Este nuevo día en Hong Kong tocaba visitar la vertiente menos turística y lujosa de esta ciudad. Tomamos el metro para dirigirnos al norte de Kowloon. Nuestro objetivo era callejear entre las torres de apartamentos donde vive una parte muy importante de la población hongkonesa. Afortunadamente, y aunque no es demasiado complicado utilizar el metro en Hong Kong, una chica honkonesa que nos había visto dubitativos nos ayudó para adquirir los billetes y orientarnos en que parada debíamos bajarnos, con lo cual nos facilitó muchísimo la labor. Nosotros por nuestra parte, saciamos su curiosidad, ya que no paró de preguntarnos cosas acerca de nosotros y de España, con lo que pasamos unos momentos muy entretenidos e interesantes, hasta que llegó el momento de bajarnos del metro y de despedirnos. Cuando salimos de la pequeña boca de entrada al metro, parecía que habíamos aparecido en otra ciudad diferente, casi en otro planeta. Las enormes torres de apartamentos pegadas unas a otras, de aspecto viejo y desvencijadas, y con los feos compresores del aire acondicionado colgandos por decenas de sus envejecidas fachadas, componían una imagen inquietante. Aquí, en Kowloon, en la zona de Yau Ma Tei, es donde pudimos ver la vida local de los habitantes menos favorecidos de la próspera Hong Kong, chinos en su mayoría, aunque también se mezclan otras nacionalidades como hindúes o malayos. También un buen número de hoteles baratos y cutres donde se alojan muchos chinos, los menos pudientes, que vienen de turismo a Hong Kong.
Y los portales......¡buf!
Y entre tanta torre llegamos a unos de los templos que dan algo de luz y "aire" a las, a veces, sombrías calles de Kowloon. En el "Tin Hau Temple", un reducto de paz dentro de la vorágine de la ciudad, se puede contemplar la devoción de los chinos por sus creencias, eso si la densa humareda que produce el incienso te deja ver algo. Estaba prohibido fotografiar el interior, pero siempre se puede "robar" una foto con el zoom desde el exterior.
Una cosa que parece difícil de creer es la posibilidad de transitar por calles semi desérticas en esta enorme y poblada ciudad.
Y callejeando por Kowloon llegamos hasta unos de los reclamos turísticos, el mercado del jade. Dentro de él se alinean puestos tras puestos donde poder adquirir casi cualquier objeto que se te antoje hecho en jade. Pero no hay que engañarse, sus precios son muchísimo más bajos que en las joyerías debido a que la calidad del jade es muy inferior al que se vende en ellas. Pero para regalarse uno mismo un pequeño detalle a bajo precio está bien, y por supuesto, una vuelta por todos los puestos para practicar algo de regateo.
Concentrados en el regateo
Resulta absolutamente increíble observar los gigantescos andamiajes de bambú elevándose desde la calle decenas de pisos. Dan una imagen de gran fragilidad, cuando en realidad no es así. Las arterias y aceras de las calles más principales del norte de Kowloon están saturadas de chinos en sus quehaceres diarios, y es fácil encontrarte con algún turista occidental, pero cuando empiezas a perderte por estrechas calles trasversales no te cruzas con uno solo. De todas formas la sensación de seguridad que tuvimos fue muy alta.
En ocasiones,cuando levantábamos la vista, resultaba complicado hasta ver los edificios que nos rodeaban debido al tamaño y a la ingente cantidad de rótulos luminosos que poblaban muchas de sus calles.
En la arteria que divide la península de Kowloon, en Nathan Road, ya en el distrito de Tsin Sha Tsui y junto al Parque de Kowloon, se levanta la mezquita y el centro islámico que da servicio a la comunidad musulmana.
Una de las cosas más alucinante de Asia es que generalmente puedes encontrar comida a cualquier hora del día, y casi de la noche. Por cada esquina abundan restaurantes de todo tipo que sacian el hambre de esta enorme urbe. Así que a la hora de elegir uno y entrar a comer no queda otra que dejarse guiar por la intuición. Y el "Macau Restaurant" fue nuestra elección en mitad de Kowloon.
La verdad es que la comida estaba muy buena, aunque otro cantar eran los baños del local...y ese sistema tan "curioso", por decirlo de una manera suave, que tienen para limpiar la vajilla en dos baldes en el suelo, uno con agua jabonosa sucia donde enjabonan los platos y otro para aclarar los platos con agua algo menos sucia. Cuando se lo comenté a Ceci y lo vio con sus propios ojos, de repente se le indigestó la comida, no se por qué.
