Revista Opinión

Expolio, odio y venganza: la guerra que fractura a la República Centroafricana

Publicado el 17 abril 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Cualquier guerra civil es sinónimo de devastación y fractura social. Pero si la guerra ocurre en uno de los países más pobres del mundo, es fácil intuir que ésta adquiere unos tintes especialmente dramáticos. La República Centroafricana (RCA), sigue inmersa dos años después en un atroz conflicto cuyo enquistamiento ha hecho que caiga en el olvido para Occidente, lejos del foco mediático internacional. El caso centroafricano no deja de ser paradigmático en África. Se vuelve a dar la terrible paradoja de un estado con abundantes recursos naturales que en lugar de ser fuente de riqueza al servicio de la nación se convierten en el origen de conflictos que llevan a su pueblo a la más profunda miseria. Merced a la cultura de depredación instaurada desde el colonialismo, primero fue el caucho y la madera, luego el oro, los diamantes, el petróleo o el uranio los que han sacado a relucir la inexpugnable codicia de unos dirigentes africanos que han antepuesto su enriquecimiento personal a cualquier tipo de progreso nacional. Y cuando las naciones son jóvenes y poco consolidadas, en las que priman las lealtades tribales a la obediencia estatal, es indispensable buscar cierto equilibrio de poder entre las distintas etnias que la conforman en aras de la cohesión nacional, tan necesaria para empezar a pensar en desarrollo y generación de riqueza. Pero nada de esto ha sucedido en los más de cincuenta años de vida de la RCA.

La República Centroafricana adquirió su independencia en 1960, tras casi setenta años de dominio colonial francés. Francia posó sus garras en el territorio Ubangui-Chari con la impunidad del que depreda un territorio marginado y prácticamente deshabitado, pero con grandes recursos naturales por explotar. Las compañías europeas y la administración francesa transformaron por completo el sistema económico del país, sumiéndolo en un subdesarrollo crónico y relegándolo a una dependencia poscolonial de la que difícilmente se ha despojado la malograda nación centroafricana. Una de las deshonrosas tradiciones que han seguido vigentes tras el mandato francés ha sido la cultura de extorsión y autodestrucción merced al despotismo, la corrupción y el afán de lucro personal que han implantado de manera sistemática los distintos presidentes que han tomado el poder tras la independencia, que de ninguna manera fue sinónimo de prosperidad o estabilidad política. No en vano, cinco de los seis últimos presidentes centroafricanos tomaron el poder a través de las armas y una vez en el cargo poco quisieron saber de la necesaria unidad nacional, más bien todo lo contrario. La irresponsable gestión desde la presidencia no ha logrado sino exacerbar las rivalidades interétnicas avivando el odio y la sed de venganza que han llevado a la RCA a vivir en riesgo de guerra constante.

Tanto es así que en las últimas dos décadas el país se libró in extremis de la guerra civil en hasta dos ocasiones, y se han producido con éxito dos golpes de estado. El primero de ellos provocó la caída del primer presidente electo de la historia de la RCA, Ange-Felix Patasse. La corrupción y el mal gobierno de éste generaron un constante ruido de sables entre algunos sectores del ejército nacional y fue la destitución en 2001 del jefe del Estado Mayor del Ejército, el general François Bozizé, la gota que colmó el vaso. En marzo de 2003, el propio Bozizé, que se encontraba exiliado en Chad, lanzó un golpe de Estado arropado por sus fieles del ejército y se autoproclamaría presidente. Una vez en el poder, disolvió la Asamblea Nacional y postergó hasta 2005 las prometidas elecciones democráticas que él mismo ganó, no sin voces escépticas que denunciaban irregularidades en los comicios. La animadversión hacia el presidente creció exponencialmente en las regiones norteñas, donde proliferaron en pocos años las milicias rebeldes ante el sentimiento de agravio y marginalización que la gestión de Bozizé provocaba en la zona. La creciente convulsión hizo sentar en 2008 a las facciones rebeldes y al gobierno en la capital de Gabón, Libreville, para intentar frenar la escalada de tensión que podía degenerar en una guerra civil. De este modo se llegó al Acuerdo Global de Paz de Libreville, que consideraba la formación de un gobierno de consenso que liderase un proceso de reconciliación nacional, así como el desarme y desmovilización de las milicias armadas. Sin embargo, este pacto político acabó siendo estéril dado que el presidente Bozizé nunca tuvo la más mínima intención de llevarlo a la práctica y acabó incumpliendo todos los compromisos adquiridos, lo que exacerbó la ira de los rebeldes.

