Saluti da Roma, amigos lectores. Hoy tengo la fortuna de contarles que acabo de visitar la exposición de Victorio Macho en la piazza Navona y he salido profundamente decepcionado.
Quisiera ponerles en el contexto adecuado: Tanto Roma como la piazza Navona son dos grandes referentes culturales de nuestra civilización. Si yo quisiera tener un espacio cultural en Roma esta plaza sería sin duda el lugar escogido, o al menos tendría grandes posibilidades. Presentar al público cualquier oferta cultural al lado de este antiguo estadio de Domiciano es casi una garantía de éxito. Tener a muy pocos metros la colosal fuente de Bernini que representa los cuatro ríos del mundo es casi asegurar el éxito. Tener un espacio cultural junto al que pasan miles de turistas cada día es casi tener el éxito en la mano. Y sí, sé que he repetido tres veces en la misma frase las palabras "casi" y "éxito". Y evidentemente lo he hecho voluntariamente.
Piazza Navona estaba repleta, llena de turistas que habían ido exclusivamente a ver la plaza y las fuentes, y ya puestos a ello también a tomar el sol y a comer y pasar el día por los alrededores. Pero nadie entraba a ver la exposición de Victorio Macho. Nadie. No, bueno, es posible que haya habido algún visitante más entre el feliz grupo inaugurador y mis dos visitas. Alguno habrá habido.
El caso es que ante la monumentalidad de la plaza Navona la sala de exposiciones que allí tiene el instituto Cervantes pasa absolutamente desapercibida. Permítanme que lo repita otra vez por si acaso no ha quedado claro: absolutamente desapercibida. Seguro que ni uno solo de los turistas, miles de ellos, que abarrotaban la plaza a esa hora había visto que ahí había una sala de exposiciones del Instituto Cervantes. Promoción de Palencia o de Victorio Macho fallida.
Al llegar a la plaza pregunté a unos carabinieri que amablemente me indicaron dónde había una librería española y que podría ser por allí, según creían, donde podría estar lo que yo buscaba. Y efectivamente, al lado de esa librería, escondida entre las terrazas repletas de sonrosados turistas, estaba la sala Dalí del Instituto Cervantes. Desapercibida, insisto. Casi sin ninguna señal exterior que indicara a cierta distancia a qué se dedicaba ese espacio. Es una sala pequeña, con una entrada discreta y una escasísima presencia en tan enorme plaza. Hay que estar muy cerca e ir muy pendiente de ello para saber que aquello es lo que es. Doy por descontado que habrá normas urbanísticas que impidan, déjenme decir una barbaridad, poner un cartel de neón para atraer a los turistas, claro, claro. Pero recuerdo a los oyentes que para encontrar este lugar el paseante tiene que dejar a su espalda piazza Navona... que es a lo que se va.
Y la exposición... Pues qué les voy a decir yo... Que si uno ha dejado atrás a Bernini no entra a ver a Victorio Macho. Lo siento, lo siento, caigan sobre mí las sietes plagas de Egipto. Pero oponer la sobriedad castellana de Macho a la exuberancia de formas del barroco italiano es perder el tiempo. Oponer la sencillez de una pequeña reproducción de Cristo del Otero a la monumentalidad de la fuente de los cuatro ríos es equivocarse, oponer el dinamismo de Bernini al hieratismo de Victorio Macho es equivocarse. Y en la equivocación incluyo también las otras dos pequeñas esculturas y los cuatro o cinco dibujos o bocetos presentes en la exposición. En la miniexposición. Bueno, lo siento, derrota por goleada. Como español, como palentino, me sentí mal, muy mal.
Pero si el contenido me defraudó, el continente también. El local es demasiado pequeño; en la planta baja tiene dos salas, pequeñas, donde se exhiben los trabajos de nuestro escultor. En esas dos salas las pocas obras que han quedado tras el robo parecen estar flotando, sobra espacio; aunque hubieran estado también las obras robadas tengo la impresión de que la sensación de pobreza, de escasez, dominaría al visitante.
En la sala inferior, con nueve sillas, vacías, claro, se pasaba, la primera de las veces que he ido, un documental sobre la vida del artista palentino. Yo lo dejé y me subí al sol, a la luz, a la vida. Al dinamismo, a la fuerza y al dramatismo de Bernini. Y no, no creo ser demasiado negativo, ni demasiado pesimista ni demasiado.... "anti". No estoy pronunciándome contra nadie, contra ningún partido, contra ninguna institución. En fin, que con el permiso de todos les dejo, que me están esperando unos spaguetti alle vongole para chuparse los dedos.
Cuaderno de Pedro de Hoyos
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