Revista Cultura y Ocio

Explorando Lo IncomprensibleEnferméride III - La zona gri...

Publicado el 04 octubre 2015 por Jaumer

Explorando Lo Incomprensible

Enferméride III - La zona gris de enfermería

Primo Levi in the house of the maternal family( Luzzati family)

Primo Levi

Podríamos decir que Primo Levi murió el año 1945, al final de la II Guerra Mundial, cuando fue liberado el campo Monowitz o Auschwitz III y cuyo 70 aniversario celebramos este año. Después de aquel mes de julio en el que se volvió a iniciar la vida en Alemania, y en buena parte de Europa, lade Levi se convirtió en un vergonzoso transcurrir en el que la escritura como terapèutica no fue suficiente para paliar el remordimiento y la culpabilidad de haber sobrevivido. Primo Levi murió oficialmente en 1987, porque quiso o por accidente, tanto da; pero le ocurrió mucho antes como hombre, en 1945
  En su Informe sobre Auschwitz. Informe sobre la organización higieniosanitaria del campo de concentración para judíos de Monowitz nos habla del criterio de selección, no ya de los hombres y mujeres que pasarán a formar parte de la zona gris previa asfixia por Zyclon B, sino de los médicos y enfermeras que de entre los deportados serán escogidos para ser el personal sanitario del hospital del campo. Así, nos dice:
"El personal era reclutado exclusivamente entre los mismos deportados. Los médicos eran escogidos, previo exámen, entre aquellos que, al entrar al Campo, habían declarado que eran licenciados en medicina, con prioridad sobre aquellos que dominaaban la lengua alemana o polaca. Sus servicios eran recompensados con un trato alimentario mejor y con ropa y calzados mejores. Los ayudantes y enfermeros eran escogidos, en cambio, sin ningún criterio de antecedentes profesionales: la mayoría eran individuos con muy buena presencia que obteníasn el cargo -naturalmente muy deseado- gracias a sus amistades y relaciones con médicos que ya ejercían o con directivos del Campo. Esto comportaba que, mientras los médicos mostraban en general una discreta competencia y un cierto grado de civismo, el personal auxiliar se distinguía por su ignoracia o menosprecio, de toda norma higiénica, terapéutica o humanística, llegando al extremo de comerciar con parte de la sopa y del pan destinados a los enfermos para obtener cigarrillos, piezas de ropa y otras cosas. Los enfermos eran golpeados a  menudo por faltas irrisorias (...) Generalmente, a los pocos minutos, el paciente perdía el equilibrio por el cansancio muscular y por la debilidad de su organismo y rodaba por el suelo, con gran diversión de los enfermeros que en círculo se burlaban ridiculizándolo."

  ¡Qué oscura fue el alma durante esa época! No es una imágen agradable la que Primo Levi expone de enfermería. Porque, ¿podemos hablar de "enfermeros" realmente? ¿O más bien de individuos que para sobrevivir en ese mundo deshumanizado eligen, dentro de sí mismos, lo único que les queda aún, la animalidad? Estamos ante lo opuesto al concepto enfermero, estamos frente a lo irracional o, mejor aún, ante la sinrazón de una época que hizo emerger la  parte oscura del ser. No, no son enfermeros realmente sino individuos forzados a serlo, individuos sin conocimientos específicos, sin deseos de compartir, sin deseos de ayudar, sin deseos de empatizar con el enfermo.

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Boris Pahor

  Pero ésto, es un accidente dentro de la historia de la enfermería. Como también lo es el caso de Boris Pahor, autor de Necrópolis. Pahor se vió empujado también, como los individuos descritos por Primo Levi,  a ser enfermero en Dachau y ayudante del Dr. Franz Blaha, uno de los supervivientes que declaró en los Juicios de Nuremberg el 11 de enero de 1946. Pero a diferencia de los primeros, Pahor se centró en los enfermos:
 "Me concentré en el cuidado de los demás (...) Ayudaba junto a Leif* a los enfermos, y con la sensación de ser útil imprimía el sentido a mis gestos..."
  * Dr. Leif: médico noruego que establece amistad con Boris Pahor; esta amistad le permitirá a Pahor  poder acceder a la Revier, Enfermería del campo, llevando así una existencia más segura pero a la vez más culpable por el contacto continuado y directo con la muerte.
  Ninguno de los dos extremos pertenecen a nuestra historia, son accidentes en ella. Ninguno de estos 
personajes era enfermero de profesión, por tanto, nada les debemos como enfermeros, no así como seres humanos (en lo negativo y en lo positivo). Dice Imre Kertész, superviviente y autor de Un instante de silencio ante el paredón, entre otras obras,