En este contexto se llegó a las elecciones de 2011, que vislumbraban una mínima esperanza para calmar la creciente tensión y rebajar las pretensiones beligerantes de las milicias del norte del país. Pero nada más lejos de la realidad. Bozizé se vería enormemente reforzado obteniendo más del 60% de los votos en la primera vuelta y fue de nuevo investido presidente. Este resultado significó, para los grupos rebeldes, la constatación de que la vía democrática no era la más efectiva para derrocar a Bozizé. Optarían pues, como es tradicional en la RCA, por la vía de las armas. A lo largo de 2012, viejas y nuevas facciones rebeldes se agruparon alrededor de la Unión de Fuerzas Democráticas por la Reunificación, liderada por Michael Djotodia, para crear la coalición armada ‘Seleka’, cuyo significado es, en la lengua sango, ‘Alianza’. Sería esta coalición la encargada de lanzar una ofensiva hacia la capital arrasando todo cuanto encontraba a su paso y poniendo contra las cuerdas al presidente Bozizé. Como ultimátum, demandaban el cumplimiento de lo pactado en los acuerdos de 2008. Ante esta situación se volvieron a iniciar conversaciones en Libreville que tuvieron como resultado la firma, en enero de 2013, del Acuerdo de Libreville que establecía un alto al fuego e inauguraba un nuevo gobierno de unidad nacional en el que Djotodia se convertiría en el viceprimer ministro. No obstante, este nuevo escenario no sació las ansias de poder de la Seleka que finalmente asaltó la capital en marzo de 2013 en un golpe de estado que dejaría como presidente a Djotodia y mandó al exilio a Bozizé.

Los Seleka en el poder: desgobierno, saqueo y destrucción

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La Seleka nació como una amalgama de facciones armadas mayoritariamente musulmanas que tenían como objetivo común el derrocamiento de Bozizé y para ello unieron sus fuerzas. Entre sus integrantes se encuentran antiguos militares de las Fuerzas Armadas Centroafricanas (FACA), disidentes de la administración de Bozizé, señores de la guerra y mercenarios provenientes de Chad y Sudán. Estos últimos fueron decisivos en el éxito de la ofensiva que acabó con la presidencia de Bozizé, dada la mayor sofisticación de sus armas que fueron usadas en anteriores conflictos de sus países de origen. Dicha ofensiva, perpetrada desde el norte, dejó a su paso miles de muertos, violaciones y saqueos sembrando la semilla del odio en la población centroafricana.

Una vez en el poder, la coalición demostró no tener ningún tipo de estructura, jerarquía, ideología política o iniciativa de gobierno. Ni siquiera contaba con un liderazgo efectivo por parte de Djotodia. Sin control presupuestario alguno sobre los gastos del gobierno, la corrupción y el fraude constituían una epidemia que pronto alcanzó a toda la administración Seleka. La economía se desplomó y las arcas del estado quedaron vacías, de modo que no había dinero ni para pagar a los funcionarios públicos. Sí que hubo dinero, no obstante, para que el presidente Djotodia aumentara en un 50% el presupuesto para gastos de presidencia, que ya había sido elevado por su antecesor. Otros cargos del gobierno y de la administración también aprovecharon su posición para enriquecerse, a menudo participando en actividades ilícitas, como el tráfico de diamantes, madera, marfil o armas.