De camino a los muelles de Kowloon para volver a embarcar en un ferry hacia Central Pier, pasamos por el famoso Hotel Península de Hong Kong. El hall del hotel alberga algunas tiendas y joyerías de lujo. Es una institución en la ex-colonia británica.
Y sus no menos famosa flota de Rolls Royce de color verde península, por supuesto.
Navegando de nuevo a través de la Bahía de Victoria
Y llegamos a otra de las curiosidades de Hong Kong. El Central Escalator es una gigantesca escalera mecánica que asciende hasta Hollywood Road, una zona llena de tiendas de antigüedades. Aunque en realidad son veinte tramos de escaleras diferentes, que dependiendo de la hora del día van en sentido descendente o a la inversa. Cuando fuimos nosotros por la tarde funcionaban en sentido ascendente, y sirvieron para visitar esta zona de la isla de Hong Kong repleta de restaurantes, todo tipo de comercios y puestos muy animados, donde se vendían productos que no había visto jamás.
Un buen lugar donde pasear y perderse entre las callejuelas disfrutando y asombrándose de todo lo que hay alrededor
Los famosos tranvías de Hong Kong, a parte de vistosos, son un medio de transporte muy eficaz para recorrer la zona financiera
Regresamos de nuevo a la península de Kowloon, atravesando de nuevo el puerto de Victoria. No me cansaría nunca de cruzar de un lado al otro, es una experiencia maravillosa, sobre todo al atardecer en el que los edificios se van iluminando y tomando color poco a poco. Íbamos a contemplar por segunda vez el espectáculo de luz y sonido, ya que el paseo marítimo nos cogía de paso en el trayecto hacia nuestro hotel. Aprovechamos para verlo desde otra perspectiva diferente de la del día anterior. Como ya dije la música es algo hortera, pero bueno, en ese escenario tampoco está tan fuera de lugar, pero los juegos de láser y luces son muy vistosos.
La noche caía implacable sobre la ciudad de Hong Kong
La imagen nocturna de Hong Kong iluminada es algo que se graba en la retina....
....y el juego de luces y los miles de puntitos luminosos es inolvidable.
Y como todo en la vida, nuestra estancia en Hong Kong, y consecuentemente el inolvidable viaje por el sudeste asiático a bordo del fantástico Zaandam, estaba llegando a su fin. Después de volver a vivir de nuevo el curioso espectáculo de luz y sonido del skyline de Hong Kong, nos fuimos dando un último paseo por Kowloon hasta llegar al hotel Icon, donde recogimos nuestro equipaje y tomamos un taxi hacia el modernísimo aeropuerto de Hong Kong. Durante el trayecto pudimos ver otros paisajes de las otras islas de Hong Kong, con cientos de enormes torres de apartamentos levantados unas junto a otras, y de paso también pudimos pasar un mal rato, ya que juraría que el chófer chino del taxi daba algunas cabezadas que otras. Su postura de conducción inclinada sobre el volante era indicio claro de llevar muchísimas horas al volante del taxi. Afortunadamente llegamos al aeropuerto sanos y salvos, donde facturamos el equipaje y pasamos las horas que quedaban para la salida de nuestro vuelo curioseando por las tiendas y cenando en uno de los restaurantes del aeropuerto.
En el restaurante vi colgado un pato laqueado, y es lo que quería pedir. Lamentablemente se me adelantaron unos alemanes que se zamparon el único que les quedaba, así que tuvimos que pedir otras cosas.
Esperando el embarque en el Airbus A380 de Fly Emirates que nos llevaría hasta Dubai. Habíamos cenado en el aeropuerto de Hong Kong, ya que nuestro vuelo tenía la salida programada para la una menos veinte de la madrugada, y no pensábamos que nos darían de cenar. Pero estábamos equivocados, y si que sirvieron cena, y tente en pie, y desayuno, y... Vamos, que comimos más en los cuatro vuelos de Emirates en los que volamos que en el resto del viaje.
El pasaje acomodándose en la cabina del Airbus A380. El viaje llegaba definitivamente a su fin. Nos esperaba un vuelo de 11 horas hasta aterrizar en Dubai, y tras dos horas y media de espera, otro vuelo de algo menos de 8 horas y media para llegar a Barajas. Y todavía teníamos que recoger nuestro coche del aparcamiento de larga estancia y conducir cuatro horas hasta llegar a Santander.....hasta llegar a casa.
Poco antes de aterrizar en Dubai, las amables azafatas nos sirvieron un completo desayuno