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Imre Kertesz in Berlin, 2006.Credit Isolde Ohlbaum/Laif — Redux

"Nos espanta la facilidad con que los regímenes dictatoriales totalitarios disuelven la personalidad autónoma y con que el ser humano se convierte en pieza constituyente, sumisa y perfectamente ajustada del dinámico engranaje estatal. Nos llena de inseguridad y temor que en determinados tramos de la vida muchos seres humanos y hasta nosotros mismos nos convertimos en seres que nuestro ser racional, provisto de sentido común y moralidad burguesa, más tarde no puede ni quiere reconocer, con los que no puede ni quiere identificarse."

   Pero en esta parte de la historia de la humanidad, sí hay un componente que pertenece por derecho a nuestra historia como enfermeras, cuya naturaleza es incomprensible, vergonzante, inadmisible: la existencia de enfermeras y enfermeros que participaron activamente en poyectos de experimentación/eliminación de pacientes, como el proyecto Aktion T4 o el proyecto Lebensborn.

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Enfermeras de la Cruz Roja jurando lealtad ante Hitler

  No hay nunca referencia alguna a esta parte oscura de nuestra profesión en la obras sobre historia de la enfermería.. En los manuales de historia encontramos, ejerciendo las actividades enfermeras, a esclavos (Grecia), monjes/monjas/cortesanas (edad media), caballeros (baja edad media), barberos/cirujanos (S. XVII-XVII), etc. Pero nunca encontramos la categoría de enfermeras/os asesinas/os. No estamos frente a individuos forzados a prostituir sus principios y valores a cambio de la supervivencia (quiénes somos nosotros para prejuzgar un compotamiento del que no estamos seguros de cómo actuaríamos ante las mismas ondiciones). Estamos frrente a personas que han elegido libremente una profesión humanística/científica cuyo uso sí es voluntariamente prostituído. ¿Cómo fue posible que hombres y mujeres, vulnerando su ética profesional, y amparados tras un uniforme, símbolo de protección, se convirtieran en asesinas/os y cómplices de asesinatos, cegadas/os por el discurso de un líder totalitario y genocida? Tristemente, hay múltiples ejemplos de ello, listas de enfermeras y enfermeros que en sus respectivos hospitales ejercían actividades, que no iban dirigidas a la protección del enfermo sino a aumentar su sufrimiento y exterminio, en ocasiones, en aras de la ciencia. No debemos ocultar este error histórico, esta humillación poco conocida de nuestra profesión. Pensemos que si existe un carácter negativo de la profesión, únicamente es posible como contraposición al verdadero carácter positivo de enfermería: cuidar, su horizonte. 
  Heinrich Ruoff es un ejemplo de esa mancha en nuestra historia. Como lo fue Irmgar Huber, su enfermera jefe. Y esta es una breve historia de nuestro pasado:
  A medio camino entre Frankfurt am Main i Bonn se encuentra Hadamar, una población de unos 12.000 habitantes, rodeada de extensos campos verdes. Hadamar tenía en 1940 un hospital para enfermeros mentales. No siempre fue así; desde 1883, fecha de su inauguración, hasta 1906 funcionó como correccional para presos. Desde ese año, su función cambió para convertirse en una institución psiquiátrica, hasta poco después de 1945.  Hoy, en su cementerio, hay un memorial por las víctimas de la eutanasia. ¿Qué ocurrió?
  Tenía 39 años Heinrich Ruoff cuando ingresó como enfermero en el hospital psiquiátrico de Hadamar. Fue en 1926. Poco a poco fue ascendiendo convirtiéndose en Oberpfleger (enfermero jefe) en 1938. Un año antes ingresó en el NSDAP, el partido nacionalsocialista alemán.