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El expolio de diamantes es el caso más paradigmático. Muchos componentes de la Seleka eran antiguos comerciantes y artesanos del sector en el noreste del país. Cuando iniciaron su avance hacia la capital, se dirigieron estratégicamente hacia el oeste, la zona más rica en diamantes, dejando a su paso numerosos saqueos que provocaban choques violentos con la población local, artesanos y comerciantes que se saldaron con cientos de muertos. Con el control de las minas del oeste la Seleka se aseguró el dominio de un sector estratégico, que sin embargo no utilizó en modo alguno en beneficio de la población, sino para el lucro personal de los miembros de la alianza y para dinamizar el mercado negro. De hecho, la Alianza apenas se encargaba de gestionar la producción y distribución de diamantes, sino que su práctica más común era la extorsión y posterior tráfico hacia Sudán o Camerún. Pero no solo se traficaba con diamantes. Lo hacían con madera y con gasolina, de la cual se adueñaban ilícitamente, así como con el marfil, para lo cual accedían a reservas protegidas donde cazar elefantes, a menudo con el objetivo de hacer llegar sus colmillos al mercado asiático a través de los puertos cameruneses o sudaneses. Junto a ello, los ganaderos centroafricanos también sufrieron la voracidad de la Seleka, que robaba el ganado para comerciar su carne en beneficio propio.

Los Anti-Balaka, la radicalización del desamparo

La anarquía era absoluta y la impunidad con la que los miembros de la Seleka devastaban el país, abrumadora. La espiral de caos y violencia se hacía insostenible y no parecía que hubiera nada que la parase ante la inoperancia de las fuerzas de seguridad nacionales, la práctica inexistencia de las FACA y unas fuerzas internacionales absolutamente desbordadas y con poco margen de maniobra, dado que no tenían presencia más allá de la capital. Ante esta situación muchos ciudadanos centroafricanos optaron por unirse a las antiguas milicias de autodefensa que nacieron a mediados de los noventa para proteger las tierras de los campesinos del saqueo de bandidos. Así (re)nacieron los Anti-Balaka, anti-machete en sango. Esta facción era mayoritariamente cristiana y animista y, como la Seleka, carecía de estructura, jerarquía o ideología clara.

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El odio y el ansia de venganza a la Seleka, así como la voluntad de derrocar del poder a Djotodia eran los principales elementos cohesionadores de la coalición, a la que se le fueron sumando antiguos miembros de las FACA, que aportaron, además de experiencia en el campo de batalla, un nada despreciable arsenal de armas provenientes del ejército. Junto a estos se unieron las milicias de autodefensa locales formadas a raíz de los ataques Seleka a ganaderos y a recolectores de diamantes, además de bandidos, delincuentes y bozizistas, partidarios del antiguo presidente Bozizé, que componen la facción más radical dentro de la coalición.

La falacia religiosa recrudece el terror

La espiral de violencia que propició la aparición de los Anti-Balaka y sus enfrentamientos con la Seleka hizo que la comunidad internacional comenzara a centrar sus miras en un conflicto que empezaba a adquirir dotes de genocida. Ante la presión de Francia y de países de la región, el presidente Djotodia ordenó la disolución y desarme de la alianza Seleka en septiembre de 2013. No obstante, muchos de los componentes de la alianza se negaron a acatar el mandato y se reorganizaron formando la ex-Seleka, posteriormente rebautizada como Fuerzas Revolucionarias. La ex-Seleka, menos numerosa, se replegó hacia el noreste, en las regiones desde donde provenían originalmente. Este nuevo escenario alentó a los Anti-Balaka, que incrementaron sus atrocidades hasta llegar a la capital. Ante la incapacidad de frenar la ola de matanzas, saqueos y enfrentamientos, Djotodia se vio forzado a dimitir en enero de 2014, en una reunión de la Comunidad Económica de los Estados de África Central en Yamena (Chad). Djotodia se fue al exilio en Benín y la Asamblea Nacional eligió a Catherine Samba-Panza como presidenta interina.

