Hoy, 12 de agosto es el Día Internacional de la Juventud. Entre las15 esferas prioritarias de acción aprobadas para este día por la Asamblea General de la Naciones Unidas están el empleo y las cuestiones intergeneracionales. Por eso creo que es oportuno sacar algunos recuerdos de la juventud de personas mayores. El primero es un recuerdo del acto de la Fundación Novia Salcedo “¡Houston, tenemos un problema!, reinventemos el empleo” que tuvo lugar en junio de 2013 en el Teatro Arriaga de Bilbao de la mano de Iñaki Gabilondo y que, según dice la Memoria de ese año, estaba “dirigido a todos los que conforman el panorama laboral (empresa, instituciones, emprendedores, trabajadores, jóvenes...) En el segundo bloque del acto, Iñaki Gabilondo fue entrevistando en directo a personas de nuestro entorno intercambiando con ellas vivencias, reflexiones y opiniones que sirvan de inspiración y ayuda.”
Una de estas personas era Pedro Luís Uriarte, exconsejero de Economía del Gobierno Vasco y expresidente de Innobasque, que habló de su primera experiencia laboral cuando era joven: la de limpiacristales en Londres… Como no me acuerdo los detalles de la experiencia de Pedro Luis Uriarte quizás las siguientes mías pueden aportar algo como“cuestión intergeneracional”.
En unas de las vacaciones de verano cuando era estudiante de Licenciatura en Ciencias Químicas en la Universidad de Lovaina (KU Leuven) busqué un trabajo para poder costear un viaje, organizado por el club estudiantil KSC Brussel (Estudiantes Católicos Flamencos de Bruselas), a las fiestas de las vendimias en las regiones del rio Mosela en Luxemburgo y del Rin en Alemania. Decidimos un amigo, estudiante en medicina, y yo ir a trabajar el mes de julio en la cosecha del lúpulo, un componente en la fabricación de cerveza. Era en el Pajottenland, una región al oeste de Bruselas, Ahora la cosecha se hace con máquinas pero entonces era manual. Estabas sentado en un taburete en medio del campo de lúpulo con una rama de la planta en una mano sobre las rodillas y con la otra ibas echando los frutos de la planta en una cesta, que cuando estaba llena te la pesaban. Porque te pagaban al peso, no por hora trabajada ni al mes con un sueldo fijo. Ni teníamos un contrato escrito. Era un sistema de pago basado exclusivamente en la productividad, no en el tiempo que dedicabas a tu trabajo. Pero lo pasábamos fenomenal. Charlábamos con el jornalero o jornalera de al lado, nos contábamos chistes, y estábamos al aire libre haciendo ejercicio con los brazos y las manos. Te hacías amigo de los jornaleros, que trabajaban para sustentar a su familia y no para irse de vacaciones después como nosotros, echando de vez en cuando un fruto de lúpulo de tu ramo en su cesta. La noche los dos dormimos en el establo de la granja sobre colchones llenados con paja en compañía de las gallinas. Nada de “señoritos”. Y el domingo nos fuimos en la bicicleta de mi amigo, él pedaleando y yo sentado detrás, por los senderos del campo al pueblo cercano para ir a comer algo y tomar una cerveza. Una sola porque teníamos que ahorrar y volver en bici a la granja. Si me acuerdo todavía de estos detalles es porque era una experiencia inolvidable. Más quizás que si me había ido a alguna playa con los gastos pagados por mis padres. Bastante tenían con pagarme los estudios en una universidad privada. En el verano de 1957, cuando acababa de terminar la licenciatura y antes de empezar mi doctorado, tuve otra experiencia laboral totalmente opuesta. Trabajé con un contrato de “auxiliar temporal” durante un mes en el ayuntamiento de Bruselas. Estábamos en el tiempo preelectoral y mi trabajo consistía en contrastar las listas de los ciudadanos con su ficha de empadronamiento. Como querría dar una buena impresión me aplicaba mucho en este trabajo sin perder un momento, hasta que vino mi jefe y me dijo que no tenía que trabajar tan rápido, porque tenía que guardar trabajo para el día siguiente. Allí tuve la experiencia de la forma rutinaria de trabajar de algunos funcionarios públicos. El trabajo fue bastante aburrido, salvo en raros momentos, por ejemplo cuando tuve en mis manos la ficha del joven Príncipe Alberto, que años más tarde sería Rey de Bélgica después de la muerte de su hermano el Rey Balduino. El trabajo fue tan aburrido que en un papel iba marcando los días que pasaban. A pesar de todo fue también una experiencia positiva en el sentido de vivir cómo funciona la administración por dentro y cuál era el ambiente. Y sobre todo me sirvió para decidir que nunca trabajaría en el futuro como funcionario en un empleo rutinario (a pesar de tener respecto para los buenos funcionarios, que también los hay, según mi experiencia con algunos que atienden al público). Son testimonios de hace muchos años, la tecnología avanza, pero la esencia de lo que es el trabajo no cambia mucho con el tiempo. El trabajo siempre ha sido y es una parte esencial de nuestra sociedad y de nuestra vida social. Muchos jóvenes trabajan en las vacaciones de verano como camareros o camareras en lugares turísticos. Aprenden lo que es el trato con el cliente, y aprenden lo esencial de la calidad de un producto o servicio: la satisfacción del cliente y del trabajador.