Pedro Paricio Aucejo
Si Dios creó el mundo para que la humanidad participara de su divinidad, la inicial oposición a este designio acarreó la degradación de la condición humana. La restitución de esta exigió la salvación cumplida en Cristo, que vino al mundo para revelar el propósito divino de devolver al hombre una dignidad que ningún otro hecho le podía otorgar. La entrega de su propio Hijo para rescate de la humanidad constituye la mayor prueba del deseo salvífico del Padre, pero supone también que cuanto existe adquiere su sentido en dicho objetivo.
Ello comporta que la globalidad del cosmos se encuentra afectada por causa del hombre e integrada en el plan previsto por el Señor para concurrir a la redención humana. Significa igualmente que nuestra existencia en la tierra es una biografía de salvación, por lo que esta no es una cuestión de poca importancia. En verdad, es el asunto por excelencia de nuestra vida, la única cosa realmente necesaria: frente a la imperfección y caducidad de los negocios temporales, el negocio de nuestra salvación es el único cuyas consecuencias son irremediables y eternas.
Ahora bien, aunque se trata de una fuerza exógena de naturaleza divina, la salvación apela interiormente a todo hombre para que, después de una adecuada transformación interior, cada persona entre en relación íntima con Dios y participe de su naturaleza. Este es el motivo por el que la salvación de las almas se convierte en la preocupación por excelencia que impregna los escritos de Teresa de Ahumada.
Si bien la Santa no elaboró ninguna doctrina sobre este tema, tuvo no obstante experiencia de su propia salvación. Los estudiosos han destacado distintos acontecimientos constitutivos de la soteriología teresiana, que fluctúan –como pone de relieve el profesor André Brouillette¹– desde el temor por su salvación a la confianza en Dios y a su definitiva alabanza. En el comienzo de este recorrido, empapada por las historias de las vidas de santos y la visión infantil del ‘para siempre, siempre, siempre’ de la vida eterna, Teresa deseaba modelar su existencia según aquellas vidas heroicas y, siendo descabezada por los moros, convertirse en mártir para gozar perpetuamente de la compañía de Dios. Aunque su deseo no se cumplió en tal sentido, sí que le empujó a la búsqueda de la salvación.
Al recordar en su Vida los primeros años de existencia, la monja abulense describe una aguda conciencia de pecado, que ella misma considera como ‘ruindad’. El temor que esto infunde en ella le lleva a buscar en la vida religiosa un lugar más seguro donde evitar la condena total. La conciencia de pecado nunca se apartaría de ella, incluso al final de su vida. Su mención reiterada al ‘infierno merecido’ habla de este aspecto. Lo que evolucionaría radicalmente en Teresa es la valoración de su debilidad humana.
Mientras que, siendo joven, le movía el miedo a la condenación, en sus años de madurez, el temor fue sustituido por la confianza sincera en Dios y la alabanza por su acción salvadora. Esta glorificación constituye no solo la finalidad de su personal viaje salvífico, sino también el propósito de su empeño apostólico: que otros pudieran alabar a Dios. Una temprana mención de la preocupación de la carmelita universal por la salvación de los otros aparece en la historia del cura de Becedas, cuya salvación veía peligrar por su desviada forma de vida. Este desvelo estuvo siempre vivo en ella y referido a muchas personas. Un momento crucial a este respecto se puede localizar en la visión del infierno experimentada por la religiosa en 1560, que le llevaría finalmente a fundar el monasterio de san José. Su visita al infierno, guiada por el Señor, dejó en ella una marca imborrable, que la empujaría a hacer todo lo que pudiera para evitar que nadie fuera allí.
Por otra parte, en uno de los últimos escritos de la mística castellana a su confidente Alonso Velázquez, obispo de Osma, se detecta que la angustia frente a su salvación ya se había desvanecido, siendo sustituida por el deseo purificado de morir para gozar plenamente de la presencia de Dios. En este sentido, la intimidad alcanzada por Teresa en su desposorio y matrimonio espiritual con Dios le encendió un insaciable anhelo de contribuir al trabajo divino de la salvación a través de la oración, las palabras y los hechos. Además del alcance ejercido por medio de sus abundantísimas relaciones personales y de sus fundaciones conventuales, el compromiso apostólico ejercido sobre el ingente número de lectores de sus textos ha convertido en exponencial el crecimiento de su influencia a lo largo de los siglos. Es la terrenal ganancia de quien empeñó su vida en el negocio global de la salvación.
¹Cf. BROUILLETTE, André, “Cartografía de la salvación: enseñanzas teresianas sobre soteriología”, en Revista de Espiritualidad, Madrid, Carmelitas Descalzos de la Provincia Ibérica ´Santa Teresa de Jesús´ (España), 2017, vol. 76, núm. 304, pp. 415-432.
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