La presidenta interina, Catherine Samba-Panza, con su homólogo francés François Hollande

La presidenta interina, Catherine Samba-Panza, con su homólogo francés François Hollande

La ofensiva Anti-Balaka sobre Bangui supuso el punto más álgido del conflicto fratricida. Los nuevos rebeldes entraron en la capital para masacrar a todos los musulmanes que encontraban a su paso, considerados sin excepción cómplices de la Seleka. En la República Centroafricana han convivido en relativa armonía las tres religiones predominantes. La gran mayoría son cristianos, pero hay una importante minoría de musulmanes –en torno al 15%- concentrados en el noreste a los que se les ha relacionado tradicionalmente con los oficios de mercaderes y comerciantes. La segunda minoría religiosa serían los animistas, si bien este grupo es muy difuso puesto que los propios musulmanes y cristianos de la RCA introducen rasgos animistas en sus respectivas confesiones.

Dado que la alianza Seleka se formó en el noreste del país y es de mayoría musulmana, y los Anti-Balaka son mayoritariamente cristianos, se suele caer en el simplismo de identificar a ambos bandos beligerantes con sus respectivas religiones. No en vano, los medios de comunicación occidentales a menudo reducen el complejo escenario centroafricano en una guerra entre cristianos y musulmanes, en línea con otros conflictos que protagonizan islamistas radicales en el continente africano y Oriente Medio. Cierto es que a ello han contribuido los líderes rebeldes, que han jugado la baza religiosa para instigar a la población a compartir su causa y conseguir captar así más adeptos, enmascarando el trasfondo político y económico del conflicto. Sin embargo, cabe precisar que la religión no es el origen o el motivo principal de las disputas en la RCA, y que el comportamiento de las facciones rebeldes no obedece a ningún credo. La religión funciona más bien como elemento catalizador del sentimiento de agravio y odio hacia las barbaries cometidas por el bando opuesto. A esto se une el siempre peligroso elemento de la extrema pobreza, que unida a la desigualdad y la precaria educación, genera la frustración de unos jóvenes que ven en las milicias radicales una vía de escape a su resentimiento. Es por ello que el mensaje anti-islámico ha calado hondo en los jóvenes milicianos de Anti-Balaka, que han perpetrado matanzas de este signo a lo largo y ancho del país; en el otro bando, el inusitado odio hacia las comunidades cristianas aumenta y puede provocar un efecto llamada de islamistas radicales que lleguen a la RCA en defensa de su credo.

La misiones internacionales en la RCA

Ante el estado fallido en el que se había convertido la República Centroafricana, era imprescindible una mayor implicación internacional que esta vez, por suerte, iba a llegar. No obstante, es evidente que la labor de las misiones internacionales desplegadas sobre el terreno tienen mucho margen de mejora dado que se han centrado casi exclusivamente en la capital, Bangui, y en el resto del país el caos apenas ha podido ser corregido. Sin embargo, cabe considerar que si bien el esfuerzo internacional no acaba de lograr la tan ansiada paz en el país centroafricano, la RCA al menos no da la sensación de haber sido abandonada a su suerte por la comunidad internacional. No hay que irse muy lejos, apenas unos cientos de kilómetros al este, para comprobar que otros países no han atraído una presencia internacional tan numerosa –por muy mejorable que sea-, como es el caso del vecino Sudán del Sur.

Desde que en 1997 se lanzara la Misión de Vigilancia de los Acuerdos de Bangui (MISAB), trece han sido las misiones internacionales que se han desplegado en suelo centroafricano. A continuación se sintetizan las que atañen directamente al conflicto actual:

