar su querido Álvaro Valverde, dice a sus amigos en los alejandrinos de «Otoño» otra lección de vida. Será la cercanía, pero si leo a José Luis me ocurre lo mismo que si escuchase su voz sin verle, que la reconozco. Reconozco sus gustos retóricos, sus guiños a los suyos —con Gerardo Diego siempre— del 27 (a Cernuda en el verso «como piedra entre ortigas», a Dámaso Alonso en el poema «Regreso al anochecer»), y sus superlativos («debilísimo», «bellísimo» y «bellísima,» «prestísimo», «sapientísimo», «recientísimas», «debilísimo» y «dulcísimas»). Como cuando él se refiere a su amigo Francisco Díaz de Castro (en el poema «P. D. de C.»), a José Luis Bernal lo tengo ya nuevamente acomodado, después de muchos años, en el estante a la altura de los ojos amigos. Este libro se presenta mañana en el Instituto «Profesor Hernández Pacheco» de Cáceres, a las 20:30 horas. No me olvido, no, de que también se presenta en el mismo acto otro libro de la misma colección —la letra Z—, Hay un rastro, de Elías Moro, a quien me gustaría dedicar unas palabras en otro momento. También mañana, a las 19:00, en el salón de actos de la Biblioteca Pública «Antonio Rodríguez-Moñino/María Brey» de Cáceres, la Asociación Cultural Norbanova organiza una lectura poética de Benjamín Prado. Esta asociación se despide, pues ha anunciado la suspensión indefinida de sus actividades —supongo y lamento que por falta de apoyo económico—, con el gesto admirable de haber adelantado la hora del acto con Benjamín Prado para que quien quiera también pueda acudir al acto con José Luis Bernal y Elías Moro. Admirable.