Embarque de moriscos en el puerto del Grao de Valencia
La expulsión de los moriscos fue una operación ordenada por Felipe III y que empezó de forma escalonada entre 1609 y 1610.
Primero fueron los de Valencia, luego los de Extremadura, Andalucía, las dos Castillas, Aragón, Murcia… En total, unas 300.000 personas, en una España de poco más de ocho millones y medio de habitantes.
La rebelión de las Alpujarras de los moriscos granadinos provocó mucha animadversión hacia este colectivo, también las incursiones de los piratas berberiscos en la costa levantina. Muchos veían en todo ello una colaboración de los moriscos peninsulares con los turcos, una “quinta columna” latente dentro del territorio cristiano.
Algunos caldearon el ambiente con declaraciones incendiarias nada cristianas ni piadosas.
Jaime Bleda, el inquisidor de Valencia, era partidario de una masacre colectiva o, en su defecto, de una expulsión total. Propuso vender 50.000 moriscos a las Indias a 400 escudos cada uno, como suelen venderse los negros, lo que redundaría en beneficio de las arcas reales y aliviaría “pechos y alcabalas”. O si no “quitar la vida a los mayores y confiscar las haziendas y que todo lo que se dize para entretener y alargar es sophistería de los defensores, con que procuran de llevar engañados a los ministros reales muchos años ha”. (1)
El arzobispo de Valencia, Juan de Ribera, santo para la Iglesia católica, pretendía nada menos que se esclavizara a todos los varones y enviarlos a las minas a las Indias. Llegando a sostener que sería licito exterminar físicamente a quienes considera apóstatas y traidores, pero lo desaconseja "porque el degollar tanta gente causaría general horror y lástima" (2).
Su opción final vuelve a ser la expulsión.
Un decreto real la ordenaba:
"Primeramente, que todos los moriscos deste reino, así hombres como mugeres, con sus hijos, dentro de tres dias de como fuere publicado este bando en los lugares donde cada uno vive y tiene su casa, salgan dél, y vayan á embarcarse á la parte donde el comisario, que fuere á tratar desto, les ordenare, siguiéndole y sus órdenes; llevando consigo de sus haciendas los muebles, lo que pudieren en sus personas, para embarcarse en las galeras y navíos…”(3)
Lo tuvieron que dejar todo, el trabajo, los hogares, las pertenencias que no pudieron llevar consigo. Y rápido. Todo en pocos días…
"Que cualquiera de los dichos moriscos que publicado este bando, y cumplidos los tres días fuese hallado desmandado fuera de su propio lugar, por caminos ó otros lugares hasta que sea hecha la primera embarcación, pueda cualquiera persona, sin incurrir en pena alguna, prenderle y desbalijarle, entregándole al Justicia del lugar mas cercano, y si se defendiere lo pueda matar.”
Los caminos quedaron sembrados de cadáveres de muchos que no llegaron a embarcar y que fueron asaltados y robados por turbas de gente enloquecida y sedienta de sangre.
La expulsión que se inició en 1609 fue un fracaso en todos los sentidos.
Un fracaso económico y demográfico que supuso la ruina para la economía española.
Pero también un fracaso moral. Y ese es más difícil de subsanar. El tiempo no lo cura todo.
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(1) Notas sobre la predicación e instrucción religiosa de los moriscos en Valencia a principios del siglo XVII, Eugenio Císcar Pallarés. Pág. 209 Revista de historia moderna, ISSN 0210-9093, Nº 15, 1989, págs. 205-244
(2) Citado en http://moriscostunez.blogspot.com.es/2008/12/juan-de-ribera-fue-una-figura-clave-en.html
(3) Bando general de expulsión de los moriscos, 22 de septiembre de 1609.
Folio 34 de la Mano 50 de Mandamientos y embargos de la corte civil de Valencia del año 1611.