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    Naciones Unidas:
    La ONU inauguró su presencia en la RCA en 1998 con la misión militar MINURCA (Misión de
    Naciones Unidas en la República Centroafricana) que dos años más tarde fue sustituida por la Oficina para la Consolidación de la Paz en la RCA (BONUCA). A su vez, esta última fue relevada en 2010 por BINUCA (Oficina Integrada para la Consolidación de la Paz) que tiene como objetivo desde entonces el apoyo a la transición política, la asistencia humanitaria y el favorecimiento de la autoridad estatal. Desde septiembre de 2014 la ONU tiene desplegado en suelo centroafricano la MINUSCA, que supuso el relevo de la breve MISCA. La Misión Internacional de Apoyo a la RCA con liderazgo africano estaba compuesta por 6.000 militares provenientes de otros países de la región, con gran presencia de chadianos. Esta Misión se estableció en diciembre de 2013 y vino a sustituir a la MICOPAX (2008-2013). En cuanto a la vigente MINUSCA (Misión Multidimensional Integrada para la Estabilización de la RCA), fue aprobada mediante la Resolución 2149/2014 del Consejo de Seguridad de la ONU y sus objetivos son la protección de la población civil, el apoyo al proceso de transición, facilitar la asistencia humanitaria y promover la promoción y protección de los derechos humanos; el apoyo a la justicia y el Estado de Derecho; y el desarme, la desmovilización, la reintegración y los procesos de repatriación. Contará como máximo con 12.870 efectivos -2.100 policías y el resto, militares-.
  • Francia: la responsabilidad como antigua potencia colonial hace que Francia, cuyas anteriores misiones habían levantado fuertes críticas, se esté involucrando mediante la Operación Sangaris. Esta Operación, desplegada en diciembre de 2013, nació con la función de servir de apoyo a la MISCA (hoy MINUSCA), para lo cual cuenta con 2000 militares en Bangui.

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  • Unión Europea: en mayo de 2014 el Consejo de la Unión Europea y posteriormente el Consejo de Seguridad de la ONU (Resolución 2134/2014) aprobó el despliegue de la misión EUFOR RCA con el objetivo de ayudar a estabilizar la estabilidad y la seguridad en la capital, Bangui, así como la ayuda a MISCA, facilitando el posterior despliegue a MINUSCA. Además, en su labor se incluía el apoyo a proyectos humanitarios. Los más de setecientos efectivos de EUFOR RCA -entre ellos 50 militares españoles y 25 guardias civiles- operarían en los distritos más convulsos de Bangui hasta que en el pasado mes de marzo la EUFOR fuera sustituida por la EUMAM (Misión de Asesoramiento Militar), cuyo objetivo es el apoyo en la reforma de las Fuerzas Armadas Centroafricanas.

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Una paz remota

La labor de las fuerzas internacionales desplegadas sobre Bangui ha conseguido mejorar la seguridad en la ciudad, si bien el clima de tensión y criminalidad no ha dejado de existir y se han sucedido, cada vez de forma más esporádica, diversos choques entre las facciones Anti-Balaka y militares de MINUSCA dejando muertos en uno y otro bando. También se han llevado a cabo secuestros del personal de Naciones Unidas y del gobierno de Samba Panza, como el del Ministro de Juventud y Deportes a comienzos de este año.

En el resto del país, el conflicto se ha enquistado y ni los más optimistas se atreven a pronosticar una resolución cercana. Los esfuerzos políticos por conseguir una reconciliación entre las facciones beligerantes han resultado en vano. En julio de 2014, la presidenta Samba-Panza, miembros Anti-Balaka y de la ex-Seleka se reunieron en la capital de la República del Congo, donde firmaron el Acuerdo de Paz de Brazzaville que recogía un alto al fuego. Este acuerdo, como se esperaba, fue incumplido sistemáticamente por las facciones y solo sirvió para aumentar la violencia en las semanas posteriores. El resultado más significativo de la reunión de Brazzaville fue que días más tarde Catherine Samba-Panza proclamaría la creación de un gobierno de transición -con el musulmán Mahamat Kanoum como primer ministro- en el que figurarían miembros Anti-Balaka y ex-Seleka y que buscaba dirigir la reconciliación nacional.

Fuente: Díez Alcalde, Jesús: “RCA: un conflicto abierto, una paz remota” en Panorama geopolítico de conflictos 2014. IEEE. Ministerio de Defensa. Madrid, 2014.