  Irmgar Huber, nacida en Hadamar, empezó a trabajar como enfermera en 1932, con 31 años, en el psiquiátrico de su ciudad. Antes de la década de los 40, ya era jefa de enfermeras. Coincidió con Ruoff.
 ¿Qué une a Heinrich y a Irngar? Ambos fueron juzgados por su participación en el exterminio de enfermos mentales, personas con taras físicas, con enfermedades hereditarias, asociales,... Hadamar fue una de las 6 instituciones elegidas para llevar a cabo el proyecto Aktion T4, el proyecto eutanasia. En 1940 el presidente del Land transformó el hospital psiquiátrico a las necesidades del proyecto, contruyendo 2 hornos crematorios y 1 cámara de gas. Los enfermos eran gaseados y sus curepos quemados en los hornos. A partir de 1942, y para evitar el uso de la cámara de gas, se introdujo la inyección letal como método de exterminio. Cuando los soldados estadounidenses liberaron el centro en 1945, el número de víctimas se calculó en casi 14.500. Y el del personal sanitario participante, unos 150.
  ¿Cuál fue el papel de ambos en el proyecto Aktion T4? 
  Durante el juicio realizado entre el 8 y el 15 de octubre de 1945, llamado Juicio Hadamar, Huber no pudo ser acusada de la muerte de ningún paciente; aún así, fue condenada a 25 años por su participación en la selección de los pacientes que iban a ser asesinados así como por la falsificación de los certificados de defunción,. En 1947 en un nuevo juicio sobre los hechos de Hadamar, se amplió a 8 años su condena. Fue puesta en libertad en 1952, tan sólo 6 años después, en virtud de los pactos contraídos durante el período de la Guerra Fría. Murió, insultantemente libre, en 1983, en Hadamar.
  Heinrich Ruoff fue acusado, junto a otros miembros del personal sanitario, de la muerte de alrededor de 400 personas de origen polaco y ruso. Junto a Irmgar Huber, participó en la falsificación de certificados de defunción y fue nombrado por varios testimonios, durante el juicio, como la persona que administraba las inyecciones letales bajo la escusa de inyectarles vacunas preventivas de enfermedades infecciosas. Le describían como un hombre brutal y sin corazón. Fue condenado a la horca, siendo ejecutada la sentencia un 15 de marzo de 1946.
   Este es también nuestro pasado, un episodio de la historia de nuestra profesión. No sólo en 1945 murió ya Primo Levi como hombre, sino una parte de nuestra esencia como enfermeras. Y cabe recordar sucesos como estos hoy, que presenciamos conflictos entre ciudadanos de un mismo país, guerras por ideologías mal conocidas, por sentimientos religiosos llevados a su máxima radicalidad; hoy, que hace 24 horas de la muerte, en Afganistán y a causa del bombardeo de un hospital por las fuerzas aéreas de EE.UU., de varios cooperantes sanitarios de Médicos Sin Fronteras. Cabe recordar todo ello para no ampliar esa mancha, esa "zona gris", recordar para no sucumbir al terror ni ser partícipes de él. Cabe recordar. De nuevo, Primo Levi:
"Sucedió, por lo tanto puede volver a pasar: esto es la esencia de lo que hemos de decir". 

Bibliografía:
- Levi, Primo. Informe sobre Auschwitz. Ellago Ediciones, 1ª edición, 2005. Castellón.
- Pahor, Boris. Necrópolis. Anagrama.1ª ed. mayo, 2010. Barcelona
- Kertész, Imre. Un instante de silencio ante el paredón. Herder. 2ª edición, 2012. Barcelona
- Rousset, David. El universo concentacionario. Anthropos. 1ª edición, 2004. Barcelona
- Planas, Rosa. Literatura i Holocaust. Lleonard Muntaner, Editor. Palma (Mallorca), 2006
- Owen, James. Nuremberg. Crítica. Baarcelona, 2007


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