Una de las grandes tragedias ecológicas tiene lugar en Europa, donde el número de aves comunes ha disminuido de forma alarmante en los últimos treinta años. En la Unión Europea, ésa que presume de defensa de la naturaleza por foros internacionales, han desaparecido 300 millones de parejas reproductoras en las zonas rurales entre 1980 y 2010, nada menos que un estremecedor descenso del 57%. Y no son casos aislados, qué va, se trata de una tendencia anual. Por ejemplo, en 2014 los investigadores que se dedican a estas labores ya detectaron la extinción de 421 millones de pájaros en el transcurso de las últimas tres décadas.
Hay casos escalofriantes. En Alemania, un tercio de las especies se han reducido desde finales de los años 90. Las perdices, por ejemplo, han perdido un 84% de su población. Los datos correspondientes a 144 especies en 25 países de Europa concluyen que el 90% de estas pérdidas correspondían a las 36 especies más comunes: gorriones, alondras, perdices grises y estorninos, entre otras. Que parece que no importan, por ser muy comunes y conocidas, pero que tienen una trascendencia vital en la gran pirámide ecológica. Sí, ésa misma que los seres humanos se están cargando a pasos agigantados con alegre ignorancia. Resulta terrible que las especies más comunes de aves estén desapareciendo tan rápidamente porque es el grupo de pájaros del que la gente se beneficia más, dado que controlan las plagas que afectan a la agricultura, posibilitan el reparto de las semillas de las plantas, eliminan molestos insectos y restos de otros animales en el campo. O sea, que, además de pájaros bonitos que te caes de espaldas, son colegas alados enrrollados que cumplen sus funciones. Su extinción denota a las claras el nivel de estupidez humana actual. Así, sin paliativos ni paños calientes.
Por eso es momento de centrar la atención también en conservar a las especies más comunes, que tienen una enorme importancia para los ecosistemas. Otras aves, como mirlos, petirrojos y herrerillos mantienen sus poblaciones estables, pero no sería extraño que corrieran la misma suerte en breve tiempo, dada la torpe forma en que los humanos gestionan la conservación natural. El descenso de poblaciones de aves en Europa indica claramente que algo está fallando en la gestión medioambiental, que no contempla la sostenibilidad de todas las especies. ¿Los responsables? Pues ya saben: los que manejan estas cuestiones desde organismos oficiales.
En el caso de España, la situación es igual de grave: las poblaciones de sisón común se han reducido un 50% en una década, un porcentaje que supera el 60% en regiones como Aragón y Extremadura. Así, si a comienzos de los 90 España tenía entre 100.000 y 200.000 machos de sisón común, en 2005 los números ya habían caído a menos de 70.000 ejemplares. Y es que, para más inri, la Península Ibérica alberga las mayores poblaciones de sisones: entre el 50 y el 70% de todos los sisones comunes del mundo.
Sinceramente, esto es dramático y nadie por allí pone el grito en el cielo. Además, España ha perdido 25 millones de gorriones en los últimos 18 años, una disminución de la población del 15%. Una bestialidad se mire como se mire. Para completar el panorama devastador, es conocido también que un cuarto de las especies de ortópteros están amenazadas en Europa. Que son, precisamente, algunas de las especies de las que se alimentan las aves comunes: grillos, saltamontes y chicharras.
Una catástrofe silenciosa que rompe el ecosistema y afecta a la cadena alimenticia de especies de gran valor biológico.