Fuente: Díez Alcalde, Jesús: “RCA: un conflicto abierto, una paz remota” en Panorama geopolítico de conflictos 2014. IEEE. Ministerio de Defensa. Madrid, 2014.

Sin embargo, los esfuerzos de la Presidenta difícilmente iban a llegar a buen puerto, pues sobre el terreno centroafricano la situación era poco alentadora. El estado aún sigue fraccionado en dos partes. El oeste es controlado virulentamente por los Anti-Balaka, que han provocado el éxodo masivo de las minorías musulmanas de la zona. Gestionan y extorsionan los recursos naturales, trafican con diamantes, obstaculizan la ayuda humanitaria y cometen robos, secuestros y agresiones a personal de las ONGs desplegadas por la zona. Los choques con miembros de las fuerzas internacionales no son infrecuentes. La coalición se encuentra muy desorganizada y dividida y las múltiples facciones que la componen no atienden a ningún tipo de liderazgo. De ahí a que sea tan difícil que acaten cualquier tipo de acuerdo político que les traten de imponer desde el gobierno.

En el este son los Seleka los que ejercen el dominio del territorio, si bien se encuentran cada vez se encuentran más divididos. Hay facciones de la Alianza que han manifestado sus pretensiones secesionistas en el este, si bien la idea no parece asentarse entre otros sectores de la coalición. Hasta ahora han surgido hasta tres movimientos diferentes formados por milicianos ex-Seleka en los que prima la afinidad étnica: la Unidad para Centroáfrica (UPC), el Frente Popular por el Renacimiento de Centroáfrica (FPRC) y la Unión de Fuerzas Democráticas por la Reunificación (UFDR), lo que da muestras falta de cohesión existente dentro de una alianza que va camino de resquebrajarse. La división del país en dos ha hecho que la frontera no oficial que atraviesa de norte a sur el centro del país se haya convertido en un autentico campo de batalla donde se siguen cometiendo todo tipo de atrocidades por parte de uno y otro bando y donde continúan sucediéndose los combates. Como ejemplo, la ciudad de Bambari, asediada por los Anti-Balaka, es una de las ciudades más castigadas por la guerra. En enero, dirigentes Anti-Balakas y Selekas se reunieron en Kenia, donde mantuvieron negociaciones secretas y alcanzaron un principio de acuerdo para un alto al fuego. Sin embargo, este pacto fue muy frágil puesto que sus respectivas facciones no han cesado la violencia desde entonces y la exclusión de autoridades de la RCA en las negociaciones hizo que el acuerdo fuera rechazado por el gobierno de transición.

Mientras tanto, la verdadera víctima de esta cruenta guerra de bandidos es el pueblo centroafricano. ACNUR estima que el 25% de la población de la República Centroafricana (que en total tiene unos cinco millones de habitantes) ha tenido que dejar su vivienda en busca de un lugar más seguro. Los datos actuales cifran en más de medio millón el número de desplazados internos y en casi cuatrocientos mil los que se refugian en los países vecinos, República Democrática del Congo, Camerún y Chad, principalmente. El drama humanitario empieza a ser crónico y está llevando a una situación límite en la que la ayuda internacional es clave para mantener con vida a un gran sector de población.

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En el horizonte, las elecciones de agosto de 2015 están llamadas a marcar un punto de inflexión en el devenir del conflicto, si bien la relevancia de estos comicios pasa porque los que salgan peor parados de ellos acepten la derrota. No obstante, hablar de paz y de reconciliación nacional es hoy por hoy una utopía. Más allá de los avances políticos que puedan producirse próximamente, parece claro que mientras no se desarmen a las milicias radicales y estas sigan lucrándose de actividades económicas ilegales será muy difícil que se consigan avances significativos sobre el terreno. La ayuda internacional y la reconstrucción de las FACA y del sistema judicial centroafricano se antoja clave para recomponer las estructuras de un estado que dejó de serlo y está obligado a resurgir si quiere que su pueblo vuelva a convivir en paz.


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